Mi marido y yo estábamos de vacaciones disfrutando de un crucero por las islas del Caribe, el 24 de diciembre desembarcamos en el puerto de San Juan, y nos dio por bajar del crucero para conocer y caminar por las calles de la antigua ciudad de San Juan, por lo que me vestí con un sencillo vestido, bien corto y fresco. Ignorando en ese momento que pronto disfrutaría de algo, que jamás se me hubiera ocurrido que me podía pasar dentro de una iglesia.
Relato
Fuimos subiendo por las adoquinadas calles hasta que llegamos a la catedral, donde realizaban al parecer una Santa Misa, en honor al niño Jesús. Yo honradamente les diré que a mis treinta tres años no soy muy católica que digamos, aunque estudie en un colegio de monjas, pero mi marido con sus cuarenta ya cumplidos, si lo es por lo que mientras él se quedó participando de toda la santa misa yo me dediqué a ver los diferentes salones e imágenes, dentro de la pequeña catedral. Así fue que llegué a uno de los salones donde tenían un hermoso nacimiento.
Fue cuando sentí a mis espaldas que era observada, disimuladamente di un vistazo tras de mí, y me topé con ese hombre, del cual ignoraba su nombre, parado a unos pocos centímetros de mi, un poco más alto que yo, de piel tan oscura como la de unos zapatos de charol, con sus grandes ojos clavados en mis nalgas, y observándome de arriba abajo. Al principio me sentí incomoda por la manera en que ese hombre, mucho mayor que yo no dejaba de verme, me sentía como si me estuviera desnudando con su mirada.
Me di vuelta lentamente, sin que él se dignase a cambiar su mirada, por lo que estuve a punto de reclamarle su indolencia y falta de respeto, al verme de la manera que lo estaba haciendo, y para colmo dentro de la misma iglesia, pero él continuó viendo fijamente a los ojos, yo sentí el embriagante aroma de su fuerte sudor, y de momento me ha tomado entre sus brazos, y sin que yo le ofreciera ninguna oposición, en medio de ese salón, y quizás ante la vista de otras personas me comenzó a besar. En mi vida había sentido algo semejante o parecido, ya que como les dije no me opuse en los más mínimo, es más de la misma salvaje manera que él me besaba yo le respondía, al tiempo que ambos procuramos ocultarnos, en una de las esquina de ese salón, de alguna indiscreta mirada.
Por unos instantes, me dije a mi misma como me atrevía a dejar que eso sucediera, pero lo que yo sentía dentro de mí, por ese desconocido, era mucho más fuerte que mi razón. Por unos instantes dejamos de besarnos y sin decirnos nada viéndonos mutuamente directo a los ojos, ambos volteamos a todos lados, buscando un lugar que nos resultase un poco más intimo, fue cuando él señalando la parte inferior del nacimiento, y aprovechando que nadie al parecer nos estaba viendo, sin pensarlo mucho, mientras él levantaba el faldón, que ocultaba las mesas en las que habían armado el nacimiento, yo ansiosamente me deslicé bajo las mesas, seguida de inmediato por él.
En medio de la oscuridad que reinaba bajo las mesas, nos seguimos besando, y sentí sus fuertes manos y brazos acariciando todo mi cuerpo, su olor a hombre era más fuerte, el calor de su cuerpo me hizo sentir tranquila a la vez que sumamente excitada, tanto que yo misma, como pude me comencé a quitar toda la ropa, sin importarme donde me encontraba. Quería ofrecerle todo mi cuerpo sin nada que se interpusiera entre nosotros. Él por su parte también hizo más o menos lo mismo, ya que a pesar de lo oscuro del lugar donde nos encontrábamos, noté que se había quitado los pantalones, y desabrochado completamente toda su camisa. Nuevamente nos continuamos besando intensamente, mientras que yo sentía su duro y caliente miembro contra mi vientre, con una de sus manos acarició mis labios vaginales, provocándome un mayor placer y deleite.
Yo instintivamente agarré su erecto miembro, por unos instantes lo palpé con mi mano, nada más al tacto mentalmente lo comparé con el de mi marido, el del desconocido era no tan solo más grueso, largo y caliente que el mi esposo, sino que además podía sentir entre mis dedos, que era muchísimo más vigoroso. Mientras palpaba su verga, mis manos acariciaron y sopesaron sus testículos, fue cuando sentí algo que jamás ni nunca había sentido antes estando con otros hombres incluyendo a mí marido, fue como si tuviese la extrema necesidad de llevármelo a la boca.
Como pude mientras me deslizaba bajo las patas de esas mesas, llevé mi boca sobre su miembro, y sin dudarlo por un instante, me dediqué a lamérselo y mamárselo, cuando a los pocos segundos sentí que él había comenzado hacer lo mismo con mi coño, su aliento sobre mi vulva me excitó más aun. Y debajo de esas mesas no sé como exactamente, por un largo rato nos dedicamos a realizar lo que vulgarmente le llaman el 69. Mientras que yo estaba mama que mama, mi desconocido amante, me chupaba y mordisqueaba mi clítoris como nunca antes me lo habían hecho, por lo que sin poderme contener disfruté de los fuertes espasmos que tengo cuando alcanzo intensos orgasmos.
Por unos instantes me quedé como si todas las fuerzas de mi cuerpo me hubiesen abandonado, pero al él nuevamente buscar mi boca, y volverme a besar, sentí que revivía, y en fracciones de segundos, comencé a sentir como de manera lenta su negra, larga y caliente verga se deslizaba divinamente dentro de mi sobre excitado coño. Al tiempo que su boca no dejaba de chupar mis senos o besarme intensamente en la boca introduciéndome su lengua.
Yo por mi parte como una desesperada comencé a mover mis caderas intensamente, disfrutando plenamente todas y cada una de su sabrosas y fuertes envestidas contra mi coño. Por espacio de segundos me asaltaba la idea de que alguien nos fuera a descubrir, y eso lejos de asustarme o hacer que fuera un poquitín más discreta, me excitaba muchísimo más, aunque al fondo y quizás gracias a los autos parlantes, podía escuchar parte de la misa, pero ese deseo salvaje que me había asaltado, era algo incontrolable dentro de mí, yo misma no me podía reconocer por mi manera de actuar en esos momentos. Lo que deseaba era que eso se extendiera el mayor tiempo posible, y continuar disfrutando de lo que ese desconocido negro y yo estábamos haciendo.
En varios momento mi amante y yo cambiamos de posición, me regodeaba al sentir como todo su miembro desaparecía por completo tragado por mi coño. Sus fuertes y sabrosas envestidas me hacían disfrutar de un placer que por lo visto, hasta esos instantes era por completo desconocido para mí. Por primera vez en mi vida llegué a disfrutar de seguidos y múltiples orgasmos. Aunque les diré que mi esposo, es un buen marido, y sabe cómo hacerme vibrar en la cama, pero jamás ni nunca como lo estaba haciendo mi desconocido y salvaje amante negro.
No sé cuánto tiempo estuvimos ocultos ambos bajo esas mesas, disfrutando mutuamente el uno del otro. Pero cuando finalmente él alcanzó el clímax, y eyaculo por completo dentro de mí, yo me sentí en la gloria. Después de un rato, y tras volvernos a vestir bajo las mesas, que sostenían el nacimiento, salimos. Ya la misa había llegado a su fin, los feligreses incluyendo a mi esposo se habían marchado y ya habían cerrado las puertas de la catedral. Por lo que tuvimos que salir por dé tras, fue cuando me despedí de mi intenso amante con otro salvaje beso. Gracias a que encontré un baño para damas, y pude asearme y arreglarme un poco, fue cuando me di cuenta de que había dejado mis bragas, seguramente debajo de las mesas que sostienen el nacimiento. Ya aseada y arreglada, completamente fuera de la catedral, mientras caminaba de lo más alegre y contenta, me preguntaba a mi misma como pude haber hecho todo eso, comportándome como una perra en celo, con un perfecto desconocido, fue cuando a lo lejos divise a mi esposo que caminaba en dirección a un pequeño restaurante llamado Rosa de Triana. Cuando le di alcance, me preguntó que me había hecho, y le inventé que antes de terminar la misa salí a caminar un poco esperando que él saliera.
Gracias a Dios no se dio cuenta de que andaba sin bragas, pero al regresar al crucero, me he llevado una agradable y tremenda sorpresa. No les digo cual pero espero que se la puedan imaginar…
Ambos iniciamos a besarnos con toda pasión, con aun más pasión que la primera vez, mientras nos besamos Armando comenzó a tocarme mi zona intima debajo la falda de mi vestido y como consecuencia a esto de inmediato me moje toda, ¡Quiero hacerte el amor! Me dijo suavemente al oído, -Lo sé y también quiero- le conteste.
Relato erótico enviado por putita golosa el 29 de August de 2010 a las 23:31:22 - Relato porno leído 515330 veces