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Una lección de hípica con Verónica

Relato enviado por : jj1 el 23/04/2004. Lecturas: 4167

etiquetas relato Una lección de hípica con Verónica .
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Resumen
Estaba preciosa con su gorrito gris de hípica bajo el que desbordaba una enredada cabellera casi pelirroja. Imponente en sus altas botas de montar y con los pantalones de hípica ajustados que moldeaban a la perfección los contornos de sus piernas y d...


Relato
Yo no había montado nunca y esperaba no hacer demasiado el ridículo ante Verónica, una compañera de la oficina tras la que llevaba semanas intentando que accediera a una cita y quien finalmente me convenció para que fuéramos a un club hípico.


De entrada me pareció algo snob pero de ninguna de las maneras iba a desaprovechar la oportunidad de salir con Verónica.


En las afueras de la ciudad había varios picaderos bastante concurridos los fines de semana y festivos, pero ella, manifestando un conocimiento del tema que yo no hubiera imaginado, insistió en que debíamos ir a un club de hípica que ella conocía bien, situado a unos 80 kilómetros de la ciudad.


Así fue como quedamos a primera hora de la mañana de una fría mañana de primavera que era festiva en la ciudad. Pasé con mi coche a recogerla a la puerta de su casa, en un barrio alto de la ciudad. Ella me esperaba fuera, junto a la parada del autobús. Llevaba una enorme bolsa de deporte.


- Buenos días, ¿Qué llevas ahí?


- Mi equipo de montar ¿Lo pongo detrás?


- Sí, espera que abra el maletero y te ayude.


Me dio un beso en la mejilla y subió en el coche. Tenía la cara sonrojada, pensé que del rubor por haberme dado el primer beso, aunque fuera de cortesía, pero seguramente fuese por el frío. Las previsiones del tiempo no eran muy buenas.


- Así que llevas tu propio equipo de montar.


- Sí. Es uno de mis hobbies favoritos, desde que era una niña.


Por el camino, como no podía ser de otra manera en dos personas que se conocen en el puesto de trabajo, hablamos de asuntos laborales y aprovechamos para comentar o criticar a nuestros compañeros.


A mitad de camino, ya en la provincia vecina, empezó a llover con cierta intensidad. Le pregunté que si sería posible montar con lluvia y ella me contestó con seguridad que sí.


Cuando por fin llegamos, sorpresa: el picadero estaba cerrado. Un cartel en la puerta anunciaba los horarios de apertura los fines de semana y festivos de 09 a 19 horas, pero, aunque ya eran más de las 10, el club seguía cerrado. Al parecer en aquella localidad el día no era festivo.


Más de una hora de viaje para nada, pensé. Pero Verónica no se mostraba muy contrariada.


- Y ahora ¿Qué hacemos? - Pregunté.


- Mira los caballos. ¡Pobres! Están deseando que los saquemos a pasear.


Dos cabezas de equino asomaban de las caballerizas, y aunque desde la distancia a la que me encontraba de los animales y con la lluvia que caía no podía verlos con claridad, se me antojó que no les apetecería salir bajo aquel aguacero.


Pero Verónica no estaba dispuesta a abandonar la idea de montar aquella mañana y, sin darme tiempo a poner objeciones, me dijo "no te preocupes que hoy montaremos". Bajó del coche, sacó su gorrito de hípica de la bolsa, se lo puso y abrochó bajo la barbilla y se dirigió hacia una de las vallas laterales.


- Podemos entrar por aquí. Hay un trozo de valla caído… Coge la bolsa con mi equipo y ven.


Verónica no perdió un segundo y corrió por el campo de monta hasta las caballerizas. Yo cogí la bolsa y también me encaminé hacia allí, sin correr, con cuidado de no resbalar en el césped. Pero eso sí, mojándome por completo.


A partir de aquí, lo que ocurrió lo viví como en un sueño.


Las cuadras estaban cerradas con un candado y no se podía acceder a los caballos sin forzar éste. Por suerte el porche de las cuadras era amplio estaba techado con un chamizo que nos permitía resguardarnos de la lluvia.


Mientras yo me quitaba con dificultad la cazadora empapada, y me sentaba en un banco de madera que había bajo el porche para quitarme los encharcados zapatos, Verónica acariciaba la frente y hablaba con uno de los caballos que asomaba la cabeza por encima del portón de la cuadra.


Estaba preciosa con su gorrito gris de hípica bajo el que desbordaba una enredada cabellera casi pelirroja. Imponente en sus altas botas de montar y con los pantalones de hípica ajustados que moldeaban a la perfección los contornos de sus piernas y de su pequeño y bien formado trasero que parecía ofrecérseme como un melocotón maduro.


Cuando se volvió hacia mí un momento para invitarme a acariciar yo también al caballo, con una voz que se me antojó infantil, noté que bajo la blusa blanca mojada se transparentaban dos oscuros pezones que pugnaban por abrirse paso entre la tela del liviano sostén.


La visión de Verónica, así inclinada de espaldas a mí, me atrajo como un imán y no pude resistir la tentación de abrazarla desde atrás, restregando mi pene enardecido bajo los tejanos contra su culo, tomando sus pequeños y duros pechos en mis manos, ante la mirada desdeñosa del caballo.


Fue un impulso en el que no valoré ni por un instante la posibilidad del rechazo, pero aún así me sorprendió la actitud de ella, que no abandonó aquella postura inclinada ante el caballo, mientras yo continuaba con mis aproximaciones hacia el objetivo de mi deseo.


Como vi que Verónica se dejaba hacer y que poco a poco iba modificando su postura para facilitar el encaje de mi paquete entre sus nalgas, me atreví a dar unos pasos más y fui desabotonándole la camisa, mientras besaba su cuello y su pelo húmedo. Cuando acabé de desabrochar la camisa, le solté el sujetador y me entretuve jugueteando con sus duros pezones.


Verónica estaba, sin duda, disfrutando. Había provocado aquella situación y ahora se estaba deleitando con su triunfo sobre mí.


Yo le di la vuelta para besarla en la boca y para chupar sus apetecibles tetas pero ella a penas si me dejó probar sus mieles y enseguida volvió a darme la espalda, pero esta vez bajándose los pantalones de montar hasta las rodillas, apoyó las palmas de sus manos en la pared, junto a la ventana por donde asomaba el caballo, para ofrecerse de forma inequívoca. La imagen de su culo prieto y blanco y de la mata de vello rojizo que adornaba su sexo era turbadora Me quité los pantalones y los calzoncillos, y me dispuse a disfrutar de un momento inolvidable.


Empecé restregando mi empalmado miembro en la raja de su culito, subiéndolo y bajándolo hasta la entrada de su coño, lubricando con mis fluidos todo ese arco de placer, mientras con una mano acariciaba sus pechos y con la otra, mis dedos hurgaban su mojada vagina.


Ella acompañaba mis movimientos con ligeros jadeos y con contorsiones de placer que parecieron despertar la atención del equino.


Cuando consideré que los preliminares ya habían culminado y que era preciso pasar al siguiente nivel del juego, introduje la punta de mi capullo en su coño perfectamente lubricado, pero Verónica me corrigió con sus manos el objetivo. Tomó mi polla y la llevó hasta la entrada de su ano y me pidió, de una forma que sonaba a orden, que la montase por atrás.


Yo nunca lo había hecho de aquella forma. Jugar, sí, pero introducirla, no. La verdad es que en mi convencional experiencia sexual no había tenido la ocasión de penetrar a una mujer por atrás. Así es que cuando empecé a introducirla, lo hacía con difilcultad. No acaba de entrar y notaba en la punta de mi pene cierto dolor al no conseguir franquear aquella entrada. Pero Verónica no estaba dispuesta a que ese contratiempo impidiera su objetivo. Me pidió que cogiera una lata de que había dentro de su bolsa de deporte. Me explicó que era grasa protectora para la piel de las botas y me dijo que embadurnara bien su culito con mis dedos. Se quitó la blusa, siguió con los pantalones de montar hasta las rodillas y con las botas puestas y se puso sobre el suelo del porche, a cuatro patas, esperando impaciente a que yo cumpliera sus órdenes.


Unté dos dedos con aquella crema espesa y empecé a restregársela en su entrepierna y adentrar mis dedos en su orificio. Verónica estalla de placer, y no paraba de indicarme lo que debía de hacer. Me pedía que continuara introduciendo mis dedos en su culo. Primero uno, luego me pidió que introdujera dos y, finalmente, me pidió que se la metiera, sin miedo. Me dijo que entraría sola. Y acertó. Mi pene, con el capullo más hinchado y caliente que nunca, probablemente por el contacto de aquella crema, entró en aquel deseado lugar, sin apenas resistencia. Pude meterla hasta el fondo y embestirla una y otra vez.


Verónica no dejaba de jadear de placer y de gritar que la montara. "Monta a tu yegua", "Móntame". Cuando estaba a punto de correrme, saqué la polla y eyaculé profusamente sobre su culo y su espalda. Fue increíble.


Me senté sobre el banco, algo cansado por la postura, y comprobé que mi improvisado fuste continuaba rígido y extraordinariamente hinchado. Notaba como la sangre bombeaba mi miembro totalmente erecto. Verónica no parecía dispuesta a que la sesión acabara ahí y aprovechó la oportunidad que le brindaba mi empinada polla para sentarse sobre ella, cuidando que entrara suavemente dentro de su caliente conejito.


"Ahora soy yo quien monta". Decía con voz entrecortada mientras subía y bajaba su culo con diestros y rápidos movimientos que le clavaban cada vez más adentro mi endurecido miembro.


Al cabo de unos instantes me volví a correr, estaba vez dentro de su coño, mientras Verónica prolongó su orgasmo unos instantes después, una vez cesó su galope de experta amazona.


- Ves. Te dije que hoy montaríamos. ¿Te ha gustado la experiencia?


Sin duda que me había gustado, aunque empezaba a preocuparme la obstinación de mi pene por seguir tan empalmado o más que en el primer envite.


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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 21:29) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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