Violadas por no ir a la huelga

Mi nombre es Sara, tengo 20 años y hace dos meses comencé a trabajar en una fábrica de zapatos que hay en mi ciudad. Somos unos cien empleados, la mayoría chicas, y me gustaba el buen ambiente y la camaradería. Hasta que hace unos días los sindicatos convocaron una huelga general en el país. Yo estaba temerosa de que me pudieran despedir, o mejor dicho, de que no me renovasen el contrato temporal de seis meses, por lo que decidí acudir a trabajar el día de la huelga. Llegué temprano para evitar los piquetes, y para mi sorpresa solo fuimos una compañera y yo. La otra chica, Cinthya, era algo mayor que yo, unos 25 años, y también con contrato temporal.
No había pasado ni una hora cuando irrumpió un piquete formado por unas quince personas, todos hombres excepto una mujer, que iban pertrechados con palos y dando gritos de "castigo a los esquiroles". Sin darnos tiempo de hablar para defendernos, nos empujaron violentamente y caimos al suelo, dándonos patadas y escupiéndonos. Uno de ellos nos gritaba:
- ¡Putas revientahuelgas! ¡Os vamos a dar un escarmiento que no vais a olvidar en vuestras vidas. Se os van a quitar las ganas de volver a hacer de esquiroles!
- ¡Vamos a violar a estas zorras! -gritó otro de ellos.
Estaban todos furiosos y no dudábamos de que lo íbamos a pasar muy mal. En efecto, nos agarraron y nos quitaron toda la ropa, incluso los tanguitas, dejando a la vista nuestros cuerpos completamente desnudos. Yo estoy soltera y sin novio, pero Cinthya está casada desde hace pocos meses. Los hombres se desnudaron y comenzó una violación masiva: catorce penetraciones vaginales para cada una mientras la mujer del grupo nos introducía un palo por nuestro culo que nos produjo un serio desgarro anal. A mí me gusta mucho follar, incluso disfruto con algunas perversiones sexuales, pero eran muy violentos y los coitos eran dolorosos. Algunos se corrían dentro de la vagina y otros lo hacían en nuestra cara o en las tetas. Cuando acabaron por delante empezaron por detrás. Como teníamos el ano desgarrado, las penetraciones nos causaban escozor y dolor. Gritábamos con fuerza pero nadie nos oía, habían cerrado la puerta y echado a andar las máquinas. Transcurrida más de una hora de violaciones múltiples, nos amarraron a una viga con unas cuerdas, y con unas tiras de cuero y con sus propios cinturones nos dieron unos azotes llenos de saña. No dejaron ni una parte de nuestro cuerpo por señalar, nos levantaron la piel de la espalda, del vientre, del culo, de las piernas, de las tetas, del coño...
- Dejadnos ya, por favor -les suplicábamos-. Duele mucho.
- Más duele lo que habéis hecho vosotras, putas, viniendo a trabajar como niñas buenas... La próxima huelga seguro que la respetáis.
Cuando dejaron de azotarnos se nos acercaron dos de ellos con cintas adhesivas, de esas marrones para empaquetar.
- Tenéis unos coñitos muy bonitos y cuidados, pero esos pelitos que asoman de la raja y que llenan vuestros pubis afean un poco vuestros esculturales cuerpos, así que os vamos a depilar, guarras.
Aplicaron las cintas adhesivas sobre nuestros chochos y tirando con fuerza nos produjeron un dolor impresionante y nos dejaron nuestra zona genital completamente depilada.
- Y ahora os vamos a hacer unos piercings -dijo otro mientras se aproximaba con unos clips.
El muy bruto nos atravesó nuestros pezones con ellos. Mientras gritábamos, unos hilillos de sangre salieron de nuestras areolas. Pero a Cinthya le esperaba una sorpresa aún mayor: le atravesaron el pezón derecho, pero el izquierdo se lo arrancó uno de los hombres de un fuerte mordisco. La pobre se retorcía de dolor.
- ¡Cabrones, dejadnos ya!
- Pero si nos estamos divirtiendo mucho. Ahora viene lo mejor.
Nos soltaron y nos dejaron caer al suelo. Entre varios nos agarraron y nos abrieron las bocas.
- Tenemos ganas de orinar, y como aquí no hay servicios, vamos a hacerlo en vuestras bocas, para no ensuciar el suelo.
Así fue cómo algunos de ellos acercaron sus penes a nuestras bocas y orinaron en ellas. No podíamos evitar tragar todo el líquido. Fueron varios litros. Incluso la mujer se puso en cuclillas y un fuerte chorro de orina fue a parar directamente a nuestras gargantas. A uno de ellos le dio un apretón, y poniendo su culo encima de mi boca, defecó en ella.
- ¡Ahora la masticas, la saboreas y te la tragas, cerda ramera!
Otro hizo lo mismo con Cinthya. Los mojones iban directos a su boca, pero uno se salió y cayó al suelo. Le dieron la vuelta y le metieron la cara dentro. Le dejaron el rostro bien sucio de mierda. Entonces me obligaron a limpiarla con mi lengua (sucia y pastosa dicho sea de paso).
Algunos que se quedaron con ganas volvieron a penetrarnos por delante y por detrás. Otros se masturbaban y eyaculaban en nuestros cuerpos. Cuando parecía que nada más podría pasarnos, nos amarraron las cuerdas alrededor de las tetas y poniéndonos de pie, tiraban fuertemente para que corriésemos. Como no teníamos fuerzas caimos al suelo y nos arrastraron por toda la nave mientras nos daban patadas como si fuésemos ratas. Por último nos empalaron con unas grandes estacas de más de un metro metiéndonosla por el culo y con la intención de sacárnosla por las boca. Yo notaba cómo llegaba al final del recto y me llegaba a los intestinos. Pensaba que no saldríamos de aquella cuando a uno de ellos le sonó el movil. Tras contestar se dirigió al grupo:
- Escuchadme, en la fábrica de conservas están trabajando tres mujeres. Vayamos a darles un escarmiento como a estas putas.
Y fue así como al fin se marcharon. Nos extrajimos las estacas mutuamente con mucho cuidado. Luego nos fuimos a las duchas de los servicios y nos limpiamos bien. Finalmente nos vestimos. Decidimos no contar nada a nadie, por vergüenza y para evitar represalias. Estamos visitando a un psicólogo y prácticamente estamos como antes. Bueno, Cinthya con un pezón menos.