Bueno… esto comenzó cuando me estaba empezando a desarrollar. Ya había sobado más de una vez mi miembro y había logrado que vomitara la crema interna. Ahora veía a las niñas de mi grupo de modo distinto. No me gustaba solo jugar con ellas, sino que me empezaba a fijar en...
Relato
Bueno… esto comenzó cuando me estaba empezando a desarrollar. Ya había sobado más de una vez mi miembro y había logrado que vomitara la crema interna. Ahora veía a las niñas de mi grupo de modo distinto. No me gustaba solo jugar con ellas, sino me empezaba a fijar en sus piernas y, más que eso, su entrepierna. Me gustaba verlas cuando brincaban usando falda como se les subía y podía verle sus pantaletas o cuando se agachaban y les veía sus nalgas. Incluso un día entré al baño de niñas para espiarlas y pude apreciar como se alzaban la falda y se bajaban sus braguitas para sentarse en el inodoro. Las de sexto grado que son las mayores -muchas de ellas ya menstruaban-. Me encantaba ver como se limpiaban su vulva llena de sangre y se cambiaban su toalla femenina. Mis ganas se incrementaban y tenía que saciar la erección causada, así que con rapidez tomé mi miembro y con movimientos violentos en instantes estaba secretando la crema pegajosa.
Llegó un día en que decidí estrenarme en el campo de los hechos y desvirgar a una de mis compañeras. Su nombre es Estrella y esperaba no estrellarme sino estrellarle su gruta virgen. Tenía, en ese entonces, trece añitos, yo había cumplido los catorce.
Un día lunes, el profesor tuvo que ir a una junta, nos dejó solos y decidí intentar convencerla. Me senté a su lado y empecé a conversar -mientras contemplaba furtivamente sus piernas-, hasta que le dije:
- ¿Te gustaría entretenerte jugando al “hacer y sonreír” –fui convincente.
Aceptó. Pero comenzó a preguntar de qué se trataba. Los compañeros estaban distraídos jugando y no nos veían.
- Mira Estrella, -le dije- se trata de que yo te hago algunas caricias y tú tienes que sonreír. Para empezar –agregué voluntarioso- dejaré que tú empieces.
Aquí aproveché para estirar mis pierna y mostré el bulto que ya tenía entre mis piernas. Ella notó mi erección y no mostró mayor sorpresa. Ella acarició mi cabello y yo reí a gusto. Le dije:
- ¡Ves! Es sencillo…ahora me toca a mí –evidentemente emocionado.
Yo comencé a acariciar sus piernas, no lo rechazó, ella reía. Al rato nos estábamos besando y empecé a levantarle su falda discretamente. Estábamos acostados en la grama del hermoso jardín escolar, una pared de arbustos nos separaba del grupo de compañeros. Ella sonreía de acuerdo con las reglas del juego. Yo recosté mi bulto a su trasero. Intentó retirarlo. Y me dijo:
- ¡Cónchale…ya estás armado! –se reía.
Yo le contesté alabándola, o sea, tocando su triangulito le dije:
- Esto…esto me pone así… -dije excitado.
- ¡Ah sí! Y yo…y todo lo demás –se pasó la mano por todo el cuerpo.
Me deshice en alabanzas… y que no pensara mal… que no pensara mal…etc. Creí que hasta allí habíamos llegado. Ella se volteó y frente a mí, me agarró bien fuerte el miembro y dijo:
- ¡A mí también me gusta esto! –se sonreía, satisfecha.
Nos apretamos uno al otro. Se había roto el juego ella acariciaba mi entrepiernas y yo la suya, estaba húmeda y sentía sus vello púbico incipiente, pero sedoso. Ahora nadie sonreía solo nos acariciábamos. Subí su falda y acaricié tiernamente su bultito igual hacia ella, pues yo abrí mi bragueta y saqué la mitad del miembro que ella acariciaba con agrado. Yo acariciaba su pequeño triángulo, me decía que sentía cosquillitas y sonreía como antes, pero cuando quise ir un poco más allá de la entrada a su orificio.
Gritó por lo cual le tapé la boca para que no lo hiciera…empezó a dudar del juego.
Y dimos por terminado el juego. Le ayudé a acomodar su braga y también su falda. No hizo lo mismo conmigo, yo solo tuve guardarme mi arma cárnica.
Al rato nos despedimos en silencio. Pensaba en si me denunciaría ante la dirección. Pero al preguntarle me dijo que no pesaba hacer tal cosa, al contrario no la veía muy desconsolada.
Al otro día después de saludarla indague sobre el día pasado dijo que después de todo le había gustado mi juego y yo astutamente le dije:
- ¿Quieres volver a jugarlo? –pregunté ansioso.
Se tomó un rato para contestar pero me dijo que le había agradado, de tal manera que no perdí tiempo y le ofrecí una mejor oportunidad si me acompañaba a la barranca de atrás y que ahí seria más divertido. Ella –creo que inocentemente- me siguió sin imaginarse lo que le iba a pasar. Durante todo el camino me fui emocionando de tan solo pensar que iba a estrenar, mejor dicho, a robar su virginidad de niña.
En cuanto entramos a la barranca ella me dijo que estaba algo asustada pero la consolé y le empecé a dar las normas del juego:
- Primero -le dije- te sentaras sobre una roca y, segundo dejaras que te acaricie como la vez pasada.
No chistó, comencé sacando su blusa y sus senos quedaron al aire. Tiernamente los acaricié y besé. Eran pequeños pero bien formados y con un pezón rosado, duro y erógeno. Después alcé su falda bajándole su diminuta tanga azulita, con todo el cuidado del mundo. Ahora si vi su triángulo erótico que ya comenzaba a poblarse de vellos. Un vello dorado que bordeaba su brotada vulva, que con sus gruesos labios cerrados, cubría la entrada de la cueva virgen. Para no permitir entrada a intrusos malintencionados –excepto yo-.
- Ten cuidado…no me hagas daño…recuerda que estamos jugando.
- Claro…claro que si…recuerda que después te toca a ti. –le dije excitado.
Empecé a sobar su pequeña gruta virgen, ella empezó a gemir de placer, después le indiqué que abriera sus lindas piernas…mientras yo le ayudaba. Se recostó sobre la hierba fresca.
- ¡Ahora te toca! –dije jadeando.
Ella repitió lo que ya había hecho yo, pero con toda la ayuda mía. No quiso bajarme los boxer pero igual lo hice. Saqué mi miembro erecto y me dijo:
- ¡Ah mira…el caramelo! –no sé si yo la engañaba o el engañado era yo.
Pero, allí volvió a romperse el juego. Ella comenzó a chupar y besar su caramelo y yo tomé mi lugar entre las piernas blancas y comencé a lengüetear su bultito húmedo, fresco y de agradable olor carnal.
Ella se retorcía y contorneaba creo que era de placer, solo la oia decir:
- No me has daño…no me hagas daño… -voz no me ordenaba parar.
Lo contrario me pasaba a mi yo estaba a punto de eyacular, todo mi cuerpo vibraba pensaba y me preocupaba llenar su boca de la crema caliente y gelatinosa. Resistí y aguanté. Y me dediqué a que ella lograra el climax y entonces con mi lengua separé los labios exteriores de su vulva melosa y alcancé su botón me concentré allí. Apretaba sus piernas temblorosas así como sus nalguitas. Me retiré y le pregunté:
- ¿Te gusta…te gusta? –estaba super excitado.
Me respondió que si –entre gemidos y sollozos- su voz era gutural y su respiración agitada. Sabía que estaba a punto de gritar, como lo hacía la mujer de mi papá, cuando el la montaba por la noche y que él pensaba yo estaba dormido. Sentí una gran contracción de su cuerpo y un grito reprimido y su voz entrecortada que decía:
- ¡Qué me matas…qué me matas! ¡Ay…que rico…di…divi…divino!
Había dejado de mamar y apretaba sus senos, retiré mi rostro con suavidad y ella se fue calmando poco a poco. Me incorporé y me agarré el miembro y le dije:
- Ahora yo…ahora yo… -temblaba y se balanceaba mi pene, sobrexcitado.
Ella se sorprendió y no sabía lo que ocurría, yo le suplicaba:
- Sóbame…sóbame…
Ella hacía lo posible tomé sus manos y las puse sobre mi pene y las cubrí con las mías y con ellas me masajeaba con fuerza.
- Ya…ya…viene… ahí viene.
Ahora agitado y gimoteando apreté el glande –con sus manos y las mías- esperé que se acumulara el semen y cuando solté el chorro eyaculatorio alcanzó el metro de distancia. Una línea quedó en la hierba –resaltaba lo blanco del fondo verde-. Mi respiración era dificultosa, solté mi glande, que goteaba semen y retiramos las manos todas gelatinosas. Estrella palpaba la textura del semen y con los ojos desorbitados decía:
- Así es…así es el semen… -mostraba sorpresa, incredulidad y admiración por lo vivido.
Me deshice en halagos y le expliqué que había logrado su orgasmo –satisfacción sexual- y el porque de la expulsión de semen o eyaculación. Lo entendió perfectamente y me preguntó:
- ¿Pero no me hiciste daño? A mi no me pasó nada, ¿verdad?
Estaba preocupada por su virginidad y por si podía quedar embarazada. Le aclaré todo y después nos reímos, entre nerviosos y satisfechos.
Claro que le expliqué que lo natural es que sea penetrada por mi pene por su hermoso triangulito velloso –por cierto también estaba goteando-.
- Pero eso…eso sí duele, ¿verdad?
- Si… si… duele si no se hace con cuidado y con paciencia –parecía un experto.
Nos vestimos y mientras regresábamos la noté contenta y alegre igual me sentía yo. Aproveché para comentarle que si sentía culpable de algo o temerosa y su respuesta me dio complacencia, su respuesta fue:
- Para nada…para nada –era sincera.
Eso me emocionó mucho. Y me indujo a plantearle la posibilidad de que pudiéramos llevar a cabo una penetración completa y que podamos satisfacernos con nuestros propios sexos. Ella se rió de buena gana y me contestó:
- Vamos a ver…vamos a ver…-hacía un mohín.
- Estrellita nosotros nos queremos, ¿qué más quieres? –casi suplicaba.
- Ya veremos…ya veremos –dijo mientras corría.
La alcancé le di un beso profundo y apasionado y nos despedimos.