Cuando fueron despertándose debían rondar las seis de la tarde. Yo fingí hacerlo también y tía Carmen, mirándome, mirándome dijo:
.- ¿Pero nena, cielo, cómo estás así?
Reparé en que mi vulva estaba empapada. Mirándome pude comprobar que sus labios brillaban como entreabriéndose, y que incluso en el interior de mis muslos podía apreciarse la humedad.
Me sentí perdida, muerta de vergüenza. Sin saber cómo reaccionar, salí corriendo hacia la piscina. Atravesé la pequeña pradera de césped y salté al agua. Nadé hasta el fondo, y me quedé muy quieta, apoyada en el borde, mirando hacia el mar. Estaba muerta de vergüenza. Incapaz de reaccionar, deseando poder desaparecer, esfumarme sin dejar rastro.
Tía Carmen no tardó en llegar hasta mi. Oí el leve chapoteo al meterse en la piscina a mi espalda. La oí acercándose. No me atrevía a darme la vuelta. Quería morirme. Me alcanzó, y sentí sus brazos agarrando mi cintura. Comenzó a susurrar junto a mi oído con dulzura, en voz muy baja, cálida y acogedora.
.- ¿Qué te pasa, mi niña?
Comencé a gemir en silencio. Hipaba dejándome abrazar, sintiendo ese estremecimiento convulso del llanto de chiquilla. El abrazo de tía Carmen era cálido, amoroso.
.- Has visto al tío y los primos ¿Verdad?
.- …
Asentí con un movimiento nervioso de la cabeza, resistiéndome a mirarla, con la mirada perdida en el mar a lo lejos.
.- Y te has sentido excitada, claro...
.- …
Yo no comprendía como me había sentido, aunque el término empleado por mi tía me pareció que debía ser el que mejor lo definiera. Asentí una vez más. Los brazos de mi tía envolviendo mi cintura, la leve presión de sus senos en la espalda, su voz susurrada junto a mi oído, que me cosquilleaba... De repente, su sola presencia resultaba reconfortante, dulce y suavemente turbadora.
.- ¿Y qué tiene de malo eso para que llores, mi amor?
.- …
.- Dime, cielo ¿Qué tiene de malo?
.- Es... es pecado -respondí en voz muy baja, entre sollozos, sintiéndome un poco tonta al escucharme-
Tía Carmen rió muy suavecito. Su risa resonaba en mis oídos como música. Me apretó un poquito mas en su abrazo. Poco a poco, empezaba a sentirme mejor.
.- No, mi vida ¿cómo va a ser pecado quererse?
.- …
.- Tus primos y nosotros nos queremos mucho, y por eso nos besamos, nos acariciamos, y nos damos placer unos a otros. Eso no puede ser pecado.
Sus palabras, pese a contradecir tan abiertamente lo que me habían enseñado, parecían de una lógica consistente. Quererse era bueno. Las hermanas hablaban siempre del “Amor”, así con mayúsculas, y el Amor era bueno. Quererse mucho, como decía mi tía, no podía ser pecado.
.- ¿Tú nunca...?
.- …
Negué con la cabeza en silencio, un poco avergonzada, como si de repente lo extraño me pareciera lo mío. Tía Carmen me besó con suavidad junto al oído. Sentía sus pechos en la espalda. Su beso me causó un cosquilleo extraño, entre el placer y la angustia. De repente, su beso y sus pechos en mi espalda eran mi mundo, y me costaba pensar en otra cosa.
.- ¿Nadie ha acariciado nunca tu cuerpecito de princesa?
.- …
Sus palabras me hacían sentir un poco extraña. Parecía extraño que nadie hubiera “acariciado mi cuerprecito de princesa”. Parecía absurdo. Aflojó su abrazo sin separarse de mi. Sus manos se apoyaron en mi tripa. Las movía muy despacio, haciéndome sentir una angustia deliciosa. Volvió a besarme muy cerca de donde la primera vez, pero entonces sus labios se detuvieron unos segundos sobre mi piel.
.- Eso tenemos que arreglarlo, -me dijo en voz aún más baja-. No podemos dejar que se mustien estos pechitos dulces como de algodón de azúcar.
.- …
Mientras lo decía, una de sus manos se deslizó sobre ellos. Mis pechos eran apenas incipientes pirámides entonces. Mis pezones parecían esponjillas inflamadas y sensibles. A menudo me dolían. El contacto de su mano, sin embargo, me pareció turbador, delicioso. Creo que dejé escapar un quejidito mimoso
.- No quiero que mi princesita se sienta mal. No, cariño. Tú vas a sentirte la mujer más feliz de la tierra.
.- …
Todo, de repente, parecía adquirir una lógica abstracta y confusa. Lo vivido adquiría una consistencia vaporosa, se transformaba en una visión excitante. Los labios de tía Carmen, en mi hombro, dibujaban una línea de besos lenta y cadenciosa. Parecía como si desde ellos, irradiara un estremecimiento delicioso que me recorría la espalda. Sentí su otra mano sobre el pubis, y una línea de placer expectante partía desde ella hacia sus labios atravesándome entera. Involuntariamente, mis piernas se separaron como invitándola, y su mano se deslizó hasta él cubriéndolo, presionándolo levemente. Volví a gemir. Movía la mano lentamente, apoyada en mi vulva, apretándola con delicadeza y aflojando al momento la presión. Sentí sus dientes rozándome en el cuello. Flotaba en el agua templada sujeta tan solo por sus manos que me acariciaban. No había nada, solo sus manos, sus labios, sus senos en mi espalda.
Me hizo girarme y quedarme cara a cara frente a ella. Me atrajo hacia sí, y yo me abracé como si temiera ahogarme. La envolví con mis piernecillas flacas y sentí el tacto cálido de su vientre en mi sexo. Era embriagador. Sujetaba mi culito con las manos, lo acariciaba. Tiró suavemente de ellas para elevarme, colocando mis tetillas a la altura de sus labios, que se apoderaron de mis pezones esponjosos y sensitivos. Me abracé con fuerza a su cabeza, gimiendo ya sin parar. Sentí sus dedos descendiendo de mis nalgas hasta acariciar mi vulva, y me sentí morir de placer. Mi pelvis se movía sola, mis pezones buscaban sus labios. Sentía sus senos en mi tripa, blandos, amorosos, cálidos.
Aventuró uno de sus dedos apenas unos milímetros en mi interior. Me agarré a su cuello con fuerza, estremeciéndome, presa de un ataque salvaje como de vértigo, y mi cuerpo comenzó a temblar, a convulsionarse. La cabeza me daba vueltas y mi culito se movía solo, presa de un terrible estremecimiento. Era como perder la conciencia.
.- Córrete así, mi niña -escuché como a lo lejos el susurro de su voz-. Córrete para tu tía, mi amor...
Sentí como mi cuerpo descendía de una nube suavemente. Tía Carmen me abrazaba muy fuerte. Besaba mis labios con cariño, y los suyos estaban templados y dulces. Sabían bien. Mis piernas todavía envolvían su cintura, y estaba abrazada a ella muy fuerte. Parecía que temiera perderla. No quería separarme nunca de aquel abrazo cálido y dulce, capaz de causarme una sensación de tan intensa felicidad.
Tía Carmen, de repente, lanzó una risa sonora y cristalina. Mirándose los dedos dijo:
.- Vamos a salir del agua, o terminaremos convertidas en las mujeres esponja.
Reí junto con ella sintiéndome la muchacha más feliz de la Tierra. Salimos por la escalera. Ya no tenía vergüenza. De alguna manera, mi mundo parecía haber cambiado. Tío Alberto, mis primos, tía Carmen, charlaban y bromeaban omitiendo el incidente, como si nada hubiera sucedido. Me encontré envuelta en una atmósfera agradable que me hizo sentir reconfortada. Estaba extrañamente relajada, sonriendo como una boba. Ni siquiera sabía de qué me hablaban las gemelas, que se habían sentado a mi lado, rodeándose, en la tumbona donde me había dejado mi tía para ir a buscar una toalla, y me secaban parloteando sin parar. Tío Alberto me miraba sonriendo, y miraba a su mujer con un brillo en la mirada que me pareció atento y divertido.
Charlamos hasta que anocheció, riendo, contándonos chistes. De repente me sentía confiada y tranquila, rodeada de afecto en un ambiente distendido y feliz. Tan diferente de aquel donde mi vida se desarrollaba habitualmente.
No es que la mía fuera una vida desdichada. En absoluto. Al contrario: papá y mamá me querían, y me trataban con dulzura. Las hermanas eran -casi todas- mujeres agradables y educadas que se preocupaban por nosotras y nos cuidaban. Mi casa era bonita, tenía juguetes y amigas... Pero allí... Allí, en Javea, en casa de mis tíos, parecía respirarse un aire de libertad, una manera serena de dejarse ser feliz, una complicidad amable y cariñosa, que yo nunca había experimentado antes.
Me pareció que la tarde pasaba en un suspiro. Cayó la noche. Cenamos y mi tía dio orden de marcharnos a la cama. Me sentí decepcionada. No quería que aquel día terminara nunca. Oí a Lula amagar una protesta que tío Alberto abortó con un guiño. Tica propinó a su hermana un codazo que la hizo protestar.
.- Si queréis, podéis jugar un rato en vuestro cuarto, pero ya es hora de que nos dejéis un poco tranquilos a los mayores -dijo tía Carmen armándose de argumentos-.
Una vez en el dormitorio, mis primas se desnudaron rápidamente. Hice ademán de ir a ponerme el pijama, pero Tica me disuadió:
.- Deja eso, anda, que esto no es Segovia y te va a dar un sarampión.
Entramos las tres juntas en el aseo para lavarnos los dientes. Me gustaba ver sus cuerpos. Tras la tarde en la piscina, ya no tenía vergüenza. Las gemelas tenían la piel morena. Empezaban a apuntar claros rasgos de femineidad, aunque no estuvieran todavía completamente desarrolladas. Ambas tenían el pelo rubio corto, con media melenita, y un aire nórdico que las hacía muy hermosas. -”no se a quien han salido estas niñas tan guapas”, solía decir mi madre cuando nos encontrábamos, burlándose de su hermana, insinuando que no eran feas como ella-. Comparadas conmigo, estaban mucho más crecidas, más mujeres. Me daban envidia sus tetitas, claramente redondeadas ya, de pezoncitos pequeños y claros, y los vellos claros que cubrían sus pubis con mucha mayor densidad que el mío. Al menos, eran un poco más bajas que yo, y aquella idea me ayudó a mitigar un poco el sentimiento de inferioridad que me causaba su apostura.
Cuando estuvimos aseadas, nos sentamos las tres en la cama de Tica, formando un triángulo. Lula y yo con la espalda apoyada en la pared y el cabecero, respectivamente; Tica a los pies de la cama. Comenzamos a hablar en voz baja, en voz de confidencia. Todavía me hace gracia recordarnos tan serias.
.- Mamá ha estado jugando contigo en la piscina.
.- Sí -respondí humillando un poco la mirada y sintiendo que el rubor asomaba a mis mejillas-.
.- ¿Te ha gustado?
.- Sí -respondí en voz muy baja-.
Todavía me daba pudor referirme a ello. En el fondo, algo en mi interior seguía diciéndome que, pese a la dulce sensación, aquello tenía un algo de pecaminoso.
.- Mamá sabe acariciar muy bien -dijo Lula con aire suficiente, como de conocedora del asunto-.
.- Yo también se hacer cosas -continuó Tica-.
.- Sí, Tica es muy buena.
.- ¿Quieres que te enseñe?
Sin saber muy bien por qué, asentí con la cabeza, y mi prima se acercó a mi comenzando a besar mis labios con dulzura. Inexplicablemente, no me daba vergüenza. Me sorprendió que su lengua se introdujera en mi boca. Sabía a menta. Cerré los ojos para sentirla. Me causaba una gran “excitación”. Su lengua se movía, como invitando a la mía a juguetear con ella. Acepté el juego de perseguirla hasta su boca, y me estremecí cuando cerró sus labios en torno a ella y la succionó suavecito. Sus manos se apoyaron en mis muslos atrayéndome hacia sí. Me adelanté un poco, presa de una extraña ansiedad, y sentí que Lula se colocaba a mi espalda. Sus manos se apoyaron en mi cintura, y comenzó a besarme el cuello como antes lo hiciera tía Carmen, aunque con mayor apremio, sin esa paciencia lenta y serena. Un escalofrío de placer me recorrió la espina dorsal.
Lentamente, las manos de Tica avanzaban por mis muslos, y las de Lula subían por mi costado mientras los labios de ambas me hacían sentirme transportada, como en trance. Sentí que mi vulva se humedecía, que la adelantaba como llamándola, como urgiéndola a llegar hasta “allí”. Lula no tardó en alcanzar mis tetillas. Deslizaba sus dedos suavemente alrededor de mis pezones inflamados y esponjosos haciéndome gemir. Sus labios parecían ventosas pegándose en mi cuello. Podía ver destellos de colores en mis párpados cerrados.
Cuando las manos de mi prima alcanzaron mi pubis, me pareció que mis labios vaginales se entreabrían. Un calambre intenso, delicioso, me recorría la espalda. Todo eran labios, caricias, diminutos espasmos de placer. Algo en mi interior ansiaba el contacto de sus dedos en mi sexo. Me escuchaba lanzar gemidos mimosos, mimosos suspiros de placer que casi se transformaron en gritos cuando alcanzó el ansiado contacto. Noté que sus dedos se deslizaban a lo largo de mi rajita húmeda y caliente.
Sus labios se separaron de los míos, y comenzaron un lento camino de descenso. Rendida, vencida por aquel mar de caricias, mi cuerpo se iba deslizando entre los brazos de Lula, que me dejaba caer. De repente, los labios de ambas estaban en mi cuello, en mis hombros. Había manos en mis senos, y en mi vulva, que parecía palpitar. Continuó su camino. Su lengua lamía mi pecho, y me hizo temblar cuando comenzó a recorrer mis pezones, a metérselos enteros en la boca humedeciéndolos, jugueteando con su lengua y ellos. Mi culito se movía solo. Parecía perseguir sus dedos. Rozó el botoncito y me sentí enferma de placer. Y seguía pecho abajo, tripa abajo, lamiendo, besando, succionando mi piel aquí y allá, despertando en ella pequeños estallidos como una cosquilla deliciosa. Alcanzó mi pubis. Sus labios besaban la línea donde los muslos de unen a él. Jadeaba de placer. Parecía que me ahogaría, que no podría resistir aquello. Experimentaba un ansia terrible, un deseo terrible e indefinido.
Y, de repente, su lengua sustituía a sus dedos, y recorría mi sexo como con ansia. La sentía como en sueños deslizarse entre sus labios, rozar mi clítoris, que sentía inflamado y sensitivo. Lo tomó entre los labios. Comenzó a besarlo como antes con mi lengua, a succionarlo flojito, a juguetear con él y su lengua. Mi cuerpo era ya tan solo un manojo de nervios, un terrible temblar. Mis muslos se cerraban como queriendo atrapar su cabeza; se abrían como llamándola. Mi pelvis se movía de un modo inconsciente y violento. Mis manos se agarraban a su pelo, tiraban de su cabeza para atraerla más a mi.
Estaba rendida, caída de espaldas en la cama, convulsionándome. Sentí un calor en la cara, húmedo y dulce. Abrí los ojos. Lula estaba de rodillas alrededor de mi cabeza. Su sexo brillante y rosado se ofrecía a mis labios. Supe lo que tenía que hacer, y comencé a lamerlo, a tratar de reproducir en ellos la caricia que recibía de su hermana. Mi prima gemía. Su rostro reflejaba tal placer como el que yo estaba recibiendo, y ello me hizo sentirme más excitada, más frenética. Podía ver sus manos agarrándose los pechitos redondos y firmes, sus ojos entornados, sus labios temblorosos.
Tica separó los labios de mi sexo, dobló mi rodilla y, ladeándome ligeramente, me envolvió con sus piernas haciendo que el suyo coincidiera con él. Sus caderas se movían haciéndolos rozarse, resbalar. En mis labios, Lula se deshacía temblando. Vi las manos de Tica sustituyendo a las suyas mientras se dejaba caer de espaldas sobre su pecho. La visión de su placer, la tensión de su cara de niña contrayéndose de placer, el modo en que sentía su placer en mi boca, el movimiento espasmódico de su vulva en mis labios, que humedecían mi cara, la cubrían de una cremita insípida, quizás ligeramente salada, me causaban tanto placer como el que su hermana provocaba haciendo resbalar su sexo sobre el mío. El sonido de sus gemidos, de sus jadeos, me envolvía en un mundo entero de placer.
De repente me perdí. Me sentí arrastrada a un espacio infinito de sensaciones sin conciencia. Mi cuerpo entero, junto con los suyos, se transformó en una serie infinita de tremendas oleadas de placer, de imposibles corrientes de placer que me recorrían entera, que subían desde mi sexo hasta las sienes, hasta la nuca. Todo pareció fundirse en una única sensación brutal que me recorría entera. La visión de mi prima se convirtió en una parte más. Creo que gritaba, que ellas gritaban también.
Mi vulva todavía palpitaba con fuerza cuando comencé a recuperar la consciencia. Mi pelvis se movía como golpeando el aire a intervalos irregulares, y mi respiración era jadeante y fatigada. Tenía la garganta seca. Mis primas estaban tumbadas a mi lado. Sus piernas sobre las mías. El vello de sus pubis rozaba suavemente la piel delicada de mis muslos. Temblaban también, y parecían respirar con dificultad. Me besaban los labios y el cuello. Se besaban entre ellas. Acariciaban mi vientre y mis senos con dulzura.
Me quede dormida sin saber en qué momento como flotando entre nubes de caricias cálidas y dulces. Me sentía enamorada, profundamente enamorada de mis primas, que me regalaban todas aquellas dulces caricias y besos de amor.