Ágata conoce, al fin, en lo que consistía su regalo del "Día de la Madre"... Y algunas "yerbas" más...
Relato
CAPÍTULO 2º
La luz venía de varios proyectores laser que proyectaban la luz en ciclos de tempo coordinados, hacia el techo y en barrido de la habitación; una esfera facetada, pendiente de lo alto, como esas que se ven en alguna que otra discoteca, recogía en sus vítreas facetas los haces de luz, refractándolos en 360º. También, estos proyectores emitían música electrónica, discotequera, en tono entre medio y bajo, como música de fondo del “espectáculo”… Las paredes, empapeladas con fotos mu, muy ampliadas; y varios televisores, cinco o seis; en el mueble del salón, el de casa y en sillas, algún sillón y hasta en mesitas de noche, el resto de los televisores, viejos, antiguos; evidentemente, de segunda mano… O arreglados para la ocasión, pues le pareció que un par de ellos eran antiguos suyos, desechados años ha y puestos de nuevo en servicio, seguro, que por su hijo Eusebio… En los televisores, cintas de video, emitiéndose… Todo, todo, era el material del móvil que perdió… Las fotos y videos que Consuelo le tomara en las orgías con las “presas de caza”
Volvió la mirada hacia su hijo, y le encontró mirándola… Con mirada que le causó hasta miedo… Entre burlona y aviesa… Le pareció la de una serpiente, una víbora, dispuesta a tragarse un conejillo… Una hiena, lista a lanzarse sobre los restos de una carroña… No un lobo, menos un león; ellos son nobles, cazan, se esfuerzan por vencer a la presa, las hienas no arriesgan nada… Se aprovechan de los otros, la Naturaleza, los depredadores, que han cazado, matado, las presas… Sintió asco de él… Y dolor; un dolor inmenso, lacerante… El hondo, cruel, dolor que se siente cuando vemos que un ser querido, muy, muy querido, nos ha traicionado, nos ha robado, valiéndose, precisamente, del cariño puesto en él. Dolor e ira, cólera infinita era lo que sentía… Dolor horrendo que hiere, rompe, el alma; ira terrible, casi homicida… Odio…odio reconcentrado… Pero también, frialdad; frialdad en el alma, en su alma rota en mil pedazos. Esa frialdad, la mantenía hasta tranquila, y, lógico, gélida cual témpano… Helor inmenso en su alma.
También en los ojos de su hijo vio frialdad…y odio; odio mortal, asesino, aunque camuflado bajo la pátina de una sonrisa irónica, sarcástica… No captó, en cambio, el destello de dolor que también refulgía en la mirada de Eusebio; un dolor infinito, tremendo, que también al muchacho trastornaba, causa y origen del odio que le consumía… No; no lo vio, no lo percibió… Estaba demasiado alterada para notarlo, para verlo. Así que, de pie ante él, con la cabeza alta, desafiante, con rabia y odio pintados en su semblante, en sus ojos, le plantó cara
• Con que eras tú… Tú el ladrón… El cabrón, ladrón hijo de puta, que me robó el móvil
• Te equivocas, mamita querida; no soy un ladrón… No te robé el móvil; simplemente, lo tomé de donde lo habías dejado, olvidado aquél lunes famoso, cuando te fuiste a trabajar ese día… De encima de la cama, tu cama… Para que no se perdiera… Sólo para eso; para que no se perdiera… ¡Tienes tan mala cabeza!... Sobre todo, últimamente… Desde que frecuentas esas tan “especiales” amistades… No; yo no soy un ladrón… En cambio, tú… TÚ ERES UNA PUTA, MI QUERIDA MAMITA… Toda una señora PUUUTAAAAA…
Lo dijo así; recalcándolo bien recalcado
• ¡Golfo!... ¡Sinvergüenza!... ¿Cómo te atreves a hablarme así?... ¡Soy tu madre, y me debes un respeto!
• Si te respeto… Te respeto mucho, mamita puta… Muchísimo… Porque la pedazo de puta que eres se merece un respeto… ¡No se encuentran putas así cada día!... Tan eficientes en su “oficio”… Tan depurada en su “profesión”… Creo que equivocaste la carrera, porque, sin duda alguna, tu vocación era, es, esa… PUUUTAAAAAA a todo ruedo…
Ágata se mordía los labios, se hincaba las uñas en ñas palmas de las manos, para no saltar sobre él, como tigresa sedienta de sangre… Se volvió hacia la mesita de centro, allí, a su lado, y tomó de ahí el bolso; lo abrió, rebuscó en su interior hasta sacar un paquete de cigarrillos y un encendedor; extrajo un cigarrillo, lo encendió, aspiró profundamente y, poco a poco, fue exhalando el humo; se sentó en el sofá, cruzó una pierna sobre la otra y, displicente, como quien no quiere la cosa, habló
• Bueno… A ver, qué coño quieres… Porque esta payasada no la habrás montado sólo para llamarme puta… Vamos; digo yo
Lo sarcástico de la sonrisa de Eusebio, se acentuó, añadiéndole, además, matices crueles
• ¡Mami, eres clarividente!... “Qué coño quieres”, me dices… Pues mira, cariño… ¡Tía “guena”!... Mismamente…el tuyo… Tu coñito… Tu chochito sabrosón… Eso mismo es lo que quiero… Y lo que voy a tener… Quieras o no quieras… Para follármelo… Y follármelo… Y follármelo otra vez… Y un montón de veces más…
Ágata saltó, poniéndose de pie, como impulsada por resorte… Si antes estaba que mordía con su “ninio”, ahora es que lo asesinaría… Lo asesinaría con sus propias manos… Y se quedaría tan fresca. Se plantó ante él y le soltó un soberano bofetón que, al instante, tuvo su respuesta, duplicada, por parte de él, en forma de un sonoro guantazo que restalló, sonó en la habitación cual disparo de escopeta, seguido de un tremendo revés que la mandó, trastabillando, al sofá; sin solución de continuidad, saltó sobre ella, como un tigre, intentando besuqueándola, franquear los femeninos labios, abrir paso a su lengua al vedado interior bucal; ella, entonces, le mordió con todas sus fuerzas, toda su alma, rasgándole el labio inferior hasta hacerle sangrar, más abundantemente que menos; y, al momento, la reacción de él: Dos monumentales guantazos, de los de órdago a la grande… Ella volvió a la carga, intentando arañarle con sus puntiagudas, largas, uñas, cosa que en parte logró, señalándole ambas mejillas con sanguinolentos surcos, que, en premio, recibieron otros dos guantazos de él
Eusebio estaba como loco, fuera de sí, dominado por la ira, el odio, el rencor… Y el más libidinoso deseo que jamás por mujer alguna sintiera. Con una mano, sujetó las dos de su madre, que fuerte sí que era el mancebo, de manos grandes como aspas de molino, y, con la otra mano, la derecha, inició una lucha estéril por domeñar el escote del vestido, en inane pretensión por dejar al aire los maternos senos… Le fue imposible llegar más allá de meter la mano, trabajosamente, a través del escote y tentar un seno por encima del sujetador, por lo ceñido de la parte alta del vestido, que no dejaba tiro suficiente, en el escote, para lograr más sin la decidida colaboración de ella. Aquello, desde luego, era un incordio, y por momentos veía naufragar el plan tan cuidadosamente trazado… Sí; sólo por la fuerza, obrado él solo, unilateralmente, nada iba a conseguir; era pues imprescindible, cuando menos, la absoluta pasividad de ella para que él pudiera obrar con toda libertad, sin trabas. Se echó atrás, soltándola las manos, diciéndola
• Venga zorra; desnúdate tú misma… Y, más vale que no te andes con tonterías… ¿Entendido?
Ágata quedó en silencio, libres ya ambas manos, masajeándose las muñecas, mirándole reconcentrada en su odio…en su desprecio…
• ¡Vamos zorra de mierda!... Que es para hoy…
Como un áspid lanza sus colmillos al atacar, con esa fulminante celeridad, lanzó ella un patadón, solo que a pie desnudo, pues los zapatos habían ido a parar a Dios sabría dónde durante la dura brega que madre e hijo mantuvieran. La dirigió, claro está, a donde a él más pudiera dolerle, pero marró al apartarse él, nada más ella lanzar el pie en plancha recto a su objetivo, con lo que la cosa no llegó, finalmente, n a refilonazo en el muslo, pero a ella, las consecuencias de su acción no se hicieron esperar ni un segundo; series inacabables de guantazos a mano abierta, que dejaban la marca de los dedos en las mejillas, seguidos del tremendo revés, una tras otra hasta completar lo menos cuatro, si es que no cinco, cuando, jadeando él, sudando él, respirando, entrecortado, él le dijo
• ¿Vas a entrar en razones o tendré que seguir moliéndote a palos?... Tú eliges, mamita puta… Mi querida madre puta. Porque, si a ti te va la marcha sado-maso, por mí encantado, ¿he?…
Ágata le fulminó con la mirada, llameantes los ojos, inyectados en el mortal odio que entonces la dominaba, pero le habló con voz tranquila, suave, pero terriblemente gélida
• Conforme; me rindo… Me rindo a ti… Ya no me opondré a nada, dejaré que me hagas cuanto desees…que me tomes por donde quieras y como quieras…
Y Eusebio se vio triunfador… Vencedor en toda la línea sobre aquella hembra bravía, orgullosa, prepotente, perdonavidas… La “Ogro del Ambulatorio”, la mujer despreciativa, que a todo el mundo trataba a puntapiés… Entonces, él era el macho orgulloso, bravío, prepotente, perdonavidas… Las tornas se habían cambiado y, lo que antes ella fuera, ahora lo era él, y viceversa… Se dice, que la venganza es un plato exquisito, sobre todo si se sirve en frío… Y sí; ese plato delicioso se lo había preparado él mismo, muy, pero que muy frío… Se sentó, ufano, en una silla, frente a ella, dispuesto a disfrutar de su triunfo…de su victoria sobre ella, su madre… Esa madre autoritaria, cruelmente displicente con él durante tantos, tantos años, a pesar del profundo cariño que é ponía en ella
Ágata se puso en pie y comenzó a desnudarse, bajándose la cremallera del vestido, como pudo, pues estaba a la espalda; pero lo logró bajarla, con algún malabarismo, pero la bajó… Y comenzó a subirse la prenda para sacársela por la cabeza. En ese momento ocurrió algo raro, algo que le llamó poderosamente la atención a él: De pronto, el cuerpo femenino empezó a tremolar, a temblequear de pies a cabeza en sacudidas, acusadas muy particularmente en sus hombros; además, Ágata se giró de espaldas a él, bajando la cabeza hasta aparecer gacha
• Date la vuelta, mamá; que te vea… Que vea cómo te desnudas… Y no; por la cabeza no te saques el vestido; hazlo, deslizándolo por los brazos hasta el suelo… Quiero tener una vista panorámica de tu cuerpo desnudo, según te desvistes… Y si te sacas la prenda por la cabeza, eso no sería igual que si te la vas dejando caer hasta el suelo
Ágata le obedeció, dándose la vuelta hacia él, pero con la vista, el rostro, bajo, casi escondido sobre su pecho
• Alza la cabeza… Te he dicho que quiero verte bien
Y Ágata alzó el rostro, mirándole fijamente. A Eusebio, entonces, le dio un vuelco el corazón, poniéndosele en la garganta, atragantándole, casi impidiéndole respirar… Su rostro, al punto, empezó a palidecer hasta quedar enteramente blanco, casi terroso, en ese tono pálido medio amarillento, típico de los cadáveres. Y es que, lo que sus ojos vieron en esa mujer casi desnuda que era su madre, fue la viva imagen del dolor… Un dolor inmenso, desgarrado… Lloraba a lágrima viva, lo que hacía que su cuerpo temblara a las sacudidas de los sollozos… Pero sollozaba en silencio, sin ruido alguno… Como dice Manuel Machado, el desconocido hermano de Antonio, en uno de sus poemas: “calla la niña, y llora sin gemido”… Así lloraba Ágata, sin exhalar un suspiro…un solo gemido, guardándoselo todo para ella, en su interior, esa copa de acíbar que era lo que, de su hijo, su propio hijo, recibía, apurándola hasta las heces…pero sin quejarse…sin querer transmitir a nadie su tremendo dolor, porque éste era suyo… Suyo y sólo suyo…
Porque lo que Eusebio realmente vio en aquella cara, aquél rostro, realmente tan querido por él…tan idolatrado…tan venerado por él, era el de una “Mater Dolorosa” de procesión de Semana Santa… De Semana Santa andaluza, sevillana, donde las imágenes son más perfectas, más reales, más vívidas, hechas la viva imagen del dolor… Una “Mater Dolorosa” compendio del dolor más intenso… Del dolor del alma por sus más íntimos sentimientos rotos en pedazos, pulverizados, por el descomunal mazazo de la crueldad de él, su propio hijo… El ser que más quería… Eso es lo que vio Eusebio al contemplar entonces a su madre…
Y ese rostro suyo cambiaba y cambiaba… Aquella expresión, aquella sonrisa, de prepotente sarcasmo, hiriente, humillante; esa mueca de orgullo, de humillante victoria sobre ella, se borró para trocarse en ridícula mueca de alfeñique desarmado, inseguro, vencido en toda en toda la línea por el lacerante llanto de ella… El inusitado dolor de la víctima, desarmaba, derrotaba sin paliativos, al victimario, trocando, de nuevo, los roles de ambos. Una mueca que hacía más y más patética segundo a segundo, con el descolgamiento de la masculina mandíbula inferior, cuyo labio quedó flácido, trémulo, temblequeante, en la más ridícula posición que pueda darse, imaginarse
Ágata, acabó de desnudarse en un segundo, desprendiéndose del sujetador y las braguitas, ese minúsculo tanga, a juego con el sujetador, ese conjunto, esas prendas que ella, con tanta ilusión, con tanto cariño, preparara la noche antes `para luirlas en ese evento que ella estaba segura era una cariñosa ofrenda de su hijo a ella, la madre de él… ¡Dios de mi vida, y cómo pueden terminar las cosas!
Ya desnuda, en pelotita picada, la mujer regresó al sofá al sofá, como corderita al matadero, como víctima propiciatoria… Como reo, reuniendo sus últimas fuerzas, va al patíbulo. No se sentó, sino que, prácticamente, se tendió en él, boca arriba, pues el culete sólo lo apoyó en el borde mismo del mueble, echándose luego hacia atrás, con lo que la cabeza quedó descansando hacia la mitad del respaldo, con el cuerpo en un ángulo muy, muy abierto respecto al asiento del sofá, 150 a 160º. Luego, abrió sus piernas, sus muslos, cuanto le era posible. Ya de tal guisa. imperiosa, se dirigió a él
• ¡Venga, “machote”!… Ya me tienes lista para lo que quieras… Pero ten en cuenta, pero que muy en cuanta, una cosa… Bueno; dos cosas… Una, que sepas, muy, pero que muy clarito, que si sigues adelante con lo que quieres hacer, no sólo me vas a follar… Ni sólo vas a follarte a tu propia madre, sino que me violarás… Violarás a tu propia madre, cabrón de mierda, hijo de setenta veces setenta padres, porque yo eso no lo deseo… Porque, si consiento en ello, no es por libre decisión mía, sino obligada por ti… Obligada por la fuerza, tu fuerza bruta, impuesta a golpes, a guantazo limpio… Que te quede esto muy, pero que muy clarito… Y allá te las entiendas después contigo mismo…con tus remordimientos… La otra cosa que quiero tengas muy en cuenta es: Esta noche, podrás hacer conmigo lo que quieras, lo que sea tu capricho; no me opondré a nada, por más odioso, más vejatorio que me resulte… Me podrás tomar por donde quieras… Usarme como mejor te parezca… Por el coño, por la boca, por el culo… Como mejor se te antoje… Y yo, te haré cuanto desees que te haga… Mamártela, masturbarte… Meterte el dedo por el culo, si tal te apetece, pero tan pronto empiece a clarear, tan pronto comience a amanecer, mejor será que te “largues” y no vuelvas más por esta casa… Que no vuelvas a ponerte delante de mí en lo que te reste de vida, porque si te veo, a partir de que el sol brille, de que ninguna sombra haya, te mato… ¿Me oyes, hijo de perra?... ¿Me entiendes, bazofia humana, ser abyecto, degenerado?... ¡Te mato!... ¡Te mato!... ¡Te mato!... ¿Me has oído, cerdo?... ¡Maldito seas, una y mil veces!... ¡Maldita la hora en que te concebí…maldito el día en que te parí…te di la vida, maldito cabrón, desgraciado!... ¡Y maldita sea yo, por no haberte matado cuando todavía te llevaba en mi vientre!... ¡Maldita sea yo, por no haberte estrangulado tan pronto naciste… Y, ahora, dejémonos de gilipolleces y al avío… Métemela ya, de una puta vez… Y, ojalá, acabe esto pronto…empiece a clarear pronto
Eusebio no pudo aguantar más; se desplomó, cayendo de rodillas ante su madre, llorando a lágrima viva
• ¡Perdón mamá!... ¡Perdóname mamá; perdóname, por Dios te lo ruego!... ¡Tienes razón!… ¡Soy…soy todo lo que dices; un ser abyecto, un degenerado!… Un…un… Sí, todo lo que me dices… Y sí; es verdad… Ni el aire que respiro me merezco… Ni a vivir, tengo derecho… Pero te quiero… Te quiero mucho, mamá… ¡Mucho, mucho, mucho!... No; no sé lo que me pasó… Me volví loco, mamá… Loco, loco… Cuando vi esas fotos… esos videos… Esas horrendas fotos, esos horrendos videos Me volví loco, mamá… Loco; loco de remate… Y me entró un rabia que me destrozaba por dentro… Que me consumía en lo más íntimo… Y te odie… Te odie con toda mi alma… Con todo mi ser… No sé… No sé lo que me pasó… No lo sé, mamá; te juro que no lo sé… Solo eso, que me dominaba una rabia sorda, incontenible… Quería vengarme… Y…y…
No pudo seguir hablando; de un brinco, un salto, se puso de pie… Demudado, horripilante el rostro, con una ceñuda expresión de locura, de alienación casi absoluta, en ese semblante, en esos ojos, esa mirada… Parecía desatado, ido, poseso…como poseído por el mismísimo Belcebú… Desvariando a más y mejor… Ya en pie, echó a correr hacia la puerta de la estancia, la de la casa, para bajar abajo, al tráfago callejero… Lloraba a mares, entre sonoros gemidos y lamentos; gritando, pidiendo las mil y una maldiciones para él mismo: “Maldito; maldito soy… Maldito de Dios, maldito de los hombres”… Y acusándose de todos los males del Universo, tildándose de “Degenerado”, “Ser Abominable”…”Mal Bicho”. Ágata, se esperaba todo, menos eso; se quedó quieta un segundo, sin acertar a moverse; pero, enseguida, reaccionó para echar a correr tras de su hijo
• ¡Eusebio, vuelve; no te vayas, mi amor, mi vida!… ¡No te vayas, vuelve!… Lo hablaremos, lo solucionaremos y todo volverá a ser como era… ¡Vuelve, hijo; hijito mío de mis entrañas!… ¡Vuelve, hijito de mi corazón!
Llegó a la puerta del piso, al descansillo de la escalera; le oyó cómo bajaba escaleras abajo, a trompicones… Quiso seguir tras él, pero se dio cuenta de que estaba integralmente desnuda. Volvió atrás, tras sus pasos, al salón. Se calzó el vestido que dejara en el suelo sin parar mientes, sin preocuparse, ni del sujetador ni la braga… Los zapatos ni los buscó; y, a toda prisa, volvió a correr tras su Eusebio. Salió de nuevo al descansillo del piso y le llamó sin, como antes, obtener respuesta; tampoco, esta vez, oyó los pasos de él escaleras abajo. Pulsó el botón de llamada del ascensor, pero no tuvo paciencia para esperarlo, con lo que también ella se lanzó, despendolada, por las escaleras… Llegó a la calle, ansiosa, desazonada, con el corazón en la garganta… Miró ambos lados de la calle, y que si quieres arroz, Catalina; la calle, allí estaba, pero de Eusebio ni rastro… Quedó allí un momento, indecisa, sin saber qué hacer… Por fin, se decidió por un de las direcciones y siguió corriendo; se metió por una de sus transversales, y por otra, y por otra, buscándole… Pero no le encontró… Se dio cuenta que, intentar buscarle, encontrarle entonces, era como querer hallar una aguja entre un montón de paja. Se volvió a su casa, abatida, desolada, y, sobre todo, preocupada; muy, muy preocupada… Asustada, tremendamente asustada… Eusebio se había ido muy alterado, desesperado por el remordimiento, la culpa, y así, una persona es capaz de muchas, muchas cosas… Y ninguna buena
Así que, no menos alterada, abatida, subió a casa… Pasó por el salón, con toda la inicua parafernalia montada por él, en funcionamiento… ¡Lo que le faltaba, era eso!... Se afanó en buscar, y encontrar, el telemando con que ella misma encendiera todo aquél pandemónium, pero, ¡malita sea!, aquello tenía más botones que sotana de cura del tiempo de Maricastaña, y, “adivina quién te dio”, para encontrar el “bueno”… Pero lo encontró; a las ni se sabe, eso sí, pero lo encontró, y paró todo ese aquelarre… Fue entonces al cuarto de baño; se miró al espejo; estaba horrible, con el pelo desgreñado, los churretes del mejunje formado por la amalgama de rímel, maquillaje y rojo de labios discurriendo por su rostro, sus mejillas, en diminutos arroyuelos… Se lavó la cara, aunque más cupiera decir que se hizo un “lavado de gato” y, sin más, se fue al dormitorio
No durmió, ni pegar ojo siquiera… Sobre las dos de la madrugada, oyó cómo él, Eusebio, abría la puerta del piso. “¡Gracias, Dios mío!... ¡Gracias, gracias, Señor!”, se dijo, y al instante se levantó, lanzándose en su busca; apenas había traspasado la puerta del dormitorio, escuchó un tremendo estrépito, por el salón, y el corazón le dio un vuelco; corrió ya, a toda prisa, hacia el salón, de donde proviniera el ruido; encendió la luz, y se lo encontró en el suelo, junto a una silla volcada, intentando levantarse, pero sin lograrlo; corrió, desalada, a ayudarle…
En fin; que su retoño venía con una “melopea” de “abrigo y gabardina”. Como pudo, con ligera ayuda de él, le cargó y medio arrastró hasta entrar al pasillo; y allí fue la de Dios. Una arcada, y el “maromo” echó por su boca lo que no está en los escritos; vamos, hasta la primera papilla que mamá le endilgó, hasta los primeros calostros que de la teta de mami succionó. Y, como de otra manera tampoco podía ser, mamita salió afectada desde la punta del pelo hasta la punta del pie, pues buena parte de la vomitona le cayó encima. Tras esa primera, digamos, racha, Eusebio pareció “arreglarse” un tanto, pero tal cosa fue una especie de espejismo, pues cuando el mocer, sostenido por “momó”, quiso reiniciar la marcha hacia su habitación, ¡cachisla!, nueva arcada, y otra vez lo inenarrable por la boca…
• Cariño; creo que lo mejor será ir al baño… Y a ver si acabas de vaciar cuanto llevas en el estómago
Eusebio confirmó con la cabeza y, ¡hala!, al servicio… Ágata se las vio venir, pues su “ninio” amagaba nuevas vomitonas, y quiso poner alas en sus pies y los del “churumbel”, pero fueron insuficientes sus esfuerzos… Aunque por poco, pues la nueva reata de inmundicia cayó, casi al alimón, entre la taza del inodoro y el suelo, justo al pie de tal taza. Y allí quedó el maltrecho “baby” de mamá, arrojando cosa fina por su boca, una y otra vez, en tramos que casi carecían de solución de continuidad, con su madre sosteniéndole con una mano, para que no se le viniera abajo, hasta el santo suelo, y la otra sujetándole la frente, para que no acabara con la cabeza dentro del inodoro. Al cuarto, quinto, puede que sexto, “tramo”, Eusebio se sintió mejor… Empezó a dejar de ver a ni se sabe cuántas madres, y el estómago algo más asentado… Aunque, eso sí, como si le acabara de pasar un camión “Pegaso” por encima. Erguido sobre sus pies, reculó hasta apoyarse en el lavabo de columna, lanzando un suspiro de alivio
• ¿Te encuentras mejor, cariño?
• Sí; sí mamá… Mucho mejor…
Miró a su madre con ojillos de conejo, con sonrisa más bien forzada
• ¡Uff!... Creo… Creo que me he pasado un montón de pueblos… Amén de lo que ya anoche me pasé… Estoy un poco… Un poco…borrachito… Perdona mamá… Perdona otra vez… Otra vez más…
“¡Conque un poco “borrachito”!”, se dijo ella para sí misma… “Si será cabrito, y menuda “cogorza” que trae el muy eso” Eso, lo pensaba, sí, pero también un tanto con la “boca chica”…la mente “chica”
• Tranquilo hijo; tranquilo… No pasa nada… Lo importante es que te mejores… Que estés mejor… Que estés bien… Anda, vayamos a tu habitación, que lo que mejor te puede venir ahora, es acostarte y dormir
Llegaron a la habitación del muchacho, sin mayores problemas ya, y Ágata ayudó a su hijo a desvestirse, hasta quedar en camiseta y “gayumbos” (calzoncillos, en argot); aunque más propio sería decir que, a fuerza de tesón y más tesón, ella desnudó a su hijo, pues el chavea apenas calló en la cama quedó dormido. Lo dejó por fin en la cama, arropadito y tal, y, consciente, que a ver quién no lo está, de que más que oler, apestaba, se fue al baño; se desnudó, desprendiéndose de tan nauseabundas prendas que en absoluto fueron al cesto de la ropa sucia, pues a ver quién era el guapo, la guapa, que metía “eso”, así, en la lavadora, sino a un discreto rincón a dormir el sueño de los justos hasta sabría Dios cuándo reuniría los suficientes arrestos, e hígados, para poner todo “eso” bajo el grifo del agua.
Se duchó, se empapuzó bien empapuzada en agua de colonia fresca, “lavanda”, se secó, dentro de lo que cabe, el pelo chorreante de agua y se anudó otra toalla a la cabeza, empapando ese pelo; se enfundó en un grueso albornoz de rizo y, directamente, volvió al dormitorio de su hijo. Le encontró durmiendo, como le dejó, pero no con un sueño tranquilo, reparador, sino muy, muy agitado. Daba vueltas y más vueltas en la cama, destapado por completo, mandada a hacer gárgaras la sábana con que ella le cubriera cuando le acostó. Pegando patadas al aire, puñetazos al colchón, la almohada… Sudaba; sudaba como un demonio, en un sudor más frío que templado. Y musitando palabras, en principio, ininteligibles, pero que, poco a poco, ella fue descifrando, a base aguzar el oído… “¡Perdón, mamá!... ¡Perdóname, mamita querida!”… Se enterneció más y más, a ver qué vida, era su hijo… Pero también se preocupó de verle así, y le zarandeó para despertarle; Eusebio se despertó, al fin, sobresaltado, saltando, irguiéndose en la cama hasta más quedar sentado que recostado sobre el cabecero de la cama
• ¡Qué pasa; qué pasa!...
• Nada, mi amor; nada, cariño… Tranquilo… No te preocupes, que no tiene importancia… Una pesadilla que parecía atormentarte… Por eso te he despertado, para que cese… Deje de intranquilizarte… Anda, cariño, vuelve a dormirte… Descansa, mi bien, cariñito mío… Descansa… Duérmete otra vez
Ágata se había sentado a la vera del muchacho, y le acariciaba, tierna, dulcemente; con todo el cariño del mundo… Besándole también, llenándole de besos el rostro. Eusebio sonrió feliz y se hizo hacia atrás, tumbándose de nuevo en la cama, boca arriba; sin taparse, manteniéndose encima de la cama, despreciando la sábana que antes le cubriera. Ágata se levantó, diciendo a su hijo
• Anda cariño; hazte un poco a un lado… Déjame algo de sitio…
Eusebio se hizo a un lado y ella se volvió a sentar en la cama, pero muy hacia arriba, con el pompis casi en la almohada; se movió de manera que quedó más tendida, boca arriba, que sentada, y se recostó en el cabecero, haciendo que su espalda descansara plácidamente en él
• Anda cielo; acércate a mí; pon la cabeza en mi regazo… Y duérmete, cielo mío; duerme tranquilo, descansa, mi amor… No te preocupes de nada… Mamá está aquí, contigo, velando tu sueño…
Y Eusebio, con sumo gusto, toda satisfacción, eso hizo; se volvió de costado hacia ella, la abrazó con ambos brazos por la cintura y dejó descansar su cabeza, su rostro más bien, sobre el vientre materno. Cerró los ojos, con una supina sonrisa de dicha inmensa, de absoluta placidez y felicidad, y en bastante menos de lo que se tarda en escribirlo, quedó dormido… Profundamente dormido… Plácidamente dormido. Ágata le acariciaba el pelo, el rostro, inclinándose sobre él hasta posar sus labios en ese pelo, esa frente, esa sien, esa mejilla… Y empezó a canturrear, susurrando bastante más que cantando, una cancioncilla más bien machacona, de repetitivo ritmo y “tempo”
• “Duérmete mi niño; duérmete, mi amor, que los angelitos…”
Sí; era una nana… Una de esas canciones que, casi desde la noche de los tiempos, las madres han cantado a sus hijos, aún bebés, para dormirlos, y que en Eusebio produjo efectos de poderosísimo somnífero a prueba de bombas. El tiempo, segundos, minutos, fue transcurriendo, con ambos dos de la misma guisa: Él, durmiendo como un bendito, ella, acariciándole, besándole tiernamente de vez en vez, hasta que se hicieron casi que las cuatro de la madrugada, casi una hora después, cuando ella, con suma delicadeza, apartó la cabeza de él, haciendo que descansara, tranquilamente, en la almohada. Con el mismo cuidado que lo apartara, se deslizó fuera de la cama hasta ponerse en pie; se estiró, desperezándose, buscando tonificar algo sus músculos, algo entumecidos tras esa casi hora de inmovilidad, tras lo cual, sigilosa, salió del cuarto.
Caminó a la cocina; se calentó un vaso de leche y encendió un cigarrillo. Y, de espaldas a la batería de la placa de la cocina, fregadero, lavavajillas y lavadora, apoyada en la encimera por el pompis, piernas firmes en el suelo, estiradas hacia adelante y cruzadas, con el vaso de café en una mano, y el cigarro en la otra, dando leves chupadas al pitillo y cortos sorbos al vaso dee leche, con la mirada fija en el suelo, pero sin ver, siguió sumida en sus pensamientos, ideas, elucubraciones… Ensueños casi oníricos de un imposible, esos que empezaran no tanto antes, mientras en la cama velara el sueño de su Eusebio… Había dos cosas, dos recuerdos o imágenes vívidas que, recurrentemente, acudían una y otra, y otra vez más, a su cerebro, a su mente: Su hijo, de rodillas ante ella, llorando a lágrima viva, diciéndole: “Me volví loco, mamá…Cuando vi esas fotos, esos videos… Me entró una rabia que me destrozaba por dentro; que me consumía en lo más íntimo”… Y lo otro; ella misma, aquella noche, la del jueves, preparando, eligiendo cuidadosamente, estudiada, muy estudiadamente, toda ilusionada, además, la ropa que vestiría al día siguiente, en esa cita con su hijo… Y luego, en la tarde del viernes, cuanto con tanto esmero se acicalaba para tal cita, perfilándose, con todo cuidado, la línea de sus ojos, de sus labios… Maquillándose con todo detenimiento… Y la muy “eso” de su amiga, de Chelo, diciéndole con toda sorna: “Tranquilízate, chica; que más parece que vas a una cita con el gran semental de todos los tiempos que a verte con tu hijo”…
Eso de elegir muy bien elegida la ropa, tenía mucha significación; sencillamente, quería lucir un terno, un vestido, que revelara, bien reveladas, sus femeninas gracias: La turgente rotundidad de sus senos, las femeniles curvas de sus caderas, sus nalgas, su culito, pero de manera que tampoco la cosa resultara tan ostensible; era algo, realmente, muy femenino: El milenario arte de la seducción todo él sutileza; todo sugerido, nada palmario… El arte de provocar al hombre, sin que pareciera provocación, de mostrar tapando…de tapar mostrando… Y luego, lo de esa tarde inmediata anterior; ese querer aparecer hermosa entre las hermosas, bella entre las bellas, deseable entre las deseadas… Sí; su amiga Consuelo tenía razón: Ella, para lo que se preparaba no era para encontrarse con un hijo, un ser, por naturaleza, asexuado para la mujer que es su madre, sino para un hombre con toda su carga sexual… Un hombre que no era otro más que su propio hijo Él era el hombre al que deseaba seducir; él quien quería que la encontrara bella, deseable… Él quién quería que la deseara…la deseara como un hombre desea a una mujer
Pero eso era de locos; de desequilibrados… ¡De monstruos, bestias humanas!... ¿Era ella, entonces, una loca…un monstruo, una bestia humana?... “¡Dios mío, Dios mío!; pero… ¿Qué me pasa?… ¿Cómo puede ser esto? ¡No es posible…no es posible!”, se decía. Pero sí; era posible. Totalmente posible. Era así; deseaba seducirle, conquistarle, como una mujer desea conquistar a un hombre… Y quería que la deseara, que deseara su cuerpo, como cualquier hombre desea un cuerpo de mujer, por la sencilla razón de que ella así, tal y como cualquier mujer desea a un hombre, le deseaba a él… Aunque fuera su hijo…su propio hijo… Lo dicho; de locura, de aquelarre… De monstruo degenerado, en femenino. Se acabó la leche en el vaso y el cigarrillo se consumió, reducido ya a simple, mísera, colilla que acabó su cortísima vida al chorro de agua de la fregadera para inhumarse en el cubo de la basura. Se marchó al dormitorio a tratar de dormir algo, cosa que, hasta que ya el sol se adueñó del ambiente, siete y un pico muy largo de la mañana, no logró, por la jaula de grillos que poblaba su magín (Según el RAE, “magín=imaginación; aquí, por sus sinónimos: Mente, cabeza)
Como de otra forma no podía ser, despertó tarde, pasada la una del mediodía, y fue, directa, a la habitación de Eusebio, a ver cómo estaba; durmiendo, plácidamente. Y, por fin, al baño, a satisfacer imperiosa necesidad fisiológica y lavarse; de allí, sin molestarse en arreglarse, con el mismo albornoz que la noche anterior llevara, que con él se acostó y con él se levantó, se fue a la cocina. Puso a calentar un tazón de leche y encendió la cafetera, cargándola de café. Entonces, escuchó los pasos de su hijo por el pasillo y cómo entraba al baño, para, minutos después, oír el agua de la ducha. Ya caliente la leche, la llevó a la cafetera, haciéndose un café con leche, un tanto cargado. Sacó la tostadora eléctrica, cargándola con dos rebanadas de pan, y dispuso dos pastillas individuales de mantequilla y otras tantas de mermelada. Y se sentó a la mesa con su café, que comenzó a tomar a sorbos cortos, pequeños… Y, al rato, cuando el café lo llevaba más de mediado, apareció su hijo por la cocina, enteramente vestido, pero con un “careto” que ya, ya, espejo de los estragos de la anterior noche. No levantó la cabeza, dejándola baja, como entró, sin fuerzas ni valor para enfrentar la mirada de su madre
• Buenos días, mamá
• Buenos días hijo; ¿cómo te encuentras?... ¿Estás mejor?
• Bien; bien mamá… Estoy bien, gracias
Eusebio siguió con la cabeza baja, rehuyendo los maternos ojos
• Pues anoche bien que la “enganchaste”… ¡Ja, ja, ja!... (Algo forzada sí que le salió la risa, bastante menos alegre de lo que quería demostrar) ¡Que menuda traías!...
Eusebio siguió desviando la vista y con la cabeza gacha
• SÍ… Creo…creo que me “pasé” un poco
• ¡Un poco dice!... ¡Un muchísimo!... Setenta “pueblos” y medio, por lo menos…
• Pues no…no me acuerdo de nada
• ¿No te acuerdas de las vomitonas que soltaste?
• Pues no, mamá… Lo siento… Se ve que sólo sirvo para darte disgustos…
• ¡Pues tres!... ¡Tres vomitonas que soltaste, hijo, una tras otra!... Y nunca mejor dicho lo de “una tras otra” pues apenas salías de una la siguiente ya estaba en marcha… ¡Dios y cómo lo pusiste todo, el pasillo, el baño!... ¡Hasta a mí me “chipiaste”, de la punta del pelo a la del pie! (“Chipiar”, voz española, hoy casi en desuso; mojar, por accidente o broma, por el chapoteo de un coche en día de lluvia, o niños jugando con globos de agua)
• Perdona mamá; una vez más… ¡Y van!... Se ve que sólo sirvo para eso, para disgustarte… Para herirte…para portarme mal contigo. Pero no te preocupes, que esta será la última vez… Me iré; me marcharé; saldré de tu vida para siempre… Dejaré de ser un problema para ti… Hoy mismo me iré de casa; tan pronto termin...
No pudo terminar la frase, pues su madre, con el rostro encendido entre alarma y cólera, le cortó
• ¡Cállate y no sigas soltando sandeces por esa boca!... ¡De irte de casa, nada!... ¿Está claro?...
Y Eusebio se calló, más asustado que otra cosa, pues su madre le imponía que era una vida suya, de su madre. Ágata, al punto, se suavizó; se levantó y fue a sentarse junto a su hijo. Lo primero que hizo, fue besarle, acariciar su rostro, con infinito cariño, para tranquilizarle, darle seguridad; luego, tomándole las manos, toda amorosa, empezó a hablarle
• Mira cariño, anoche ocurrieron cosas horrendas; me hiciste un daño atroz, inhumano; me ofendiste como nadie, nadie, lo había hecho… Como nadie nunca lo hará… Y tú, precisamente, mi hijo… Lo que más quiero… Por quien siento un cariño que es más adoración que otra cosa… Pero rectificaste; me pediste perdón… Hasta de rodillas y llorando… Te arrepentiste de ello, y sé que muy de veras… Cariño mío, no sabes lo tremenda que fue la noche, desde que te marchaste como te marchaste, desesperado, hundido… Pasé un miedo terrible, pensando en lo que pudieras hacer en tal estado; cualquier locura, pensaba, temía, horriblemente; hasta atentar contra tu vida… Y yo me moría… Me moría de angustia, de dolor… Si llega a pasarte algo irreparable, yo…yo me habría suicidado… Ese dolor tan horrendo no lo superaría nunca…porque me sentiría responsable… Porque también yo me siento culpable de lo sucedido por mi forma de tratarte todos estos años pasados…más de veintidós… Negándote mi cariño hasta niveles tan inhumanos que igualan tu afrenta de anoche… Agrediéndote, no por incruenta, menos cruelmente, con aquellos epítetos que te prodigaba, llamándote de todo… Esa despectiva superioridad, soberbia, con que te trataba… Lógico que llegaras a odiarme lo bastante como para atacarme de la forma que lo hiciste… Porque yo sé bien lo que lo que buscabas: Castigarme, vengarte de todo lo que te hice, violándome… Querías herirme en lo más íntimo, lo más doloroso, en que a una mujer se le puede herir…
• Te equivocas mamá; yo nunca, nunca, te odié por aquello… La verdad es que siempre te he querido con más adoración que cariño… Claro que sufría, y desde muy, muy niño… No entendía por qué, sistemáticamente, me rechazabas y con “cajas destempladas”. (Airadamente, de malos modos) Pensaba que era por mi culpa, porque me portaba mal… Porque era un niño malo; yo quería ser bueno, hacer que me quisieras, que estuvieras contenta conmigo, pero no sabía cómo hacerlo, qué hacer para ser bueno… Luego, comprendí que no era así; que, simplemente, tú no me querías. El por qué, no entendía, no me lo explicaba, pero era así, y yo no podía hacer nada por evitarlo… Lo acepté; me resigné a que tú no me quisieras, sin por ello dejar de quererte… Y claro, dejé de buscarte; de querer estar contigo… Hasta que tú, sorprendentemente, te acercaste a mí; me empezaste a querer… Y entonces, fui feliz… Dichoso… Hasta que vi eso, las fotos, los videos… Me partiste el alma… El corazón… Fue como si algo muy íntimo se me rompiera en lo más hondo de mí… Y te odié; te odié con toda mi alma…con toda la fuerza con que antes te quisiera, queriendo herirte en lo más hondo, lo más profundo… Pero sin poder dejar de quererte… Eso, quererte, es más fuerte que yo… Más fuerte que nada, mamá querida…
Ágata, conmovida, le abrazó, le besó, con toda ternura, con toda dulzura… Con el inmenso cariño que le tenía
• Mi amor; ¿sabes una cosa?... Olvidemos todo…todo lo de anoche… Como si no hubiera pasado… Como si nunca sucediera… Y prosigamos esa vida tan bonita, tan hermosa, que últimamente llevábamos los dos juntos… Sí; juntos… Hasta que eso no pueda ya ser porque te marches para unirte a una chica…a una mujer, y hacer tu propia vida con ella… Con los hijos que los dos tengáis… Hasta que formes tu propia familia
• No mamá; eso no pasará nunca… Nunca, nunca, ¿me oyes?... Nunca, nunca, te dejaré… Nunca me apartaré de ti… No, mientras tú vivas… Mientras no seas tú la que me abandone…
Ágata, complacida, sonrió, si bien en esa sonrisa había bastante más tristeza que alegría
• Cariño; yo sé que ahora piensas así, pero lo que yo te digo pasará… Es ley de vida, inamovible… Inalienable… Siempre, al final, los polluelos, acaban por desarrollar alas propias y abandonan el nido materno… Para crear su propio nido…
Se quedó callada; se quedaron callados los dos, a veces mirándose, a veces no, con las manos entrelazadas, acariciándoselas mutuamente, hasta que ella, Ágata, rompió aquél “paso de un ángel”
• Por cierto cariño; que, de esa faceta de tu vida íntima, tus aventurillas con chicas, no sé nada… ¿Tienes novia?
• Pues no mamá; no tengo novia…
• Pero la habrás tenido, ¿no?... A ver; ¿con cuántas nenas lo de “folgar con hembra placentera?
• ¡Ja, ja, ja!... Mamá, ¡qué mala eres!... Pues con ninguna… Aunque no te lo creas… Y, de novias, ni pun… Nada; nada en absoluto
• ¡Oye, oye!... ¿No me habrás salido?...
• ¡Ja, ja, ja!... Cuando digo que eres “malísma”… Pues, no, mamá… Los tíos no me gustan...
• Pues no lo entiendo, hijo… ¿Tan…tan exigente…tan sibarita eres en cuestión féminas?
• ¡Psch!... Diría que normal…
• Pues cada vez lo entiendo menos… Es que…es que… ¿Nunca te ha gustado ninguna?... ¿Ninguna te ha hecho nunca “tilín”?… ¡No me lo puedo creer!... ¿Nunca te has enamorado?…
Eusebio se puso serio, y bajó la cabeza, con la cara ligeramente roja
• Bueno… Sí; hay una mujer…
• ¡Loado sea Dios!... ¡Mi niño está enamorado!... Y… ¿Y quién es?... ¿Una compañerita la mar de pizpireta?
De nuevo Eusebio quedó mudo…pensativo; como si evaluara la respuesta
• Bueno; sí… Podría decirse que es una compañera…
• Y qué pasa… Porque, o es tonta perdida o en la cara no tiene ojos… Porque, nene; “guaperas” sí que eres…y un rato largo… Y, como hombre, un tipazo de tío… ¿Qué le pasa a esa gilipollas que no está a tus pies?
Él se echó a reír
• No mama; no es ninguna gilipollas… Simplemente, en este aspecto, yo para ella no existo…
• ¿No sabe que la quieres?
• No
• Entonces, hijo, y sintiéndolo mucho, el gilipollino eres tú, por no “entrarle”… Qué es; ¿una nena que ni sabe dónde tiene la mano derecha?... Porque ya me dirás; que un tío esté por una, a ninguna se nos escapa… Luego, si todavía no se ha “coscado”, es porque es gilipollas, una nena demasiado joven para “coscarse” o una tonta’l’haba que ni se entera de nada ¿Qué edad tiene?
• No; no es una jovenzuela gilipollas, como tú dices, sino una mujer hecha y derecha; tiene… Bueno; tu edad, talmente: Treinta y siete años para los treinta y ocho
• Pues no me lo creo, cariño; una tía así se da cuenta, sin lugar a dudas, de que un tío está por ella; por tímido que el “gachó” sea…por furtivas que sean sus miradas, ella, al momento, las percibirá… Se “coscará” del interés que en el tío causa… Y, te lo digo yo, si el tío es como tú, un pipiolillo comparado con ella, guapote y tío “gueno”, al punto, se le caen las bragas… En fin, que la invitas un día a tomaros lo que sea y la tienes “en el bote”… ¡Si lo sabré yo!
• No mamá; no… No puede darse cuenta… Te lo he dicho: Yo, para ella, como hombre, no existo… No puede verme así… Es imposible… Imposible mamá; imposible… Y otro imposible que yo haga nada… No mamá; las cosas son como son… (Hizo una pausa, para después, suspirando, añadir) Mamá; tuve la malísima suerte de irme a enamorar de la única mujer que no puedo…no debo, enamorarme… La única, mamá; la única en todo el Mundo, de la que no debo, enamorarme…
FIN DEL CAPÍTULO
Relato erótico enviado por Anonymous el 14 de December de 2007 a las 13:35:08 - Relato porno leído 783541 veces
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Comentarios enviados para este relato
katebrown
(18 de October de 2022 a las 21:31) dice:
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