Soy esclavo masoquista, lleno de fetiches y curiosidades, pero todas tienen un porque. La señora fue quien me adentro en aquella vida y siempre lo recordaré. Fetiches, dolor, restricción, correazos...
Relato
Mi madre había montado años atrás un negocio, en concreto una peluquería. La verdad que funcionaba muy bien, desde el día que abrió fue un completo éxito. Comenzó ella sola a base de luchar y dedicarle muchas horas, desde la puesta de sol hasta la noche. Fueron muchos los clientes que acudían y quedaban satisfechos, tanto por el servicio como por el local tan bonito que había diseñado, poco a poco tuvo que contratar a más peluqueras a su cargo y fue expandió el negocio, era un rotundo éxito. Por fin la vida nos sonreía, habíamos vivido momentos muy duros tanto emocionalmente como económicamente. Mi padre nos abandonó cuando yo era pequeño y mi madre tuvo que luchar y trabajar muchas horas para que salesianos adelante y lo consiguió sobradamente, una verdadera luchadora.
Decidió que íbamos a mudarnos de casa. Estaba cansada del mundanal ruido de la ciudad y de un piso tan pequeño en una sexta planta donde casi siempre el ascensor estaba roto. Mi madre compró una casa a las afueras de la ciudad, concretamente un chalet pequeño situado en una urbanización tranquila lejos de los motores y contaminación de la gran urbe. En un principio yo no estaba convencido, tendría que desplazarme a diario hasta la universidad donde estudiaba y ella a su vez coger su pequeño coche para llegar a su peluquería. La vida podría ser más complicada con tanto trayecto, pero estaba equivocado, todo fue a la perfección, fue la mejor decisión que tomó mi madre, aquello marcaría el resto de mi vida y me haría sonreír cada vez que miraba al pasado.
Nos mudamos un mes de junio, el calor ya empezaba a apretar. El camión de la mudanza dejo todas las cajas llenas de enseres y muebles esparcidas por la nueva casa. Había comenzado una nueva etapa en nuestras vidas. Sin apenas descanso, mi madre al día siguiente tuvo que acudir a su trabajo diario en la peluquería que dirigía. Yo tenía que acudir a mi trabajo que era estudiar y a la vez estaba enfrascado en un proyecto de escritura de un libro. En el mes de septiembre había un concurso universitario sobre escritos, los dos mejores libros serían publicados por una editorial y a la vez te gratificarían con una beca para seguir estudiando. Tenía una idea perfecta, que llevaba tiempo desarrollando, la vida de un detective, algo completamente diferente a todo lo leído de ese género, estaba seguro de que sería un éxito y no dejaría a nadie indiferente.
Agarré una mesa y la saqué hasta el porche exterior de la entrada. Coloqué una silla y mi ordenador portátil. Comencé a escribir sobre mi idea del detective. Me di cuenta de que estaba confortable e inspirado en aquel lugar. Desde aquel recibidor, con vistas al jardín de la casa, todo era más tranquilo, podía percibir el silencio de aquel lugar. Era un lugar silencioso por donde pasaba poca gente, aquello no era la ciudad. Estaba escribiendo mi nuevo proyecto cuando la vecina de al lado salió a su jardín. He de explicar que era bastante fácil observarla, las casas estaban muy pegadas y separadas por una pequeña mediana que separaba ambas casas. No llegaban al metro de altitud la pared que separaba ambas casas. Había poca intimidad.
Observé a mi nueva vecina, una mujer de unos 55-60 años y muy corpulenta, tanto por su estatura como por su grosor. Una mujer más alta que la media de mujeres y de complexión más bien rechoncha. Era bastante grande aquella mujer, entre su estatura y peso superaría los 100 kilos sobradamente. Siempre me ha gustado poner en mi mente un pequeño mote o seudónimo a las personas, en este caso era muy fácil, “la montaña “. A parte de que era enorme y morena con el pelo hasta los hombros no podría daros más descripción en ese momento, ya que no fue algo que me llamó la atención, solo fue un breve momento, mi pensamiento fue “Que pena que no sea una mujer joven de una belleza espectacular mi vecina y se acercase a mi provocativamente en bikini”. Aquello solo sucedía en las películas, era una mujer normal, aunque más grande y corpulenta de lo normal y demasiado mayor de edad para mí.
Mis pensamientos se apartaron de mi vecina en pocos segundos y continue escribiendo hasta que sucedió algo que volvió a llamar mi atención. Unos minutos más tardes apareció alguien mayor que ella, muy bien vestido, trajeado e impoluto. Supuse que era su marido por la forma de entrar en el jardín exterior. La señora corpulenta, “la montaña “se acercó a este hombre y escuché como le propinó un bofetón en su rostro, la mujer le recriminó que ya se ha había vuelto a manchar la corbata. Aquello detuvo mis pensamientos envueltos en mi proyecto y me quedé perplejo como le había soltado un tremendo guantazo por mancharse su vestimenta. Le fue reprimiendo durante el pequeño trayecto del jardín al interior por su descuido. Aquello me impacto, no sabía que pensar, llamó mi curiosidad este suceso.
Al día siguiente, repetí la rutina de mi día anterior. Sali al porche exterior y comencé a escribir, pero esta vez miraba de vez en cuando a casa de la vecina. El suceso del día anterior había captado mi atención. La señora salió de nuevo al exterior, esta vez por la tarde. Aparté la mirada de mi ordenador y comencé a observarla detenidamente. La sensación fue la misma que el día anterior, grande y con gran tamaño, una montaña. Me fijé en su cara rechoncha y con los labios pintados de rojo. No era fea, solo había que saber observarla. De nuevo se volvió a repetir la situación del día anterior. Llegó su marido o quien fuese y entró en el jardín. Comenzó a gritarle y llamarle “inútil “, se había olvidado de traer algo que le recriminaba. Volvió a soltarle un tremendo bofetón en el rostro. Esta vez capté detalles que había pasado por alto el día anterior. La señora llevaba enfundados en sus brazos unos grandes guantes de goma de uso doméstico. Si, de los que se usan en casa para fregar o limpiar. Guantes largos de goma o caucho grueso hasta los codos. Esta vez me fijé en el detalle, el sonido del bofetón resonó como en el día anterior, un sonido característico al chocar la goma contra la cara. Supuse que era mera casualidad que tanto el día anterior como este día presenté la señora calzaba sus guantes de goma en sus manos.
Aquella señora comenzó a llamar mi curiosidad por completo. Comencé a salir como cada día al exterior del jardín con mi ordenador para continuar mi primer libro. Ahora estaba más distraído, esperaba impacientemente que la señora saliese al exterior o su marido entrará en la casa. La montaña, según el apodo que puse a la señora, salía todos los días a recibir a su marido. Era bastante grande de tamaño y corpulencia, ahora que me fijaba con más intención podría dedicarse a la lucha libre. Observé que ya no era fruto de la casualidad que saliese siempre a la misma hora a recibir a su marido y a la vez llevara enfundados siempre guantes de goma, a veces de un color, amarillos, rosas, verdes, a veces bicolor. La situación acababa siempre recriminando algo a su pareja, era una mujer muy autoritaria y estricta con su marido. Le regañaba, le reprochaba cosas, le gritaba fuertemente y le abofeteaba duramente constantemente con los guantes de goma.
El día determinante fue cuando su marido llegó más tarde de lo habitual. Se retrasó una hora de lo habitual, ese día ella estaba furiosa y le esperaba en la entrada molesta. Según llego su cónyuge le abofeteó con más dureza e intensidad que de costumbre y le agarró de una oreja conduciéndole al interior de la casa. Se escucharon voces furiosas de la señora y pronto ruidos extraños como chasquidos a la vez que le insultaba en voz alta.
Mi curiosidad luchaba dentro de mí, quería saber que estaba sucediendo en el interior de la casa de mi vecina. Era tan fácil averiguarlo, solo tendría que saltar la pequeña mediana que unía nuestras casas y asomarme por la ventana. Dudé en hacerlo, aquello era introducirme en propiedad privada, pero al final el pequeño demonio situado en mi hombro izquierdo pudo conmigo y salté aquella valla. Me asomé por la ventana y vi un salón vacio, el típico salón de estar en una casa sin gente dentro. Aquella no era la habitación que buscaba. Di la vuelta alrededor de la casa y me asomé por otra ventana donde provenían los ruidos. Me asomé quedé incrédulo de lo que vi.
Era una habitación de tamaño normal, ni grande ni pequeña, casi vacía. En un extremo había un gran armario y el resto de la habitación estaba vacía con una gigantesca alfombra que cubría el suelo. Aquello no fue lo que me llamó la atención, sino porque en el centro de la habitación se encontraba el hombre mayor completamente desnudo, con un collar de perro anudado a su cuello y la señora a su lado con una fusta propinándole fustazo tras fustazo mientras le recriminaba su comportamiento. La “montaña “estaba completamente provocativa, vestida con unas bragas negras sujetas por ligas a sus medias de lycra oscuras y un sujetador negro. Su cuerpo era enorme, pero me atrajo su corpulencia y voluptuosidad. Le azotaba y azotaba en su culo desnudo mientras le recriminaba que había llegado tarde. Aquella escena no la había visto antes, era nueva para mí y sin embargo me encantaba, era muy provocativa.
Estuve a punto de empezar a masturbarme tras la ventana a la vez que observaba la escena, desconozco si era por la señora o por la situación, pero estaba completamente erecto. No lo hice porque no era lo mismo ser un fisgón que un pervertido, la línea divisoria era demasiado grande y me quité de la cabeza masturbarme, pero contemplé toda la escena tras la ventana. La señora seguía azotándole con la fusta y su marido ni se quejaba, aguantaba el dolor y admitía con la cabeza todo lo que ella le recriminaba. Fue la mejor escena que había visto jamás, me excito mucho y no la entendía. Me percaté de un nuevo detalle, la señora llevaba enfundados sus guantes de goma de nuevo. ¿porque llevaba siempre guantes de goma en sus manos? ¿Era un ritual ?, ¿padecía alguna enfermedad en las manos? Lo desconozco, pero el detalle despertó mi curiosidad.
No dejaba de recordar la escena que había presenciado. Miraba desde mi jardín con el rabillo del ojo, esperando impaciente que la señora saliese al exterior de su casa. Parece como si me hubiese enamorado de la señora, pero ¿por qué? Era vieja, grande, voluptuosa y con un carácter terrible, pero no dejaba de pensar en ella y su comportamiento hacía su marido. Aquella tarde siguiente a los acontecimientos que había presenciado salió al exterior antes de su hora. Llevaba de nuevo sus guantes de goma enfundados en sus manos. Aquello ya superaba mi curiosidad ¿por qué los llevaba siempre? Sucedió algo inesperado, se acercó hasta la mediana que separaba nuestras casas y me llamó con su dedo para que me acercará hasta ella.
- ¿Qué hacías ayer espiando por mi ventana, estúpido? ¿crees que no te vi? – Me recrimino duramente levantado una ceja. Aquella señora me produjo gran intimidación. Mi corazón latía a muchas revoluciones por minuto, estaba nervioso, me había descubierto y me quedé petrificado. ¡¡ Qué vergüenza ¡¡ fue lo primero que pensé, me había descubierto espiándola y en aquella situación.
Cuando me pongo nervioso, no paro de hablar, un sentimiento me domina y empiezo a hablar y hablar sin saber que digo. Aquella vez no fue la excepción, comencé a hablar y hablar. Comencé a escusarme y decir muchas tonterías. Mientras hablaba se me ocurrió en mi mente una estúpida idea: Fingir que aquello que vi me gustaba mucho y era un experto en el tema. Empecé a contarla que era algo normal, pero que ella azotaba muy flojo y su marido era un quejica. La chulería se apoderó de mí y la dije que necesitaba azotar más fuerte y su marido quejarse menos, insinué que debían aprender. Una tontería tras otra salió de mi boca. Quizás era porque quería yo estar en la situación de su marido y así llamar la atención de la señora, quizás era verdad que consideré que azotaba flojo, quizás… quizás…. Estuve hablando un buen rato y salió mi ego de superioridad. La montaña me miraba fijamente y cada vez su cara denotaba más enfado hacía mí.
- ¡¡Qué valiente eres…¡¡, si tan valiente te crees, el viernes por la tarde ven a mi casa. Te azotaré como te mereces y me demostraras lo hombre que eres. ¿aceptas estúpido? - Respondió a mis sandeces retándome a mí. Me puse mucho más nervioso porque aquello era precisamente lo que yo buscaba, deseaba ser azotado por aquella mujer que por alguna razón que desconocía atraía mi atención, incluso diría que estaba enamorado de ella sin aún saberlo. Había conseguido lo que buscaba, ser azotado por aquella señora que me quitaba el sueño en las últimas semanas.
Aquellos tres días siguientes no pude escribir una sola frase de mi libro. Estaba completamente nervioso por el encuentro que tendría con mi vecina. Me la imagine de mil maneras azotándome. Sobre sus muslos, a cuatro patas y ella con la fusta…. Cada minuto mi mente se inventaba una situación. Estaba completamente excitado. Deseaba ser azotado por aquella mujer, su carácter me atraía hasta tal punto de no parar de pensar en ella.
El viernes por la tarde llegue puntual a su casa, solo debía salir de mi casa y dar varios pasos hasta la suya que era continua a la mía. Entré al exterior de su jardín y vi como su marido estaba en él. Estaba sudando y arreglando algo del jardín. Me acerqué y le saludé. Quede impresionado, era un hombre muy educado, hablador y con una sonrisa continua en su rostro. Me pareció una persona formidable. Me explicó que estaba arreglando un sistema de riego automático del jardín que no funcionaba. Había dejado de surtir agua a las plantas, desconocía que le ocurría. Sudaba a chorros por el calor y se mostraba sonriente explicándome el sistema de riego que ahora mismo no me importaba demasiado. Al terminar me dio una advertencia, se puso serio.
- No debiste provocar a la señora, lleva varios días intratable. No sé qué la dijiste, pero está muy ofendida. Lleva dos días recriminando en voz alta que va a darte una lección que nunca olvidaras. Suerte, amigo. – Me deseó aquel señor tan amable. Yo si conocía que la había dicho, la había menospreciado, insinuado que azotaba muy flojo, la menosprecié y me burlé de su marido, que a la vez era su esclavo. Cometí un error garrafal. Me adentré al interior de la casa completamente nervioso y debo reconocer que asustado.
Entré al interior de la casa y la señora me estaba esperando en el centro del salón. Buffff, me derretí nada más verla. Iba vestida con la misma ropa que cuando la espié por la ventana. Me fijé en su cara regordeta, labios pintados de rojo intenso. Sujetador negro, bragas negras y medias de lycra oscuras sujetas por un liguero que terminaban en unos zapatos de tacón del mismo color. Su tamaño me impresionó era tan alta como yo y a la vez corpulenta, voluptuosa. Grandes brazos, piernas, muslos. Aquella vestimenta denotaba su cuerpo y era espectacular, terriblemente grande y carnosa.
- Acompáñame. ¡¡Ahora vamos a comprobar lo valiente que eres ¡¡. La seguí hasta la habitación casi vacía que había observado días atrás por la ventana. Entramos en su interior y cerró la puerta. Me ordenó desnudarme por completo. Sentí una vergüenza descomunal, sus palabras serias y duras me intimidaban y nunca me había desnudado ante una mujer que me duplicaba en edad. Quedé completamente desnudo y observé como la señora agarró un par de guantes de goma de color amarillo. Comenzó a enfundárselos en sus grandes brazos. La goma rechinaba a la vez que entraban en sus dedos, muñecas y antebrazo. La quedaban muy ajustados y me producían un gran temor. Era como una película donde la mala se enfunda los guantes para asesinar a su víctima. Observé nervioso como continuaba ajustándose los guantes de color amarillo y con tonos marrones de uso. No eran guantes nuevos, estaban usados y sucios con tonos marrones.
- ¿Porque lleva siempre guantes de goma, señora? - La pregunté educadamente presa de mi curiosidad.
- Eso no es de tu incumbencia, ¡¡ calla la boca estúpido¡¡ - Me recriminó sin saciar mi curiosidad. Diré que con el tiempo lo descubrí y al final os mostraré su secreto.
Terminó de enfundarse los guantes y agarró una silla que había en un extremo y la colocó en el centro de la habitación.
- Bocabajo sobre la silla – Me ordenó con rotundidad que me acostará sobre la silla. Coloqué mi abdomen sobre la silla. Quedé tumbado sobre la silla. Se acercó a mí por detrás con una cuerda y agarró mis muñecas. Fue la primera vez que me tocó con sus guantes. Noté el tacto de la goma sobre mis manos. Rodeó mis muñecas con la cuerda, las cruzó y tensó la cuerda apretándola duramente. En unos segundos ato mis manos a mi espalda recostado sobre la silla. Apretó la cuerda e hizo un nudo completo. Noté como la cuerda apretaba mis muñecas e impedía pudiese liberarme. Estaba atado duramente. La cuerda mordía mis muñecas situadas a mi espalda.
- ¡¡ Ahora voy a comprobar si eres tan chulo como dices¡¡, vas a llorar como una niña, lamentaras haberme faltado al respeto – Me dijo llena de furia. La había provocado demasiado, mi sed ser azotado por ella había provocado su ira.
- Nooo, yo creo que… eh… no….. quizás…. - Estaba completamente nervioso y era el momento en que empezaría a hablar continuamente debido a mi nerviosismo. Estaba a punto de hablar y hablar como hacia cuando estaba muy nervioso. Tumbado bocabajo sobre la silla y con las manos atadas duramente sobre la espalda vi algo que no supe interpretar en el momento. Me había parecido que se bajaba las bragas, pero no estaba seguro. Pronto comprobé que estaba en lo cierto, acercó su mano enguantada a mi boca con sus bragas hechas un manojo en la palma de su mano de goma.
- ¡¡ Abre la boca ¡¡ - Me ordenó. Supuse que quería introducir sus grandes bragas en mi boca. Aquello era completamente nuevo para mí, nunca había sido amordazado y menos en esta situación.
- Noo, no hace…. – No llegué a terminar la frase cuando noté como sus guantes de goma introducían sus bragas dentro de mi boca. Apretó duramente con sus dedos enguantados y se cercioró que entraban hasta el fondo. Presionó y presionó con fuerza para que entraran. Sus bragas eran grandes y necesitó forzarlas para que entraran por completo rellenando mi boca por completo. Fue la primera vez que degusté sus guantes de goma, sus dedos presionaban más y más dentro de mi boca asegurándose que entraban por completo. Degusté un sabor fuerte proveniente de sus bragas sucias, sudadas por el calor y con un sabor muy fuerte. Sus dedos enguantados olían fatal, sus guantes estaban muy sucios, ¡¡ a saber que había hecho con ellos ¡¡. Me sentí completamente humillado. El sabor de sus bragas y sus guantes me humillaron por completo. ¡¡ Buaahhh que asco ¡¡ fue mi primera impresión, pero aquello me excito, estaba siendo humillado tragando un sabor repugnante y olor fuerte de sus guantes de goma. ¿Qué ocurría en mi cabeza que aquella humillación me estaba gustando? La señora no se detuvo hasta que introdujo por completo sus bragas en mi boca. Tapó mi boca con su guante para que no escupiese la mordaza a la vez que agarraba un rollo de cinta de embalar con su otra mano.
- ¡¡Te he dicho que vas a llorar¡¡, no voy a escuchar tus quejidos y mucho menos se entere todo el vecindario. ¡¡Así calladito nadie podrá oírte. Te voy a quitar la chulería de inmediato ¡¡ - Me dijo a la vez que cubría mi boca con la cinta americana.
Quedé completamente atado y amordazado recostado sobre la silla. Mi abdomen estaba recostado sobre la silla con mis manos atadas a la espalda y ahora estaba amordazado con sus bragas dentro de mi boca. No paraba de tragar y tragar un sabor muy fuerte a orines y suciedad. Reconocí de inmediato que aquella humillación había sido planeada. Las bragas estaban muy sucias, las había llevado puestas varios días y apestaban, al igual que sus guantes. La cinta americana estaba muy apretada, no hubiese podido bajo ningún concepto escupir la mordaza. Apretaba duramente mi rostro reteniendo sus bragas en mi boca.
Atado, amordazado y recostado bocabajo sobre la silla quede inmovilizado y a merced de la señora. Estaba asustado, pero era lo que deseaba, yo había provocado la situación, deseaba ser azotado por aquella mujer que tanto empezaba a fascinarme en los últimos días por algún motivo que desconocía. La señora se colocó frente a mi cabeza y me agarró por el pelo, abrió sus piernas e introdujo mi cara entre sus muslos. Cerró las piernas y quedé aprisionado entre ellas. Entre la mordaza y sus muslos apretando mi rostro sentí la sensación de agonía. Sus piernas eran muy carnosas, ya he dicho que la señora es muy grande y voluptuosa, una montaña . Me retorcí para liberarme un poco de la presión, pero la señora rápidamente volvió a abrir las piernas y esta vez colocó mi cara mas aprisionada y las cerró con mas fuerza. Ahora si que no había posibilidad de movimiento. Me apretujo fuertemente sintiendo su carne en mi rostro y no pudiendo ladear mi cara. La presión era muy fuerte y amordazado con sus bragas en la boca no pude emitir sonido alguno.
- 50 correazos te voy a propinar. Serán suficientes para quitar tu chulería. Serán tandas de 10, cada una mas dura. ¡¡Lloraras pero me da igual, así aprenderás¡¡
La señora agarró una correa, la enrollo sobre la palma de sus guantes de goma y en esa posición amordazado e inmovilizado bocabajo recostado sobre la silla recibí el primer correazo de toda mi vida.
ZAAAAAAAAAASSSSSSSSSS - Fue un correazo duro pero soportable, no era tan doloroso como pensaba.
Recibí los primeros 10 azotes, mi culo comenzaba a calentarse. Comenzó la segunda tanda, azotó con mas dureza, eran mas dolorosos los azotes. Empecé a sentir la sensación de ser azotado. Dolor, quemazón, una franja de la correa que te quema y te produce dolor. A la vez sentí la sensación de no poder gritar, seguía degustando el sabor de sus bragas sucias, cada vez era mas fuerte, un sabor rancio pero que me excitaba. ¿por qué me estaba gustando aquella situación? En ese momento no lo comprendía, con el paso del tiempo descubrí que era masoquista.
La tercera tanda fue mas dura, el dolor era más intenso y más difícil de controlar. Hubiera sido idóneo para mi recibir 30 azotes, hubiera quedado satisfecho y dolorido, pero no sería un castigo muy duro. La señora no buscaba mi satisfacción, buscaba castigarme por mi arrogancia y chulería, la había menospreciado tanto a ella como a su marido – esclavo.
La cuarta tanda fue realmente dolorosa. Azotó con mas fuerza y brusquedad. La señora era muy grande con brazos obesos, aquello era una minucia para ella. Los chasquidos resonaron en toda la habitación. Esta fue la tanda que empezaron a saltar lagrimas de dolor de mis ojos, la más difícil de llevar. Ahora si era un verdadero castigo, me arrepentía de mis palabras chulescas.
Llegó la quinta tanda. La señora se detuvo. Abrió sus piernas momentáneamente para volver a cerrarlas con mas fuerza. Me aprisionó con todas sus fuerzas, era conocedora que los últimos diez azotes iban a ser muy duros y no quería que me moviese. Agarró mis manos atadas en entre sus guantes de goma y las retuvo en alto.
- Solo quedan diez correazos, pero te prometo que van a ser muy dolorosos, azotaré con mucha fuerza. ¿ves como no eres mas que una llorona ¿ y tu chulería donde ha quedado ?- Me reprochó a la vez que me azotó con muchas más intensidad.
ZAAAAAAAAAASSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS . Un correazo muy doloroso, mi grito se hubiese escuchado en todo el vecindario si no fuera por su mordaza. La señora sabía perfectamente lo que iba a suceder y tenía una gran experiencia.
Recibí los últimos correazos que me provocaron un dolor insoportable, inaguantable. ¡¡Lloraba como una niña¡La chulería desapreció por completo. Disfrute de la azotaina excepto los últimos 15 azotes que fueron muy dolorosos, un verdadero castigo. Debería tener el culo rojo y muy marcado. Me ardía, lloraba de dolor.
La señora abrió sus piernas y me liberó de su prisión. Me ordenó ponerme de rodillas en un rincón de rodillas. El cuerpo estirado y mirando a la pared. Noté la goma de su guante pegando mi cara a la pared.
- Ni se te ocurra moverte, estarás así hasta que lo estime oportuno. Desobedece y comienzo a azotarte de nuevo – Me dijo furiosa y con voz seria.
Obedecí de inmediato y me quedé de rodillas con la cara pegada a la pared, las manos atadas y sus bragas en la boca sin poder decir nada. El culo me ardía, ahhhhhh ahhhhhh sentía dolor por dentro, no podía quejarme, pero me quemaba y sentía daño. Me había castigado duramente, mi chulería se desvaneció por completo.Mi chulería se había desvanecido, tanto por el dolor como por la humillación de estar atado y llevar su mordaza en la boca degustando un sabor sucio.
La señora se olvidó de mí, se marchó de la habitación dejándome en aquella posición de castigo. El tiempo pasaba y ella no volvía. Escuchaba algún ruido de fondo, no se había marchado, andaba por el salón, pero no me prestaba atención. La imaginaba en el salón sentada en el sofá con sus ligueros y medias y sus guantes de goma viendo tranquilamente la televisión. En realidad, era tal como la imaginaba, era lo que estaba haciendo.
El tiempo pasaba y seguía de rodillas castigado. Me dolían las rodillas de aquella posición , las manos de tenerlas atadas a la espalda y el sabor de mi boca cada vez era peor, mas rancio, sabor a orines y suciedad, era muy fuerte el sabor. Deseaba suplicarla perdón, pero no podía hacerlo estando amordazado y no quería enfadarla a su vez, deseaba obedecerla. Pronto sucedió algo inesperado y gracioso. Su marido entro en el salón y la comentó algo de que no había podido arreglar el riego automático del jardín y que lo había empeorado. El agua desbordaba por una zona. La señora estalló de ira.
- ¡¡ Estúpido, inútil ¡¡, ¡¡pero que marido mas tonto tengo¡¡- Escuché el inconfundible chasquido de sus guantes de goma chocando en la cara de su marido y esclavo. La señora estaba furiosa y a la vez yo lo empeoré. Escuché sus pasos en la habitación donde me encontraba y me di la vuelta para suplicarla perdón, me dolía mucho el culo, las rodillas y las manos atadas.
Se acercó enojada hacía mi y volví a poner mi cabeza sobre el rincón de la pared. Descubrí que no lleva los dos guantes enfundados en sus manos. Solo llevaba un guante sucio en una mano y la otra al descubierto. Su piel y mano eran normal, no se trababa de un problema de piel el llevar los guantes.
- ¡¡ Otro estúpido ¡¡ . Te he dicho que te quedes así hasta que me plazca, ni se te ocurra moverte. Ahora vas a estar de rodillas hasta que a mi me dé la gana. Desobedece y te llevas 50 correazos más – Me gritó furiosa.
Me tuvo de rodillas hasta entrada la noche. Me dolía todo el cuerpo. Ya era de noche y no se veía nada en la habitación. Llegó hasta a mí, esta vez se había enfundado de nuevo el otro guante de goma. Me desconcertaba su obsesión con los guantes de goma, no lo comprendía. Me desató, sacó las bragas de mi boca y me miró fijamente sujetando mi mandíbula entre su guante de goma.
- Esta vez han sido 50 correazos, vuelve a desafiarme y serán 100. ¿Ahora tú decides que hacer? - Ahora comprendí todo, deseaba saber si estaba dispuesto a seguir o se me había pasado la curiosidad. Comprendí que deseaba estar a su lado y ser castigado, no iba a conformarme con aquello, tendría que volver a desafiarla y hacerla comprender que deseaba ser también su esclavo. El precio serían sus cien correazos
Aquella noche dolorido con crema en el culo por el dolor, me puse a escribir mi proyecto. Las líneas y palabras salían solas, nunca había estado tan inspirado, hice cambios e incluso incluí escenas de dominación en la vida del detective imaginario de mi proyecto. Nunca había tenido ese cumulo de sensaciones. Me dolía el culo horrores, mis manos estaban marcadas por la cuerda y no paraba de pensar en sus guantes de goma y sus bragas. Aquella señora era espectacular, ¿por qué me atraía tanto?
Aquel verano y los dos próximos años fueron espectaculares. Por supuesto que volví a desafiarla. Quería estar a su lado y ser castigado. Los cien correazos ya son objeto de otro relato, fue muy duro. Aquella mujer me apasionaba, tanto que adquirí todos sus gustos. Comprendí el significado de llevar guantes de goma. Era un fetiche suyo, le gustaba la sensación de castigar con ellos en sus manos y su tacto. La sensación de la goma y la piel. Lo comprendí tanto que adquirí su fetiche, deseaba que me tocara con ellos continuamente, lo deseaba, suplicaba y anhelaba. Estar atado y amordazado se convirtió en otro fetiche añadido para mí, a ella le encantaba tener indefensos a sus esclavos y a mí me encantaba estar en aquella situación. El sabor de sus bragas en su boca lo viví continuamente, era a la vez tan apestoso y a la vez tan placentero que no sabría explicarlo, hay cosas que solo se experimentan y no se pueden relatar.
Descubrimos juntos que yo era masoquista, practico castigos que nunca antes había experimentado con su marido. Los correazos solo fueron un aperitivo de lo que estaba por suceder. Siempre se enfundada en sus guantes de goma y yo completamente restringido sin poder hablar ni moverme me castigaba duramente. Si tenía suerte al terminar se quitaba los guantes sudados y los introducía en mi boca mandándome al rincón a esperar horas su perdón .
Su marido se convirtió en mi mejor amigo, una persona fabulosa y muy inteligente. Me ayudó en mi proyecto y gané el primer premio. Éramos inseparables y siempre castigados por la señora que no dejaba de inventar castigos. Su esclavo y marido era ya mayor y no soportaba grandes castigos, yo por el contrario era joven y recibí castigos muy duros, dolorosos y placenteros a la vez. Recuerdo perfectamente a la señora enfundándose los guantes de goma en sus manos y mirándome fijamente preparada para un nuevo castigo donde no faltaban las cuerdas, esposas y sus bragas en la boca. Sus fetiches se convirtieron en los míos.
Aquello terminó, nada dura eternamente, la señora falleció y nos rompió el corazón a su marido y a mí. Nunca habrá nadie para sustituirla. Me hice mayor y me fue muy bien en mi trabajo económicamente. Pagué por recrear aquella situación con mi señora, guantes, ataduras, guantes, dolor…. Pero no fue lo mismo, nunca me sació. Hay cosas en la vida insustituibles. Me dejó de herencia el legado de sus fetiches, guantes, restricción y mordazas y castigo.
Si les ha gustado habrá mas relatos con lo que aconteció en aquellos maravillosos años. Aunque su preferencia era azotar con cualquier utensilio doloroso, le gustaba otras técnicas, recuerdo perfectamente la primera vez que me penetró con su arnés de goma completamente inmóvil y amordazado. Por supuesto recuerdo grandes castigos por mi desobediencia, enemas dolorosos largos y duraderos.
La figura de Carla recortada por las luces que le venían del interior de nuestra casa, marcaban a la perfección sus curvas y sus largas piernas... Ella, esperando ahí, en el portal, ansiosa por recibir a Luis y Antonio para que le den caña delante de mí, hacía que mi morbo trepase hasta el cielo......
Relato erótico enviado por domo54 el 18 de January de 2009 a las 17:00:00 - Relato porno leído 40398 veces
Si te ha gustado Historia inolvidable.Comienzo de fetiches y dolor. vótalo y deja tus comentarios ya que esto anima a los escritores a seguir publicando sus obras.
Por eso dedica 30 segundos a valorar Historia inolvidable.Comienzo de fetiches y dolor..
te lo agradecerá.
Comentarios enviados para este relato
katebrown
(18 de October de 2022 a las 19:22) dice:
SEX? GOODGIRLS.CF
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