Aquella noche de sábado, llegamos un poco tarde al más conocido picadero de la ciudad, de tal forma que los mejores sitios en la oscuridad ya estaban ocupados.
Tuvimos que colocar el coche en una zona donde una farola desde la carretera iluminaba lo bastante para poder apreciar todos los detalles.
Mi novia se negó terminantemente a hacer lo más mínimo en tal lugar, ya que decía, y no le faltaba razón, que los ocupantes de los coches de alrededor podían vernos.
Necesité todas mis dotes de persuasión, (y también, por qué no decirlo, que la semana anterior no nos habíamos visto y por tanto, ella también deseaba hacerlo) para convencerla.
Al final convinimos en que ella se pondría mi camisa, con lo cual aunque yo pudiera disfrutar por completo de su cuerpo, ya que estaría con los botones desabrochados, los demás solo la verían encima mío, sin saber que debajo de la camisa estaba completamente desnuda.
Así nos fuimos para el asiento de atrás y nos desnudamos, me senté en medio y le pasé la camisa. Ella se la puso, y se subió encima; en ese momento le acaricié el culo con una mano mientras que con la otra disimuladamente le subía la camisa de tal manera que aunque fuese fugazmente si alguien miraba, hubiese contemplado su hermoso culo.
Una vez comenzamos a hacer el amor, seguí acariciando el culo mientras que le levantaba la camisa poco a poco.
Parecía que no se enteraba, o que no le importaba. Ya me había fijado otras veces que cuando se calentaba muchos de sus prejuicios desaparecían.
Por si acaso, probé a apartar la camisa poco a poco de sus pechos, mientras se los chupaba. Tampoco en esta ocasión protestó.
Ya más tranquilo, subí la camisa de tal forma que todo su culo quedaba al descubierto y no por un momento, si no que la sujeté con una mano y así estuvimos un par de minutos.
Ya me parecía imposible que no se enterase, por lo que pasé a quitársela totalmente.
Al principio, hizo como una protesta, pero estaba demasiado excitada como para pensar con claridad y se dejó hacer.
La camisa cayó a un lado mientras que la blanca luz de la farola iluminaba el cuerpo desnudo de aquella que para mí era una diosa.
Podría decir que estuvimos así mucho tiempo, pero la verdad es que mi excitación era tal y que su fogosidad en aquellos momentos se disparó de tal manera que en poco tiempo todo había acabado.
Aún así, ella siguió recostada desnuda encima mío durante unos minutos sin importarle ya lo más mínimo que alguien la viese, cosa que por otra parte estoy seguro que lo hicieron.
Como mi marido va creando situaciones en las que me convierte en exhibisionista, llegando al grado, no se si planeado o no, llegar a un extremo en que permito que varios de sus amigos me posean, por todas partes de mi cuerpo.
Relato erótico enviado por Anonymous el 22 de January de 2014 a las 21:38:59 - Relato porno leído 219715 veces