Un relato épico de como no se puede subestimar a las leyendas locales de pueblos supuestamente primitivos, una lección que demasiado tarde aprenderá la Doctora Megan en un recóndito rincón de la selva misionera.
(Aclaración: He resubido el relato pues estaba mal categorizado)
Relato
La doctora Megan Cox era tan esbelta, tan morocha, tan sensual, tan deseable y tan consciente de todo ésto que resultaba ser una cosa intratable para los hombres, incapaz de devolver una sonrisa y esquiva a deslizar una palabra de más sin esbozar cierta mueca de desagrado en los labios, excepto que estuviera frente a un adonis como esos que salen en las publicidades de slips. Éste no era el tipo de ejemplar masculino que la frecuentaba desde que había descendido en esas remotas tierras al sur del globo. Misiones, territorio de tierra colorada, de leyendas, de maravillas naturales y de tantas otras cosas interesantes que no le interesaban en absoluto a la norteamericana. Solo le interesaba el gato tigre.
El gato tigre es un felino en peligro de extinción de la especie de los ocelotes, su nombre científico es "Leopardus tigrinus" y vive entre otros lados en la provincia de Misiones, Argentina. Además es el animal que siempre había obsesionado a Megan, más que el resto de los felinos en extinción. Por este motivo había soportado el largo y tedioso viaje a esa tierra de hombres feos y subdesarrollados que la miraban lascivamente, según sus parámetros y pareceres.
Una vez asentada en un precario hotel cercano a la selva misionera, la doctora repasó mentalmente su trabajo: expedición a la selva, toma de fotografías, colocar un par de collares a los felinos, hacer un seguimiento de una o dos semanas y con suerte tendría datos suficientes para analizarlos en su cómodo laboratorio de California. Era una maldición para ella estar tan cerca de la selva, los monos no dejaban de aullar y empeoraban su mal humor. Por otro lado, aqui habían menos personas con las que verse y estaba a unos pasos de su lugar de trabajo.
-"Pomberito, Pomberito, si me haces encontrar el cuchillo, yo te ofrezco tabaquito" había oído Megan por la ventana sin vidrios, lo que la hizo husmear fuera. Era Walter, uno de los encargados del hotel, que recitaba esa frase como un mantra mientras escudriñaba en suelo en busca del objeto perdido. -Dios, lo que me faltaba -pensó - estos lugareños y sus creencias primitivas...- Luego recordó vagamente al Pombero y a otras leyendas de la zona que había leido en un folleto turístico del avión. Sonrió con un aire de superación y se dirigió al baño en busca del agua fría que la liberara del calor diabólico de ese lugar.
Comprobó que tan poco civilizados no debían ser porque halló jabón, shampoo y crema en el baño. Poco duro su felicidad al ver que la ducha consistía en un depósito de agua que colgaba de una pared y que debía llenar ella manualmente con un balde, cosa que a hizo a regañadientes, luego se quitó la ropa totalmente inadecuada para una zona tan calurosa, y la fue depositando en una sillita de mimbre. Cualquier persona o ser que hubiera estado allí se habría chorreado la boca de saliva al ver un cuerpo tan bien formado, unas tetas bien redondeadas que se desplazaban entre si, como si cada una de ellas quisiera ocupar todo el pecho, cosa que en un cuerpo relativamente delgado eran de una voluptuosidad innegable, coronadas con dos aureolas rosadas perfectas, dos pezones carnosos y duros que daban ganas de morderlos hasta al más asexual de la tierra, En sintonía con esto la sostenían unas piernas torneadas, una cola perfecta de calendario playboy y todo un cuerpo armonioso de piel dorada por el sol. Su rostro era como ingenuo, aunque con un toque picaresco o burlón, acenuado por sus gestos, lo que la hacía a mitad de camino entre un angel y un demonio. Un hombre podía perderse completamente en el verde brillar de sus ojos o en esos labios rojos que invitanan al suicidio.
Si alguien o algo la hubiera estado espiando desde atras en ese baño hubiera visto como se caía el jabón y la doctora se agachaba a recogerlo dejando ver entre sus muslos entreabiertos, unos labios vaginales perfectos, custodiados por dos deliciosas montañas de carne rosada totalmente depiladas. Como una flor carnívora manchada de espuma. Algo se cayó en el baño, Megan se dio vuelta rápidamente con la seguridad de que había alguien tras ella, pero no vio a nadie, se envolvió en la toalla y salió. No vio a nadie en los alrededores, consideró que estaba muy cansada, la imaginación le jugaba una mala pasada en ese extraño lugar.
Quizás se había obsesionado por los felinos cuando a los cinco años un camión atropelló a su Kitty, su gatito, lo cierto es que no amaba profundamente a los animales, todo en ella era obsesión por los grandes gatos, esto quedó demostrado cuando mandó envenenar unos doscientos loros que con sus chirridos espantaban a los ocelotes. Obviamente no sabía nada de la naturaleza de ese rincón del mundo, ni de sus leyendas de las cuales se burlaba, ni de lo reales que podían ser en esas tierras de fantasía. Además tendría que haber pensado dos veces antes de quedarse sola en la selva hasta la noche, en contra de las recomendaciones de los supersticiosos nativos...
... El Pombero es un ser que según la leyenda habita recónditos lugares de Misiones, puede ser bueno o malo, pero siempre resulta singular, se pone de mal humor si algún cazador mata animales que no va a comer, si eso ocurre se transforma en cualquier animal o planta y con argucias induce al infractor a internarse a lo profundo de la selva donde se pierde. Esto es lo que le sucedió esa noche a la doctora Megan persigiendo al gran gato tigre según ella creía o al Pombero, según sabemos nosotros. Es un ser muy lascivo, acecha a las mujeres y las viola, pudiendolas dejar embarazadas. lo que lo ha hecho "padre" de más hijos de los que ha tenido, siendo chivo expiatorio de casi todos los hijos extramatrimoniales de esa región.
...Ahora vamos a los más importante, físicamente también es un bicho singular, se dice que es una enano robusto, totalmente peludo, con brazos tan largos que los arrastra, manos exageradamente grandes, piernas cortas rematadas con enormes pies mirando hacia atrás sin codo ni rodilla, usa un gran sombrero de paja, y anda completamente desnudo. Eso sí, su tupida cabellera tapa su gran miembro viril que también arrastra por el suelo.
La doctora no pudo creer como un animal salvaje se dejaría poner tan dócilmente el collar -Suerte- pensó, pero no supo que tipo de suerte hasta que el animal comenzó a metamorfosearse en el Pombero que ya describimos, y su mueca de autosuficiencia se borró al ver lo que contemplaba, un enano gordito, de un medio metro de estatura, totalmente desnudo, cubierto de pelos como un mono, que la miraba con cachetes colorados y ojos de no haber visto nunca una mujer. Totalmente paralizada intentó huir pero fue en vano, sintió como el aparente duende desnudo le arrancaba las ropas y con una lengua tan larga y viscosa como la de una vaca le lamía los pezones. Entonces se dio cuenta que no había un Pombero, sino éste más otros cuatro que la sostenían de las manos y las piernas.
Su fuerza era proverbial para unos seres tan pequeños, aunque ya había recuperado las facultades para moverse la resistencia era futil, ni un Mike Tyson podría haberse librado de esos mini-titanes. Se miró los pechos, tenía los pezones totalmente hinchados y las tetas a manchas rosadas de las chupadas del engendro, de pronto le pareció sentir un quinto enano peludo escalando entre sus piernas mientras otros dos se las elevaban y las alejaban entre sí todo lo que les daba la fuerza, solo dejaron de tirar cuando el grito de dolor de la doctora les hizo saber del límite.
Y allí estaba la sensual doctora, completamente dominada por los Pomberos, con las piernas elevadas hacia el cielo y su vulva carnosa totalmente expuesta. Abrió bien grandes los ojos al sentir que depositaban sobre sus finos labios vaginales un grueso trozo de carne, -No - pensó - Eso no puede ser lo que pienso, Por favor!- Pero era lo que más se temía, sintió como las arrugas de la piel de la gruesa manguera viviente rozaban su sexo, sintió el contorno de las venas palpitantes y sintió como la descomunal berga intentaba abrirse paso en su estrecha conchita. Fue una tarea dificil pero el Pombero lo logró, estaba habituado. nomás fue introducirla y el rugoso objeto pareció amoldarse completamente a la estirada caverna. Gruesas lágrimas rozaron sus mejillas y haya sido por excitación o por sentido común, la vágina de la doctora comenzó a lubricarse como jamás lo había hecho en la vida.
Le pareció oler algo sobrenatural, quizás haya sido el sexo de los Pomberos, solo podía imaginarse el pene de un elefante penetrándola. Perdió la noción del tiempo, uno tras otro los Pomberos iban cambiando su lugar, no sin antes eyacular una cantidad impensada de una leche espesa y caliente en su húmeda concha. Ella sabía cuando esta oleada llegaría al escuchar los rechinidos de los dientes del enano y al sentir que le apretaba el culo con fuerzas mientras introducían hasta el último centímetro su miembro en sus entrañas, chocando contra su pubis unos huevos peludos del tamaño de unos cocos. A medida que los Pomberos sumaban su fluida carga, el chapotear de los pegajosos huevos contra los hinchados y rojizos labios vaginales era bestial, profundamente animal.
Tres o cuatro veces no lo pudo evitar, su concha se contrajo apretando fuertemente el cañón de carne de las bestias expulsando a presión leche acumulada hacia afuera de su cuerpo, exhalando en un agónico orgasmo como no había tenido con ningún otro hombre. Todo pasó esa noche, la tumbaron de espaldas y profanaron su apretado culito hasta hacerlo sangrar, le metieron sus bergas en la boca, las comisuras de sus labios vieron resbalar la blanca leche y tragó una buena cantidad, amén de ahogarse varias veces.
Cuando despertó al otro día en la selva, estaba desnuda, tenía el hermoso cabello pajoso, en lo más exacto del término, y la cara, las tetas, y sus partes pudientes aún estaban regadas de el extraño semen, Desorienrada trató de recordar, lo que era seguro es que sentía el culo y su vecina como si tuviera dentro aún metida una de esas descomunales torres. Volvió rengueando a su refugio aún chorreando por su sexo, lo hizo sin que nadie la viera, no contó nada a nadie y ensimismada en si misma, regresó a California.
Dos meses después se casó con un atleta al que había rechazado dos veces, otros siete meses después nació Stephen, pero no era rubio como su padre, era más bien morochito y pequeño, arrugadito y casi con cara de viejo, algo así como un duende.
Todo empezó en una charla....hasta que Carla me convirtió en Un Marido Dominado, Sumiso y Cornudo
Relato erótico enviado por domo54 el 16 de January de 2009 a las 18:15:48 - Relato porno leído 88107 veces
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marquezade
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Comentarios enviados para este relato
katebrown
(18 de October de 2022 a las 20:51) dice:
SEX? GOODGIRLS.CF
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