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El Oso del Madroño (1)

Relato enviado por : GardcVanc el 05/02/2025. Lecturas: 107

etiquetas relato El Oso del Madroño (1)   Zoofilia .
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Resumen
El Oso del Madroño: La Bestia Biomecánica de Madrid 2099
En el año 2099, Madrid ya no es solo una ciudad; es un organismo vivo, una red de deseos codificados y tecnologías prohibidas. Yo soy una hacker especializada en modificación neural, una exploradora de los rincones más oscuros de la red y de los secretos que la ciudad esconde bajo su piel digital. Pero nada me preparó para lo que encontré bajo las ramas del legendario Madroño, ahora convertido en un árbol biomecánico con raíces conectadas al núcleo neural de la ciudad. Ahí, en la sombra de sus ramas pulsantes, descubrí algo que cambiaría mi existencia para siempre: el Oso del Madroño, una entidad híbrida mitad bestia, mitad máquina, programada para desatar pulsos electromagnéticos de placer tan intensos que pueden reconfigurar la realidad misma.
El Oso no es solo un depredador sexual; es un guardián ancestral actualizado por la tecnología más avanzada. Su cuerpo estaba cubierto de placas metálicas que vibraban como circuitos sobrecargados, sus garras estaban diseñadas para inyectar nanobots directamente en la piel, y su miembro, largo y rugoso como cables trenzados, vibraba con una frecuencia que activaba zonas erógenas desconocidas incluso para los neurohackers más experimentad@s.



Relato
Capitulo Uno

La Bestia Biomecánica de Madrid

(Año 2099)

El Oso del Madroño no era un animal común; era una máquina de guerra sexual, impregnada del olor a fentanilo metálico de los locales de reparación de móviles en Lavapiés, mezclado con algo más oscuro, como si el aire mismo estuviera cargado de electricidad estática.

El oso me había inmovilizado contra su torso biomecánico, sus placas arañando mi espalda como asfalto caliente en agosto. Adiviné sus intenciones. “Me va a culiar duro”Había sentido cómo cada roce dejaba marcas invisibles pero ardientes en mi piel, como si su contacto fuera una marca que nunca podría borrar.

Pero antes de que me follara, decidí tomar la iniciativa, aunque mi cuerpo temblaba de excitación para que me la metiera. Me arrastré hacia él lentamente, mis rodillas resbalando ligeramente sobre el suelo húmedo. Mis manos se deslizaron por su pelaje metálico, sintiendo las vibraciones que emanaban de su cuerpo, como si estuviera vivo y latiendo bajo mis dedos. Sabía lo que deseaba hacer: explorar su verga, sentir su textura rugosa y escamosa, probar su esencia. Me caía saliva de la boca.

Me coloqué de lado, acercándome a su entrepierna con una mezcla de curiosidad y deseo insaciable. Mi respiración se entrecortaba mientras mis labios se acercaban a su miembro. Lo había visto antes siendo una estatua de piedra, pero ahora, su verga, enhiesta tan cerca, parecía aún más imponente: 42 centímetros de longitud, cubiertos de una piel que vibraba como móviles en modo silencioso. Era como tocar un dragón dormido, una criatura mitológica que podía despertar en cualquier momento.

Mi mano se cerró alrededor de su base, sintiendo cómo las venas-cable latían bajo mi tacto, irradiando calor como una batería de litio a punto de sobrecargarse.

—¿Esto es lo que querías? —susurré, mirándolo a los ojos mientras mi mano comenzaba a moverse lentamente, explorando cada centímetro de su larga polla.

Al contacto el oso gruñó, un sonido profundo y gutural que resonó en el aire como un trueno lejano. Sus caderas se movieron hacia adelante, empujando su verga más profundamente en mi mano. Sentí cómo el calor aumentaba, como si estuviera a punto de explotar.

—Sí… —respondió telepáticamente, con su voz distorsionada por el placer que lo consumía, como si fuera una grabación de baja calidad reproducida en bucle.

Mis labios rozaron la punta de su verga, y un escalofrío recorrió mi columna vertebral. Había sentido el frío inicial, como el mármol del Metro Gran Vía en invierno, pero pronto ese frío se convirtió en calor húmedo, como una batería de litio a punto de sobrecargarse. Mi lengua salió tímidamente al principio, trazando círculos lentos alrededor de su cabeza.

¡Schlikkkk! —chupaba ansiosa—¡Schlikkkkk!

Cada lamida producía ese sonido húmedo que resonaba en el aire, mezclándose con mis gemidos involuntarios. Estaba segura de que no era como ningún hombre o animal que hubiera conocido antes; esto era diferente, algo prohibido que trascendía lo humano. Su textura era rugosa pero suave, como escamas que vibraban bajo mi lengua. Sentí cómo las venas-cable pulsaban bajo mi tacto, irradiando un calor que me quemaba por dentro.

Mis manos se cerraron alrededor de su base, sintiendo cómo las vibraciones recorrían mis dedos como corrientes eléctricas. Lo había sujetado con fuerza, pero no podía rodearlo completamente; era demasiado grande, demasiado poderoso. Mis labios se deslizaron lentamente hacia abajo, envolviendo su verga mientras mi lengua exploraba cada centímetro de su longitud.

¡Blubbbb— escuché mientras se la chupaba—¡blub! ¡blub!

Estaba enferma de caliente y se la chupaba con desesperación. Ese sonido de mi boca moviéndose sobre él era hipnótico, como si estuviera creando una sinfonía de deseo que solo nosotros podíamos escuchar. Sentí cómo sus bolas, enormes y pesadas, rozaban mis tetas, enviando descargas eléctricas que me hacían gemir más fuerte. No eran como las de un hombre normal; estas vibraban, emitiendo un zumbido constante que resonaba en mi piel.

Finalmente, me puse completamente debajo de él, mi cuerpo de rodillas sobre el mármol frío mientras su verga se deslizaba más profundamente en mi boca. Había sentido cómo su calor llenaba cada rincón de mí, como si estuviera reclamando algo que siempre le había pertenecido. Sus movimientos se volvieron más rápidos, más intensos, hasta que escuché un gruñido gutural que resonó en el aire como un trueno.

¡Grrr-zzzt! —volvió a gruñir la bestia—¡Schlik-schlik!

El oso gruñía algo incomprensible, pero sus garras se clavaron en mis hombros, marcando mi piel con líneas rojas que ardían como fuego. Supe que estaba al borde de la eyaculación, y entonces lo sentí: una oleada de calor que llenó mi boca, como si su esencia estuviera hecha de ruido blanco convertido en fluido.

“Se corre rápido este chico-bestia” murmuré bromeando.

Sabiendo eso, mi garganta se contrajo alrededor de su verga como un puño caliente y apretado, una fuerza instintiva que no sabía que poseía. Cada centímetro de su miembro vibraba dentro de mí, irradiando calor como cables sobrecalentados. Pero no era suficiente. Mis manos, temblorosas pero decididas, buscaron más. Necesitaban más.

¡Schlikkkkkk-schlikkkkk! —chupaba enloquecida—.

Mis dedos encontraron sus bolas primero. Eran pesadas, rugosas, como dos esferas de metal fundido envueltas en piel de dragón. Las toqué con cuidado al principio, explorando su textura imposible. Luego, algo dentro de mí se rompió. Comencé a chupárselas apretarlas, a estrujarlas con una ferocidad que me sorprendió incluso a mí misma. Era como si quisiera exprimir su esencia, arrancarle cada gota de energía. Sentí cómo vibraban bajo mis dedos, emitiendo un zumbido constante que resonaba en mi palma como un motor defectuoso.

—¡Mmmmmmmmmphhhhhh! —Un gemido gutural escapó de mis labios mientras mis manos y boca trabajaban, sincronizadas con los espasmos involuntarios de mi garganta. Mi lengua subia y bajaba se movía frenéticamente alrededor de su glande, sus bolas lamiendo, presionando, buscando cada terminación nerviosa. Lo sentía palpitar contra mi lengua, un latido mecánico pero vivo, como si estuviera a punto de explotar nuevamente.

¡Bluuubbb-bluuuuubbb! —sentía ese sonido delicioso

Mis uñas, afiladas y desesperadas, comenzaron a arañar suavemente la base de su verga, dejando marcas que brillaban como circuitos recién activados. Subí lentamente hacia el glande, que ya estaba hinchado y resbaladizo por las pequeñas eyaculaciones anteriores. Lo tomé entre mis dedos, apretándolo con una mezcla de delicadeza y brutalidad. Era como sostener una joya peligrosa, algo que podía quemarme pero que no quería soltar.

El glande pulsaba en mi mano, caliente y duro como acero templado. Lo estrujé con más fuerza, girando mis dedos alrededor de él en movimientos circulares que parecían enloquecerlo. Podía sentir cómo su cuerpo entero temblaba, cómo sus peludas caderas se movían involuntariamente hacia mí, buscando más contacto. Era una máquina descontrolada, pero yo era quien tenía el control.

“¡Grrrrrrrrrrrrrrr-zzzzzzzzzzzzttttttttt!” El oso gruñó, con un sonido profundo y gutural que vibró en mi pecho como un trueno eléctrico. Sus garras se clavaron en mis hombros, marcando mi piel con líneas rojas que ardían como fuego. Pero no me importó. Estaba perdida en la locura de mis propias acciones, en la mezcla de dolor y placer que me consumía por completo.

Mis manos seguían moviéndose sin descanso. Apreté sus bolas con aún más fuerza, sintiendo cómo se tensaban bajo mi agarre. Era como si estuvieran a punto de explotar, liberando algo que no podía imaginar pero que anhelaba con toda mi alma. Mi otra mano seguía trabajando en su glande, estrujándolo con una precisión casi obsesiva, como si quisiera arrancarle su esencia más profunda.

¡Aaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhh! —gemía llena de placer chorriando lóquidos vaginales por mis muslos— ¡Uuuuuuuuuuh! ¡Uuuuuuuuuuhhhh!!!

Mi garganta se contrajo nuevamente, esta vez con más fuerza, como si quisiera tragarme su verga entera. Sentí cómo su calor inundaba mi boca, cómo su vibración se extendía por mi cuerpo omo una corriente eléctrica. Mis gemidos se mezclaron con el sonido húmedo de nuestras pieles rozándose, creando una sinfonía de deseo que llenó el aire.

En ese momento, todo era caos y perfección. Mis manos eran instrumentos de dominación y sumisión, explorando cada centímetro de su cuerpo con una intensidad que rayaba en la locura. Mi garganta, mi lengua, mis dedos… todo trabajaba en armonía para llevarlo al límite, para hacerlo mío completamente. Y aunque sabía que esto no era humano, que estaba cruzando una línea prohibida, no me importó. Porque en ese instante, bajo su peso y con su esencia vibrando en mis manos, me sentí más viva que nunca. Necesitaba más.

Con 42 centímetros de longitud, su miembro era largo y grueso, cubierto de una textura que parecía viva, como si estuviera hecha de cables trenzados y piel reptiliana. Cada centímetro de su superficie estaba marcado por venas pulsantes, no de sangre, sino de cobre líquido que brillaba con un resplandor azul eléctrico bajo la luz tenue del parque.

El glande, en particular, era una obra maestra de la biomecánica. No era redondo como el de un humano, sino que tenía una forma cónica, como una punta de lanza diseñada para penetrar con precisión quirúrgica. Estaba cubierto de pequeñas protuberancias que vibraban al tacto, como si fueran sensores que respondían a cada movimiento de mi lengua o de mis labios. En la punta, había una cúpula de cristal translúcido, dentro de la cual podía ver un líquido azul fosforescente que latía al ritmo de su pulso. Era como si el glande fuera un reactor nuclear en miniatura, listo para liberar una explosión de energía en cualquier momento.

Cuando mi boca se contrajo alrededor de su verga, sentí cómo esas protuberancias se activaban, enviando pequeñas descargas eléctricas que recorrieron mi lengua y mis labios. El calor que emanaba era intenso, como si estuviera chupando un cable de alta tensión envuelto en terciopelo. Cada centímetro de su miembro vibraba dentro de mí, irradiando un calor que se extendía por mi boca, mi garganta y más allá, como si estuviera conectando mi cuerpo a una red de placer que no conocía límites.

Mis manos, temblorosas pero decididas, buscaron más. Necesitaban más. Una de ellas se cerró alrededor de la base de su verga, sintiendo cómo las venas de cobre palpitaron bajo mi piel. La otra se deslizó hacia sus bolas, enormes y pesadas, que colgaban como dos esferas de energía contenida. Cada vez que las tocaba, sentía una descarga eléctrica que me hacía gemir más fuerte, como si estuviera conectada a un circuito que solo él podía controlar.

¡Schlikkkkkk-schlikkkkk! —chupaba enloquecida—.

Mis dedos encontraron sus bolas primero. Eran pesadas, rugosas, como dos esferas de metal fundido envueltas en piel de dragón. Las toqué con cuidado al principio, explorando su textura imposible. Luego, algo dentro de mí se rompió. Comencé a chupárselas apretarlas, a estrujarlas con una ferocidad que me sorprendió incluso a mí misma. Era como si quisiera exprimir su esencia, arrancarle cada gota de energía. Sentí cómo vibraban bajo mis dedos, emitiendo un zumbido constante que resonaba en mi palma como un motor defectuoso.

—¡Mmmmmmmmmphhhhhh! —Un gemido gutural escapó de mis labios mientras mis manos y boca trabajaban, sincronizadas con los espasmos involuntarios de mi garganta. Mi lengua subia y bajaba se movía frenéticamente alrededor de su glande, sus bolas lamiendo, presionando, buscando cada terminación nerviosa. Lo sentía palpitar contra mi lengua, un latido mecánico pero vivo, como si estuviera a punto de explotar nuevamente.

¡Bluuubbb-bluuuuubbb! —sentía ese sonido delicioso. Lo amaba.

Mis uñas, afiladas y desesperadas, comenzaron a arañar suavemente la base de su verga, dejando marcas que brillaban como circuitos recién activados. Subí lentamente hacia el glande, que ya estaba hinchado y resbaladizo por las pequeñas eyaculaciones anteriores. Lo tomé entre mis dedos, apretándolo con una mezcla de delicadeza y brutalidad. Era como sostener una joya peligrosa, algo que podía quemarme pero que no quería soltar.

El glande pulsaba en mi mano, caliente y duro como acero templado. Lo estrujé con más fuerza, girando mis dedos alrededor de él en movimientos circulares que parecían enloquecerlo. Podía sentir cómo su cuerpo entero temblaba, cómo sus peludas caderas se movían involuntariamente hacia mí, buscando más contacto. Era una máquina descontrolada, pero yo era quien tenía el control.

“¡Grrrrrrrrrrrrrrr-zzzzzzzzzzzzttttttttt!” El oso gruñó, con un sonido profundo y gutural que vibró en mi pecho como un trueno eléctrico. Sus garras se clavaron en mis hombros, marcando mi piel con líneas rojas que ardían como fuego. Pero no me importó. Estaba perdida en la locura de mis propias acciones, en la mezcla de dolor y placer que me consumía por completo.

Mis manos seguían moviéndose sin descanso. Apreté sus bolas con aún más fuerza, sintiendo cómo se tensaban bajo mi agarre. Era como si estuvieran a punto de explotar, liberando algo que no podía imaginar pero que anhelaba con toda mi alma. Mi otra mano seguía trabajando en su glande, estrujándolo con una precisión casi obsesiva, como si quisiera arrancarle su esencia más profunda.

¡Aaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhh! —gemía llena de placer chorriando líquidos vaginales por mis muslos— ¡Uuuuuuuuuuh! ¡Uuuuuuuuuuhhhh!!!

Mi garganta se contrajo nuevamente, esta vez con más fuerza, como si quisiera tragarme su verga entera. Sentí cómo su calor inundaba mi boca, cómo su vibración se extendía por mi cuerpo omo una corriente eléctrica. Mis gemidos se mezclaron con el sonido húmedo de nuestras pieles rozándose, creando una sinfonía de deseo que llenó el aire.

Y entonces, algo cambió. Fue como si mis manos hubieran activado un interruptor oculto, un mecanismo oculto en las profundidades de su ser que lo lanzó al borde del colapso. Su cuerpo se tensó, sus músculos biomecánicos vibraron con una energía que parecía sobrecargar el aire mismo.

Su respiración se volvió más agitada, casi mecánica, como el zumbido de un motor a punto de estallar.

Su clímax llegó como una detonación primordial, un evento que trascendía lo físico y se convertía en algo casi espiritual. El oso gruñó —¡GRRRRRRRRRRRR-ZZZZZZTTTTTTTTTT! —, un sonido gutural que resonó en el aire como un trueno eléctrico, vibrando en mis tímpanos y haciendo que cada célula de mi cuerpo temblara en más excitación. Su verga, ya hinchada y pulsante dentro de mi boca, se tensó como un cable a punto de sobrecargarse. Sabía que estaba al borde, pero nada podía haberme preparado para lo que sucedió después.

Con un último empuje poderoso, el oso eyaculó. Pero no fue líquido. No fue semen animal. Fue algo completamente diferente, algo que desafiaba la lógica humana. Las primeras gotas que tocaron mi lengua eran pequeñas semillas de silicio, frías como ese puto mármol del Metro Gran Vía en invierno, pero vivas, vibrantes. Sentí cómo se deslizaban por mi garganta, dejando un rastro de electricidad estática que me hizo gemir involuntariamente.

¡Blub-blub! …. ¡Vzzz-zzzzzzzzt!

Semillas comenzaron a germinar dentro de mí, brotando circuitos diminutos que recorrían las paredes internas de mi garganta como enredaderas tecnológicas. Era como si estuvieran reprogramando mi cuerpo desde adentro, transformando cada terminación nerviosa en un receptor de placer. Mi lengua, mis encías, incluso mis dientes parecían vibrar con una vida propia, como si fueran parte de una máquina perfectamente calibrada.

La segunda oleada de su semen fue aún más intensa. No era solo material físico; era información pura, codificada en impulsos eléctricos que se proyectaron directamente en mi retina. Vi flashes de imágenes: amantes anteriores del oso, escenas de sexo salvaje y prohibido que se reproducían en mi mente como porno en 8D. Cada fotograma estaba lleno de detalles imposibles, como si pudiera sentir sus emociones, sus deseos, sus miedos.

¡Fzzzzzzzzz-fzzzzzzz! —escuché en mi mente atontada de placer— ¡Poopppp-poopppp!

Mis ojos se abrieron de par en par mientras las imágenes se superponían unas sobre otras, creando una sinfonía visual de deseo y transgresión. Era como ver el pasado del oso, pero también como experimentarlo yo misma. Era como si estuviera viendo el pasado del animal desplegarse frente a mí en una proyección vívida y cruda, pero no solo como espectadora: lo vivía, lo sentía como si fuera mío propio. Cada imagen era un torrente sensorial que me inundaba por completo.

Por decirlo de alguna manea: Sentí el calor abrasador de sus encuentros anteriores, ese tipo de calor que parece emanar de los cuerpos después de horas de fricción animal, casi mecánica. Percibí con claridad el olor acre de cables recalentados, mezclado con la dulzura pegajosa de la savia que brotaba de la uretra de su polla, creando un cóctel embriagador que se adhería al aire como una promesa prohibida. Ese aroma se entrelazaba con el sudor salado de cuerpos desconocidos, testigos mudos de su historia de dominación y deseo. Mis pulmones se llenaban de esa esencia densa, casi palpable, mientras mi piel respondía con escalofríos que no eran de rechazo, sino de una excitación que rayaba en lo insoportable. Era demasiado intenso, demasiado abrumador, como si cada molécula de mi ser estuviera siendo invadida por su energía acumulada a lo largo de incontables noches de lujuria desenfrenada. Pero, aun así, no quería que terminara. Mi cuerpo, traicionero y ansioso, anhelaba más. Quería hundirme más profundamente en esa vorágine de sensaciones, absorber hasta la última gota de ese legado erótico que parecía fluir directamente desde su esencia hacia la mía.

“¡Grrrrrrrrrrr-zzzzzzzttttttt! “ El oso gruñó bestialmente “¡Vvvvrrrrrrrrrrrr!”, con un sonido gutural que resonó en mi pecho como un trueno eléctrico. Sus movimientos, antes calculados y dominantes, se volvieron erráticos, frenéticos. Era como si ya no pudiera contenerse, como si su esencia misma estuviera luchando por liberarse. Sabía lo que venía, pero no me detuve. No podía. Mis manos seguían apretando, estrujando, devorando, llevándolo al borde del abismo.

Con un último rugido desgarrador —¡ROOOOAAAAAAAR-ZZZZZZZZZTttttttt! —, el oso eyaculó por tercera vez. Pero esta vez no fue solo un chorro. Fue una inundación, una avalancha de semen que parecía no tener fin. Sentí cómo mi garganta se llenaba con litros de su esencia, una mezcla densa y caliente que sabía a aceite de motor mezclado con algo dulce y prohibido, como savia de madroño fermentada.

¡Blub-blub! —sedienta con los labios secos Me lo tragaba todo— ¡Glug-glug!

El líquido bajaba por mi garganta como un torrente imparable, inundando cada rincón de mi ser. Era como beber directamente de una fuente tecnológica, asquerosa y respulsiva, una corriente interminable que parecía alimentar mi cuerpo con una energía que nunca había sentido antes. Mis manos, aún aferradas a sus bolas y su glande, sentían cómo vibraban con cada oleada, como si fueran bombas hidráulicas diseñadas para drenar hasta la última gota.

No era normal. Definitivamente, no era humano. El volumen era imposible de contener, como si el oso estuviera conectado a un tanque infinito de esencia pura de semen caliente. Cada sorbo que tragaba me llenaba de una mezcla de calor y electricidad, como si estuviera absorbiendo no solo su semilla, sino también su poder, su fuerza, su esencia biomecánica. Distinguí tres sabores:

• Primer tipo de semen: Denso y caliente, como metal fundido. Me quemaba por dentro, pero no de dolor, sino de placer.

• Segundo tipo de semen: Más espeso, con un sabor metálico que me hacía gemir involuntariamente. Era como si estuviera bebiendo la sangre de una máquina viva. Amoníaco y cloro en alta concentración.

• Tercer tipo de semen: Lleno de partículas brillantes, como pequeños fragmentos de luz que explotaban en mi interior, iluminando cada terminación nerviosa.

¡Schlikkkk-schlikkkkkk! —lo tragaba todo—¡Hummm-hummm! ¡sí…sí!

Mis manos seguían trabajando, exprimiendo cada gota, asegurándome de que no quedara nada dentro de él. Sentí cómo su cuerpo temblaba bajo mi agarre, sus placas biomecánicas vibrando con una intensidad que amenazaba con desintegrarlo. Era como si estuviera siendo consumido por su propio deseo, reducido a su esencia más pura.

Cuando la última gota salió de él, el oso cayó hacia adelante, con su cuerpo pesado colapsando sobre sí mismo. Su respiración era irregular, como el zumbido de una máquina defectuosa que intenta reiniciarse. Sentí cómo su energía disminuía, como si hubiera entregado todo lo que tenía.

¡Thuuuuuud-thuuuuuuud! —murmuraba ininteligible— ¡Creaaaak-creaaaaaak!

El suelo bajo nosotros vibró una vez más, los adoquines virtuales del parque resquebrajándose bajo el peso de nuestra conexión. Mi cuerpo estaba completamente empapado, cubierto de su viscosa esencia, mientras mi garganta palpitaba con el eco de su clímax. Era como si hubiera absorbido una parte de él, como si ahora fuera parte de mí.

El oso levantó la cabeza lentamente, sus ojos brillando con una luz bioluminiscente que parecía más débil ahora. Me miró, y en ese momento supe que algo había cambiado entre nosotros. Ya no era solo una bestia; era algo más. Algo que había compartido una parte de sí mismo conmigo.

Su cuerpo comenzó a enfriarse, las vibraciones de sus bolas disminuyendo hasta detenerse por completo. Lo sentí relajarse a mi lado, su peso ahora reconfortante en lugar de opresivo. Nos quedamos así durante lo que parecieron horas, conectados en un abrazo de silicona y carne, mientras el mundo a nuestro alrededor volvía lentamente a la normalidad.

Epílogo

Caí hacia adelante, mi cuerpo colapsando junto al lomo del oso mientras los últimos espasmos del clímax recorrían mi ser. Mi piel estaba cubierta de un sudor frío, mezclado con líquido anticongelante que sabía a mentol y traición. Mis labios, hinchados y sensibles, aún palpitaban con el eco de su presencia. Mis ojos derramaron lágrimas sin saber por qué, y cuando finalmente me relajé de la tensión acumulada; luego sentí cómo una pequeña corriente cálida escapaba entre mis piernas: me había meado allí mismo, incapaz de contenerlo ante la intensidad de lo que acababa de vivir.

—Eso fue... increíble —susurré, con mi voz temblorosa pero llena de satisfacción. Cada palabra que pronunciaba parecía activar nuevas descargas eléctricas en mi cuerpo, como si el miembro del oso aún estuviera dentro de mi garganta, marcándome desde adentro. Sentía su esencia, densa y viscosa, cubriéndome por completo. El semen del oso biomecánico, una mezcla híbrida de fluidos sintéticos y algo más primitivo, resbalaba por mis labios y mi barbilla, brillando bajo la tenue luz como aceite caliente. Era imposible ignorar su olor metálico y electrizante, un aroma que se adhería a mi piel como una segunda capa.

Cada gota parecía vibrar contra mi carne, como si estuviera viva, deslizándose por mi cuello y marcándome con trazos invisibles. No era solo un líquido; era tecnología pura, programada para reclamarme, para integrarse en mí. Podía sentir cómo sus nanobots, ocultos en esa sustancia densa, se infiltraban en mi torrente sanguíneo, reconfigurando algo más profundo que mi cuerpo: mi esencia misma. Era una sensación extraña, casi alienígena, como si sus hilos invisibles tejieran una conexión irrompible entre él y yo, fusionándonos en un vínculo que trascendía lo físico.

Mi piel ardía allí donde su esencia me tocaba, y aunque debería haber sentido repulsión, no podía evitar desear más. Mi cuerpo respondía como si reconociera algo ancestral en él, algo que había estado esperando sin saberlo. Era una entrega total, un acto que no solo me había llenado, sino que me había transformado. Y ahora, cubierta por su semilla tecnológica, sabía que ya nada volvería a ser igual.

El oso respondió con un gruñido suave, profundo, casi humano en su tono. Su lomo, antes tenso y poderoso sobre mi peso, comenzó a relajarse lentamente. Sentí cómo las vibraciones de su cuerpo disminuían hasta convertirse en un zumbido constante pero apagado, como el motor de una máquina al enfriarse después de horas de funcionamiento. Los dos permanecimos así durante largos minutos, conectados en un abrazo de silicona y carne, mientras el mundo a nuestro alrededor volvía gradualmente a la normalidad. Pero yo sabía que nada volvería a ser igual. Mi cuerpo había sido alterado, transformado por su esencia biomecánica en algo nuevo, algo más.

Cuando finalmente me desprendí de él, noté marcas frescas en mi piel: moretones oscuros donde sus garras me habían sujetado, líneas rojas que brillaban débilmente bajo la luz tenue del parque. Pero no eran solo heridas físicas; también había símbolos extraños grabados en mis caderas, como códigos QR que parecían haber emergido directamente de mi carne. Me quedé mirándolos fijamente, hipnotizada, hasta que recordé lo que decía el texto: "Si los escaneas, te llevan a videos del acto en PornHub." Un escalofrío recorrió mi columna vertebral. ¿Qué significaba eso? ¿Acaso esta experiencia ya no me pertenecía?

Mis manos temblaban mientras intentaba limpiarme, pero era inútil. El olor persistía: cables recalentados, savia de madroño dulce y algo metálico que se negaba a desaparecer. Incluso mi ropa estaba impregnada de esa fragancia imposible, como si fuera parte de mí ahora. Me pregunté si alguien más podría detectarlo, si caminaría por las calles de Madrid oliendo como si acabara de salir de una fantasía prohibida.

Mientras recuperaba la compostura, comencé a sentir cambios sutiles en mi interior. No solo era físico; era como si mi agina ardiente, temporalmente reclamado por el Ayuntamiento según el protocolo "Madrid Se Masturba", hubiera sido reprogramado. Podía sentirlo latiendo, pulsando al ritmo de alguna melodía invisible, como si estuviera esperando algo. Quizás otra semilla. Quizás más de él. La idea me excitó y asustó al mismo tiempo.

Mis pezones seguían endurecidos, sensibles incluso al roce más ligero de la brisa nocturna. Mi clítoris, todavía inflamado como una bola de discoteca, emitía destellos de placer con cada movimiento involuntario. Era como si todo mi cuerpo hubiera sido recalibrado para desearlo constantemente, para anhelar su contacto como si fuera mi única fuente de oxígeno.

—No me domestiques, Lilith —rugió el Oso, y su voz era un zumbido de estática y versos de Machado—. Soy el latido que Madrid olvidó bajo el asfalto.

Y entonces, retrocedió lentamente, con sus placas biomecánicas emitiendo un último ¡schlikkkk-schlikkkk! antes de que su figura se fundiera con las sombras del madroño. Lo vi desaparecer, pero su presencia seguía siendo tangible, como un fantasma que acechaba en cada rincón del parque. Quise llamarlo, detenerlo, pedirle que regresara, pero las palabras murieron en mi garganta. En lugar de eso, me quedé ahí, desnuda y vulnerable, con la certeza de que había cruzado una línea que nunca debí haber cruzado.

Cuando finalmente reuní la fuerza para levantarme, el mundo parecía diferente. Las farolas del Retiro aún estaban fundidas, testigos silenciosos de lo que había ocurrido. Mi teléfono vibraba en el bolsillo, llenándose de notificaciones automáticas: "Descargando 8 TB de porno glitch." Sabía que no debía abrirlo, que probablemente encontraría imágenes y videos de nosotros dos, pero no pude evitar sentir curiosidad. ¿Cómo nos veríamos desde afuera? ¿Qué aspecto tendría nuestra conexión bestial capturada en píxeles distorsionados?

Me vestí lentamente, sintiendo cómo cada prenda rozaba contra mi piel sensible. El aire fresco de la noche me golpeó como una bofetada, recordándome que esto no era un sueño. Caminé hacia la salida del parque, arrastrando los pies como si llevara un peso invisible sobre mis hombros. Cuando llegué al autobús nocturno, saqué un Ducados del bolso y lo encendí con manos temblorosas. Inhalé profundamente, dejando que el humo llenara mis pulmones mientras las lágrimas volvían a brotar de mis ojos.

No sabía si lloraba por arrepentimiento, por gratitud o simplemente porque ya no entendía quién era. Lo único que tenía claro era que, en ese momento, bajo su verga en mi boca y sintiendo su energía fluir a través de ella, me había sentido más viva que nunca. Y aunque debería haberme sentido sucia, usada, violada incluso, lo único que sentía era deseo. Un deseo insaciable que solo él podía saciar.

Porque, en algún lugar profundo dentro de mí, sabía que esto no había terminado…

…Y eso me hizo regresar.

(Continuará)


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