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La chica de la tortillería

Cangreburguito Relato enviado por : Cangreburguito el 17/07/2014. Lecturas: 8740

etiquetas relato La chica de la tortillería   putas .
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Resumen
Me enamoré de la chica de la tortillería.


Relato

Hace poco me mudé a un pueblo a un par de horas de la Ciudad de México. La población es relativamente pequeña por lo que casi todos se conocen, así que no es raro saludar a cada persona que te topas al salir de casa.

Cada que iba a comprar mis tortillas saludaba a la dueña quien me despachaba habitualmente. Dos chicas le ayudaban, pero generalmente estaban en la parte de atrás batallando con la máquina o empacando tortillas para los vendedores motorizados.

Una tarde que acudí a tal tortillería, me topé con una cara que no esperaba cuando pedí el medio kilo habitual. Era raro que no estuviera la dueña. Sin embargo, esa vez me despachó una de las empleadas pues, al parecer, la dueña estaba enferma.

Hasta ese día, a decir verdad, no me había fijado mucho en aquella empleada. Era una chica delgada de 19 años. Es cierto que ya la había visto antes pero fue hasta ese momento que noté lo bonita que me parecía por su constitución delgada y rasgos agradables, además por el uso de unos vaqueros bien ajustados. Su tez morena brillaba gracias a las diminutas gotas de sudor sobre su piel. Pese a no estar maquillada, ni muy bien arreglada, me pareció atractiva.

Según parecía, yo no le era indiferente pues la notaba un poco nerviosa al atenderme y me veía un tanto chiveada.

En aquella semana, cada ida a la tortillería se volvió un momento especial en el día a día, pues siempre esperaba ver su reacción al vernos. Una vez incluso le tomé una foto. Decidí que la siguiente ocasión le preguntaría qué día descansaba y la invitaría a salir. Lamentablemente cuando tomé la decisión fue demasiado tarde pues, al día siguiente, me volví a topar con la dueña en el mostrador y noté que la chica ya no estaba por allí. Me animé a preguntarle por ella, a lo que me respondió que ya no trabajaba allí.

En aquellos días me sentí frustrado, sentía que había perdido una buena oportunidad. A decir verdad, cada que veía a aquella chica, me hacía ilusión la idea de que fuéramos novios. Hacía mucho que no me ilusionaba así. Para calmar mi desazón y, a decir verdad, apaciguar mi apetito sexual, decidí ir la siguiente semana a la Ciudad, con el propósito de acudir a una casa de citas la cual solía visitar esporádicamente para saciar mis necesidades sexuales. Ya tenía tiempo que no acudía.

Al subir al autobús que me llevaría a la ciudad, y caminar por el pasillo buscando un asiento, me llevé una agradable sorpresa al ver que la ex empleada de la tortillería venía sentada junto a un lugar vacío, que ni tarde ni perezoso decidí ocupar.

La saludé y ella me sonrío. Le pregunté sobre su trabajo a lo que me respondió que en efecto ya no trabajaba ahí, ahora laboraba en la Ciudad de México pues allí ganaba más. Le pregunté si iba a su trabajo en ese momento, a lo que me respondió afirmativamente, aunque de una manera muy parca.

Durante el trayecto seguimos platicando y, aprovechando la oportunidad, me animé a invitarla a salir y ella aceptó. Quedamos en una fecha días más adelante y me ofrecí acompañarla a su trabajo pero ella rechazó mi oferta. Argumentó que ingresaría a la sección de damas del convoy para irse más pronto, pues en los otros vagones era casi imposible abordar. Me despedí y ella a su vez lo hizo con una sonrisa muy amplia antes de irse.

Estaba muy contento y, viendo el gran cúmulo de gente en el andén, estaba por decidirme por abortar mi plan de aquel día. Después de todo yo ya tenía idea de dejar de irme de putas y establecer una relación más formal con una mujer, y esta chica me agradaba para novia.

Tras un momento dubitativo, siempre me ganó la calentura y decidí seguir con mi objetivo inicial de acudir a la casa de citas ese día. Después de todo, tal vez sería la última ocasión. Esperé hasta poder entrar en uno de los atestados vagones y partí.

Bajé en la estación que quedaba más cerca a la mencionada casa del placer y caminé hacia el lugar. He de decir que aunque no es la primera vez que acudo a un lugar así, aún siento cómo mi ritmo cardiaco se acelera justo después de tocar el timbre, producto del nerviosismo. No sabes lo que allá adentro te puede esperar. El cacheo antes de entrar es inevitable; posteriormente te conducen a una pequeña salita donde, detrás de una cortina, aguardan las chicas disponibles.

Yo espero, con cierto nerviosismo y expectativa. El mismo tipo que me cacheo al entrar les grita a las chicas detrás de la cortina avisándoles que hay cliente, y ellas comienzan a salir.

Una a una, salen distintas chicas, de edades y complexiones diversas quienes se presentan con un nombre evidentemente falso. A decir verdad, casi ninguna me pareció atractiva y me empezaba a desanimar (pero eso es uno de los riesgos de acudir a un sitio así, no siempre encuentras a una chica que cumpla con tus expectativas), sin embargo, al salir la última, me di cuenta que ésta  era una ocasión especial. La última, no sólo era una chica que cumplía con todas mis expectativas, sino que además ya la conocía.

La expresión en su rostro era una mezcla de sorpresa inesperada combinada con vergüenza. Julieta, como apenas unos momentos antes ella misma me había dicho que se llamaba, se notó sorprendida de verme allí, y yo aún más al ver que la chica de la tortillería ahora se dedicaba al sexoservicio.

Inmediatamente la elegí a ella quien, con el rostro desencajado, me pidió que la acompañara y yo la seguí. Como era habitual, la chica que le daría a uno el servicio iba delante luciendo su derrière mientras subía las escaleras que conducían a las habitaciones que estaban en la planta alta. Supongo que eso era para que pudieras admirar lo que en unos segundos te podrías comer, y yo no hice excepción a la regla pues, mientras veía delante de mí, se me hacía agua la boca y, literalmente, me temblaban las piernitas al ver que, sin esperármelo, ese mismo día saciaría mi deseo por esa chica.

Cuando entramos al cuarto ella pidió su pago, como usualmente lo hacían todas las chicas que ofrecían allí su servicio. Estuve tentado a comérmela a besos, pero me contuve. Sabía que si ella gritaba, ya fuera por nerviosismo o por sentirse amenazada, el tipo de la puerta acudiría y me sacaría a patadas del lugar, y yo no quería perder esa oportunidad de hundir mi masculinidad en esa chica petite que tanto me gustaba.

Preferí pagarle por dos horas de su servicio, lo que yo generalmente no hacía, sin embargo, esta vez valía la pena. A ella le cayó en raro cuando le solicité más tiempo del convencional. Sin mirarme a los ojos, me pidió que la esperara mientras iba por sus cosas.

Cuando ella se fue, yo me desnudé pensando en lo que a continuación iba a disfrutar. En esos segundos, previos al encuentro, tuve la oportuna idea de colocar mi celular, de tal forma que grabara aquel evento. Afortunadamente me dio tiempo y lo coloqué antes de que ella regresara.

Julieta volvió vestida más ligeramente. Aquel pantalón entallado, con el que la vi vestida hace un momento, desapareció dejando en su lugar unas sexys pantaletas y encima un baby doll que dejaba poco a la imaginación.

Mientras aquella chica dejaba a un lado un bolso y comenzaba a desnudarse completamente, guardó silencio. Decidí no incomodarla con preguntas obvias, por lo menos no hasta ese momento.

Sacó de su bolso un envase de lubricante y un par de preservativos. Me colocó una goma y gocé cuando, por primera vez, ella tocaba mi tieso miembro mientras colocaba el profiláctico.

Ella me ofreció el convencional servicio oral y yo me recosté en la cama dispuesto a disfrutarlo. Pese a la membrana de látex, su boquita se sentía calientita y, aunque no era ninguna experta, lo mamaba rico, pero su inexperiencia era evidente. Yo ya no aguantaba y, sin decirle agua va, me levanté de la cama y la acomodé de a perrito. Se la dejé ir de un solo empujón. Parece que para su pequeño cuerpo mi miembro era algo grande pues se quejó. Me indicó que aún no había puesto el lubricante necesario y yo hice oídos sordos y me la seguí bombeando.

Era delicioso saber que aquella chica, que hasta apenas unas semanas me despachaba las tortillas muy sonrientemente, ahora me brindaba su coño por unos cuantos pesos. Y eso sí señores, yo estaba dispuesto a disfrutar cada minuto de esas dos horas ya pagadas.

En la posición de perrito estuve más de veinte minutos y, pese a sus pequeñas quejas, yo no paraba. Me encantaba ver como se veía a sí misma en un espejo colocado muy morbosamente en aquel pequeño cuarto. No habíamos dicho nada, ni ella ni yo, de sabernos conocidos, y me preguntaba qué podría estar pasando por aquella cabecita mientras se veía a sí misma siendo empalada por aquel que, tan sólo unos minutos antes, la había invitado a salir. Antes de la primera cita, yo ya estaba penetrando la pequeña abertura vaginal de quien había deseado como novia.

Sin decirle nada, la recosté en la cama, coloqué sus piernas abiertas sobre mis hombros y así me la ensarté. La estuve bombeando mirándola directamente al rostro, pero ella evadía mi mirada. Julieta miraba a la pared con una expresión de pocos amigos, como si estuviera molesta pero, a la vez, alejada de los convencionales gemidos y gestos de las suripantas que, con sollozos falsos, quieren provocar la pronta venida de su cliente. Eso lo agradecía, pues aquellos embustes no son de mi gusto.

Cansado de su desdén, retiré sus piernas de mis hombros y me recosté sobre ella. Pasé una de mis manos bajo su nuca e hice, con suavidad, que su cabeza girara hacia mí. Por fin nos miramos directamente a los ojos, sin embargo, aún guardaba un inescrutable silencio. La bombeé lo más duro que pude, tratando de atravesar su impenetrable coraza, pero ella no emitió más que leves quejidos.

—¿Por qué no me hablas? —le pregunté.

—Y decirte ¿qué? —entre leves quejidos, por fin ella me respondió.

Tras otro momento de silencio, en el que nos miramos fijamente, la besé. Podía observar en su frente unas gotitas de sudor, lo que me hizo recordar aquel momento cuando la conocí en la tortillería, pues ese mismo sudor la bañaba, sólo que ahora la causa era diferente.

—Me gustas, me gustas mucho.

Ella no dijo nada, se quedó callada mientras yo no dejaba de penetrarla. Decidí actuar de otra forma. Me salí de ella y me deslicé hacia abajo, hacia su raja. Metí mi cabeza en su entrepierna y hundí mi lengua en su tibia puchita.

Lami y lamí, metiendo mi lengua a intervalos en aquel húmedo agujero. Su sabor era único. Ella, por fin, gimió abiertamente y me agarró de los cabellos mientras se estremecía. Miré hacia arriba y nuestras miradas finalmente se conectaron compartiendo el placer de nuestro encuentro.

Me incorporé y tomé su escuálido cuerpo que, fácil y violentamente, maniobré dejándola recostada boca abajo. Ella apenas si pudo echar un vistazo de reojo cuando me coloqué detrás para volver a penetrar su, aún, estrecha vagina.

Nuestras carnes chocaban constantemente mientras el catre sobre el que estábamos crujía en cada envestida. Al disfrutar de sus suaves nalgas, cuando mi área púbica se estrellaba con ellas, tuve ganas de venirme pero supe aguantar, no quería desperdiciar el tiempo concertado por lo que seguí y seguí penetrándola.

A los veinte minutos antes de que se cumpliera el límite de nuestro encuentro, ella habló:

—¿Te falta mucho? —dijo.

—Todavía —le contesté rudamente, pues me molesta cuando una chica del oficio trata de apurar al cliente. Uno ya pagó y es justo que lo dejen desahogarse a gusto.

Tras otro par de minutos de constante ayuntamiento por fin dejé que mi cuerpo arrojara su tibio néctar.

—…se siente muy caliente, ¡aaaah! —ella dijo en un chillido.

Caí desfallecido a su lado.

—Ay no manches, a ver. ¿Te manché de sangre? —me dijo.

En efecto, la chica me había dejado cubierto de dicho líquido viscoso el preservativo. En ese momento me di cuenta del porqué de su estado, y de porque quería que ya terminara.

Salí de aquel lupanar satisfecho. Ese no sería nuestro único encuentro, pensé. Ahora sabía donde localizarla y acudiría periódicamente. En cuanto a la cita al final no se dio. No sé por qué, pero ella no acudió. Ahora que vuelva a tomar su servicio le preguntaré.

FIN

Adjunto aquí un link para ver parte del video: http://www.xvideos.com/video6930703/haciendo_rechinar_el_catre 

 






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