Déjenme contarles que todo empezó enseguida de habernos mudado con papá y mamá a esta casa, donde convivimos con la dueña y el inquilino del fondo… ¡Dos perversos!... A tal extremo que escribo este relato y lo publico por orden de ellos, que se divierten abusando de mí y leyendo en esta página lo que yo voy publicando…
Relato
La casa tiene un jardín al frente y después de la puerta cancel una galería con tres habitaciones, las dos primeras para nosotros y la restante es ocupada por la dueña; después una cocina en perpendicular y a la izquierda el corto pasillo que lleva al fondo…
La dueña es una vieja solterona a la que llamamos “señorita” María … Tiene cara de bruja, mirada penetrante, orejas salientes, nariz ganchuda y pelo gris peinado con rodete…
El inquilino del fondo es un viejo setentón, de estatura media y una cara de facciones ratoniles… Lo llamamos don Abelardo y es un degenerado… De entrada nomás los dos empezaron a acosarme, primero con halagos, como: -Ay, nene, qué lindo sos, qué cuerpito tenés… O: -Ay, esa colita, esas piernas…
Yo me asustaba sabiendo lo que esas frases expresaban, y más de una vez me prometía contarles a mis padres lo que estaba pasando, pero siempre mi timidez me lo impedía…
Me llamo Jorge y acabo de cumplir dieciocho años aunque no represento más de quince o diecisés… Don Abelardo y la “señorita” María siguen asediándome… Hace unos días el viejo me interceptó en el pasillo:
-Oíme, Jorgito, me tenés loco, ¡te doy plata si te dejás coger!... –me dijo con la cara desencajada…
Lo aparté, asustadísimo, y seguí camino hacia el baño, donde me encerré con llave para hacer pís… Después de un rato salí a la espera de que don Abelardo ya no estuviera al acecho, pero resultó que no sólo estaba el viejo sino también “la señorita”… Claro, se aprovechaban de que mamá y papá trabajaban y yo quedaba solo en la casa al volver del colegio al mediodía hasta las ocho de la noche, cuando ellos regresaban…
Los encaré asustado: -Déjenme tranquilo, por favor… ¡Soy un chico!... –sí, así me siento a mis dieciocho años, un chico tímido y asustadizo…
-Un lindo chico… -dijo don Abelardo… -Y a nosotros nos gustan mucho los chicos lindos, ¿sabés, Jorgito?...
-¡Les voy a contar a mis padres!... –los amenacé, pero ellos se rieron…
-¿Ah, sí?... –se burló “la señorita” María… -¿Y sabés que vamos a hacer nosotros, Jorgito? Les vamos a contar a tus papis que nos estás provocando, que eso nos preocupa porque somos gente mayor y no nos gustan los chicos gay, que eso no es natural, Jorgito, y va contra la Ley de Dios… -y después de decirme semejante cosa empezaron a reírse para mi desesperación, una desesperación tal que me puso al borde de las lágrimas…
-Oíme, nene… -me dijo don Abelardo… -Sé inteligente y entendé que te va a convenir portarte bien con nosotros, ser un buen chico, un chico obediente, porque si elegís enfrentarnos vas a perder feo…
-Pero, ¿qué… qué me quieren hacer?... ¿Qué quieren de mí?...
-¿Vos qué imaginás, Jorgito?... –me dijo don Abelardo mientras se sobaba ahí abajo y yo lo miraba con los ojos agrandados por el miedo…
-¿Sabés qué te quiero hacer yo, lindo?... –me preguntó la vieja… -Te quiero dar una buena paliza en esa colita de nena que tenés… Las palizas en la cola son mi debilidad…
Por suerte pude esquivarlos y corrí hasta el comedor, donde me encerré con llave, estremecido de miedo, sin imaginar cómo iban a desarrollarse las cosas de ahí en adelante…
Déjenme que les cuente porque eso me va a aliviar…
(continuará)