Una chica se encapricha con un compañero de trabajo y quiere iniciar relaciones con él. Será el principio de una relación de dominación en que ella será transformada en una esclava sumisa.
Relato
A los 22 comencé a trabajar en una empresa de software como diseñadora gráfica. De esto hace ya dos años. La edad de mis compañeros de trabajo no superaba los 28 y entre las salidas al bar después de hora y los almuerzos en el mismo restaurante nos fuimos integrando en un grupo que llegó a ser inseparable. Era esto tan así que todos los días, saliendo de trabajar, nos quedábamos hasta la madrugada bebiendo cerveza charlando y riendo. Los fin de semana nos llamábamos y salíamos a cualquier lado juntos.
El grupo estaba integrado por dos programadores José y Marcelo otro diseñador Arturo, Damián y tres mujeres, Analía, Silvia y yo.
Con el correr del tiempo fui fijándome en José, me atraía su inteligencia, su forma divertida de contar las cosas, su vasto conocimiento y su caballerosidad por no hacer hincapié en su mirada que me hacía temblar de ganas cada que la posaba en mí.
Por esos días yo cambiaba de novio cada dos semanas ya que los comparaba a todos con José. Aunque suponía que lo asustaba mi personalidad avasallante y atribuía a esto su falta de una seria intención respecto de mí.
Así transcurrió un año y podría contar miles de detalles eróticos con los cuales jugaba José, desde posar sobre mi muslo su mano mientras viajábamos en un taxi hasta ver películas en su cama uno al lado del otro.
Cuando les conté un día a los chicos mi problemática en encontrar un departamento más cercano al trabajo me sorprendió el ofrecimiento de José de que me mudase a su casa. Él tenía una casa enorme en el barrio de Barracas que había sido de sus abuelos y vivía solo en ella. Me mudé a su casa a principio del verano.
Al ser la casa tan grande realmente no nos molestábamos. Yo vivía en el fondo, atravesando un inmenso jardín en el cual había una higuera gigantesca, y él en el frente. Solo compartíamos la cocina y el televisor, que él tenía a los pies de su cama. Por las noches, cocinábamos por turnos, comíamos en el jardín por el sofocante clima de Buenos Aires en diciembre.
El hecho de verle el torso desnudo, el brillo de la transpiración en su piel, su pantalón de jean cortado hasta los muslos, esa insinuación en su interior Me mantenían constantemente excitada. En realidad me excitaba cada centímetro de su cuerpo.
Así, con esta calentura constante en la cual me tenía adrede, las charlas y juegos eróticos a los que me sometía constantemente me hicieron por fin cambiar mis hábitos de insomnio solitario e ir a su habitación en medio de una noche decidida a todo.
Atravesé el jardín con mi corazón latiéndome en todo el cuerpo, transpiraba y una brisa me había endurecido los pezones a tal punto que me dolían. Entré en la cocina, la cara me ardía, tomé una botella de vino blanco helado y bebí como si fuera agua, me eché un poco del vino en el pecho, el aire quemaba, y bebí unos sorbos mas. Subí la escalera hacia su cuarto, pero me quedé congelada en su puerta.
No sabía qué hacer, ¿qué le diría? ¿Qué pensaría de mi? Estaba viviendo una tortura y mientras mi respiración se hacía cada vez más rápida se abrió la puerta tan rápido que no tuve tiempo de hacer nada.
¿Qué haces? me preguntó.
No le pude contestar, entre el calor, el vino y lo que venía viviendo me había entrado tal estado de debilidad que comencé a llorar.
¿Qué te pasa? mmm estás borracha, vení sentate unos minutos, me tomó de la mano y me llevó hasta su cama sentándome en ella. Él se acomodó en una silla y prendió un cigarrillo.
¿Estás bien? Contame, levanté mi vista y creí percibir una sonrisa en su boca. Entre lagrimas le dije que hacía ya mucho que me gustaba, que me tenía completamente excitada todo el tiempo. Que no podía soportar más esa situación. Me moría de vergüenza y rompí en un verdadero llanto inconsolable.
Era la primera vez que me pasaba una cosa así, siempre había manejado a los hombres como quería y nunca había conocido a uno que no me mirase con intención sexual. Todo ese poder que da la belleza y con el cual había vivido toda mi vida se había esfumado ante él y me sentí completamente desprotegida y avergonzada.
Creo que tomaste demasiado vino, puedo sentir el olor desde aquí.
No por favor, no me rechaces y caí abrazándole sus rodillas mientras lo decía, por favor, por favor haría lo que fuese, cualquier cosa que me pidieses.
Sos una malcriada, seguro que haces todo este teleteatro por que no te presto la atención que querés.
No es cierto, te deseo, dije esto ahogándome en el llanto.
Igualmente, aunque fuera cierto yo no soy un hombre con gustos comunes, y solo existe una forma de que pueda aceptarte.
Lo que sea, lo que sea.
Solo puedo aceptarte como esclava.
No entendí bien a qué se refería pero le respondí que haría lo que me pidiese.
Estas respondiendo por que sí, ni sabes lo que significa, tendrás que pasar por un entrenamiento si lo que sea lo que sea y si algo pude imaginar con lo de entrenamiento no fue más que una gimnasia tonificadora y me sentí fea por primera vez.
OK ¿Quieres empezarlo ahora? Me tomó la cabeza y suavemente me acercó hasta besarme como nunca nadie lo había hecho, sus brazos me envolvieron y sentí todo el amor y brillo de la felicidad en un momento, casi me desmayo. Quise vivir en él para siempre. Separó sus labios, me miró y yo lloré y lloré pero por lo que su beso me había causado.
Bajó sus manos suavemente hasta donde terminaba mi remera, tomó sus bordes y comenzó a quitármela, mis senos quedaron al descubierto y yo sólo deseaba dárselos, que los tocara, que los lamiese y mordiese, su dedicación era para mí una tortura.
Él los contempló largo tiempo y con un gesto de su mano comprendí que quería que me parase.
De la misma forma comenzó a quitarme el short de gimnasia que llevaba y cuando sentí el aire en mi pubis temblé de excitación, continuó bajándomelos hasta que cayeron a mis pies, me levantó uno, luego el otro y quedé completamente desnuda ante él. Jamás me había excitado tanto en toda mi vida. Él se levantó de la silla y caminó alrededor mío mirándome hasta que sentí sus manos sobre mis nalgas, separé mis piernas sin pensarlo, él comprendió y me rozó los labios con sus dedos suspiré y giré para encontrarlo. No, no, me dijo, recuerda que eres mi esclava, harás lo que te diga Me di vuelta de todas formas e intente besarlo, pero me tomó por los brazos mientras le pedía que por favor me cogiese. Todo a su momento, ahora te vas a arrodillar y te quedarás así hasta que yo vuelva. Lo hice sin dudarlo.
Él salió por la puerta, el aire no se movía, el calor me sofocaba y estaba excitada a tal grado que no pude evitar comenzar a tocarme. Cuando él entró, traía una caja enorme, y me vio con las dos manos entre mis piernas gimiendo y con la boca abierta para poder respirar y dijo: Eres una perra, aprenderás a controlarte, detente y dame los brazos. De la caja sacó unas esposas y me las puso muy apretadas, me quejé con un gemido luego, tomando la cadena que colgaba entre mis muñecas, me arrastró hasta el medio de la habitación. Allí ató una cuerda a las esposas y lanzó el otro extremo a través de la viga que cruzaba el techo. Me encantaba estar atada, a sus merced. Empezó a tirar de la cuerda y no tuve tiempo de acompañar el movimiento, las articulaciones me dolieron tanto que dejé escapar un grito, quedé colgada de mis brazos balanceándome, este balanceo aumentaba el dolor en mis muñecas y articulaciones.
Con otra cuerda me ató juntos los pies y me bajó hasta que pudiera tocar el piso sólo con la punta de los dedos. Le pedí que me soltase, que me dolían mucho los brazos y muñecas, él respondió con una sonrisa y de la caja sacó un látigo negro, larguísimo.
Tenía la cara desencajada, eso me asustó más que el látigo en sí, que lo suponía parte del juego, pero el miedo me agarró al verle la cara, los ojos desorbitados y comencé a desesperarme, me sacudí tratando de soltarme, de escapar pero era imposible. Comencé a decirle no, no no pero él pasó y se coloco a mi espalda, no podía creer lo que me pasaba y le empecé a rogar de todas las formas.
Pegó un latigazo en el piso que me arrancó un grito de espanto, luego otro, comencé a llorar y suplicar. Sentí el látigo zumbando en el aire y sobre mis nalgas sentí el más agobiante dolor que jamás haya sentido, luego otro y otro. Los gritos que el látigo me arrancaba parecían exaltarlo y los golpes se hacían más y más fuertes. Un latigazo rodeó mi costado y fue a dar directo en mi pecho, el dolor llegaba hasta mi cerebro como a través de un hilo conectado a donde el látigo caía.
Dirigía los golpes a mis nalgas y piernas y yo lo único que deseaba era no tener esas partes. Después de un tiempo dejé de gritar, estaba en un letargo, entre la vigilia y el sueño, lo único que existía era el dolor intenso, él se detuvo y me desenganchó de la viga haciéndome caer al suelo, me acurruqué en posición fetal y temblaba tanto que pensé que me moría, así me quitó las esposas y me desmayé.
Me despertó dándome terribles palmadas en la cara, me tomó de los tobillos y me dio vuelta. Me dejó boca abajo, con las piernas separadas y mis brazos estirados, yo estaba tan agotada que no podía moverme. Destapó una botella de alcohol y se paró detrás mío, lo roció por las heridas quemándome, me moví y me tomó por un tobillo arrastrándome de vuelta hacia él terminando de rociarme en cada una de mis partes lastimadas.
Me dejó ahí tirada, abierta, yo estaba tan cansada que sólo quería dormir. Cuando caía en el sueño, me daba un latigazo terrible en mis nalgas, yo me retorcía de dolor y él me volvía a acomodar, esto duró mucho tiempo, y otra vez el alcohol quemándome, no podía hablar, sólo gemía y gemía.
Después del último latigazo me levantó de los pelos y me mordió la boca y los senos, me arrastró hasta un gran armario y me metió en él, cerró las puertas y me encontré a oscuras, desorientada, temblando dolorida pero sabiendo que podía descansar, no podía pensar y me dormí.
Cuando me desperté me dolía absolutamente todo, casi no podía respirar ahí adentro y tenía una sed terrible. Al instante pude pensar en lo ocurrido y me agarraron unos escalofríos horribles que recorrían mi cuerpo acompañados de un temblor que no podía controlar. Sentía un olor horrible, el del miedo. No me podía mover, no podía estirar mis piernas que estaban dormidas por completo. Traté de abrir las puertas pero estaban cerradas y lloré y grité hasta que caí agotada y volví a dormirme.
Me desperté nuevamente con unos golpes fuertísimos que pegaban sobre la puerta del armario, y escuché la risa de una mujer y a José explicándole algo que no llegaba a distinguir.
Cuando se abrió la puerta, una mujer, de unos 50 años, de mirada siniestra, me observó tomándome el mentón y obligándome a mirarla. Una rubia, no me mentiste, exclamó, y qué carita tan deliciosa Vio enfermera, y eso que aún no la ve entera contesto José. La sed me mataba y tenía todos los miembros dormidos. "La enfermera" muy suavemente intentó que saliese del armario pero comprendió lo que me pasaba y dijo: Pobrecita, no se puede ni mover y mira qué miedo tiene está aterrada.
La mujer me tomó de los pelos y me arrastró fuera del armario arrodillándome. No sé si por el miedo o por el tiempo que había pasado encerrada no pude controlarme y me oriné encima. Quién te dio permiso para hacer eso exclamó "la enfermera" y tomándome de la nuca me empujó la cabeza hasta llegar al piso y refregó mi cara por todo el pis que había hecho.
Saca la lengua puta, saca la lengua o te la arranco. Con mis mayores esfuerzos ya que me había mordido muchas veces la lengua durante los latigazos la saqué y comencé a lamer. Muy bien puta ahora sigue hasta que no quede ni una gota. Me soltó y yo por miedo seguí lamiendo cada parte de ese charco interminable.
Sentí como me acomodaba para que quedase en cuatro patas y observarme así bien desde atrás. Tenías toda la razón le dijo a José mientras me examinaba las nalgas y yo seguía sorbiendo cada gota de lo que había hecho. Lástima que esté tan lastimada, seguro que ni le pusiste vaselina en la piel antes ¿no? No, contesto José, es una lástima, espero que no le queden marcas replicó la mujer.
El apodo de enfermera me asustaba, la mesa que pude observar, una mesa que habían preparado con una tabla muy gruesa y agujeros de distintos tamaños, y que tenía apoyados sobre ella una cantidad de aparatos metálicos me erizaba la piel.
Parece que la puta tiene sed, dijo "la enfermera" viendo que yo seguía lamiendo como me había dicho que lo hiciera. Sí, hace más de 24 horas que no toma ni una gota le respondió José. Ahora vamos a hacerla descansar un rato que quiero que esté bien lúcida para el examen. Listo putita ahora podés descansar, ponete de rodillas. Lo hice al instante, las manos atrás, bien. Separá las piernas, bien, bien.
Le iba a rogar que no me lastimase pero al ver el gesto de tratar de decir algo me pegó terrible cachetada y gritó enfurecida: Puta, que ni se te ocurra, que ni se te ocurra.
Me quedé en silencio ahogándome en mis lagrimas y con el terror de no saber qué me iban a hacer.
Tráele un poco de agua José. Al rato apareció con una botella y me puso el pico en la boca. Desesperada traté de tomarla con las manos ya que él dejaba caer solo unas gotas en mi boca. Esta puta ya me hartó, gritó la mujer al ver mi ademán de tomar la botella con las manos, A la mesa, dijo. No no, no por favor, no, no me lastimen, se los ruego por favor. Noo
Te vas a arrepentir tanto de haber dicho eso dijo "la enfermera" mientras José me arrastraba hasta la mesa que tanto temía.
Me colocaron boca abajo sobre esa gran tabla. Por unos pequeños agujeros me ataron el cuello a la mesa con tal rudeza que me ahogué y no pude respirar, desesperada comencé a sacudirme tratando de liberarme hasta que me aflojaron la atadura y pude tomar una gran bocanada de aire. Mirá como se asustó la perra comentó José. La atadura de mi cuello seguía ajustada pero podía respirar.
Mientras José me ataba los brazos "la enfermera" me quemaba con algo la cola para que me fuera corriendo levantando las caderas, mi forma de tratar de escapar a las quemaduras la divirtió mucho y rió complacida. Una vez en la posición en la cual deseaba que estuviese, pasó un tronco de madera bastante ancho por debajo de mi vientre y me obligó a aJosérme sobre él. Estiró mis piernas y las abrió tanto que creí que me partiría, grité y ella me las ató en ese estado. El tronco mantenía mi cola levantada y cada músculo de mi cuerpo quedaba tensionado. Luego me ataron la cintura y los muslos.
Me separaron las nalgas con una especie de aparato metálico frío y dentado. Tenía que relajarme para evitar el dolor de los dientes del aparato mientras esa parte de mi cuerpo quedaba completamente expuesta. La lucha entre mantener la relajación y el dolor de los dientes era dificilísima.
Pude sentir como "la enfermera" me tocaba el ano y empujaba un dedo, yo estaba inmovilizada a tal punto que no podía ni siquiera hacer el más mínimo movimiento de resistencia. Esto me humillaba terriblemente.
"La enfermera" siguió inspeccionando la zona pero no me penetró como creí que lo haría.
Qué culo mas delicioso tiene, exclamó, va a ser uno de los mejores enemas de mi vida. Sentí que sus dedos me ponían una especie de crema fría y pude sentir como apoyaba algo duro, grueso en mi ano.
Comenzó a empujar y mientras entraba yo gritaba de dolor. Me ardía y sentía como iba adentrándose. El dolor era terrible y la tensión me hacía tratar de apretar mis nalgas lastimándome con los dientes del aparato que me las separaba.
Una vez colocado profundamente el dolor se hizo más soportable. Bueno putita, ahora vas a aprender como se limpian a las putas como vos por dentro.
Comenzó a entrar en mí un líquido espeso y frió, empecé a gritar con gritos desgarradores mientras el líquido seguía entrando. Podía sentir cómo se llenaba todo mi interior y la sensación era horrible. Enseguida me acostumbré a la baja temperatura de lo que me estaban poniendo pero el líquido seguía entrando.
En un momento pensé que me iban a hacer explotar y no lo soporte más. "la enfermera" aflojó un poco mis piernas y pude levantar un poco el vientre que estaba hinchado. Ella me sostuvo el estómago con la mano y comentó: Aún tiene espacio para otro litro. Me sentía tan mal que no podía gritar, gemía solamente y rogaba a Dios que terminase ese suplicio.
Me llenaron hasta que creí que iba a morirme. Luego "la enfermera" dijo: Ya está, putita, ya está, te portaste muy bien. Y comenzó a retirar el aparato dentado que me separaba las nalgas y el que tenía introducido en el ano. Que no se te vaya a escapar ni una gota o tendremos que repetirlo eh.
Traté de aguantar lo más que pude para que el líquido no se deslizase fuera de mí, estos esfuerzos parecieron divertirla mucho. Mientras luchaba por contener el líquido en mi interior me desataron el cuello y luego el resto de las ataduras.
Me puse en cuatro patas, ya que así podía aguantar mejor. Mira José como aguanta, sí enfermera, respondió José, mírele bien la carita, está preciosa. Bien putita, te estas portando excelentemente dijo la mujer, como premio puedes sacar toda el agua que tienes en ese culito precioso.
El alivio fue tan grande que deje escapar un largo suspiro.
Me senté sobre la mesa agotada. "La enfermera" me levantó la vista de la misma forma que lo había echo cuando me sacó del armario y me observó.
Luego me levantó los brazos y me palpó los senos, me apretó los pezones produciéndome mucho dolor sobre el que había caído el látigo la noche anterior.
Bien, exclamó. Seguimos con el examen.
Esto me aterrorizó y empecé a temblar, ella observó la reacción que estas palabras me habían causado y creo aprovechó la ocasión para ensayar algo nuevo conmigo que tuvo gran éxito: el grado de sumisión que me generaba el miedo que le tenía.
Ahora putita te voy a decir exactamente lo que vas a hacer, de que lo hagas al pie de la letra o no dependerá el grado de dureza que aplique en lo que queda del examen. ¿Entendido? La miré suplicante y asentí con la cabeza. No puta, gritó y temblé, sí, mi señora.
Sí, mi señora, respondí.
Acuéstate boca arriba, lo hice temblando de miedo, levanta los brazos para que José te los ate. Estiré mis brazos por sobre mi cabeza lo más que pude. Ahora puta vas a abrir las piernas todo lo que puedas. Las abrí y ella me ató los tobillos bien arriba, casi haciéndolos tocar mis nalgas. Luego me ató las rodillas aumentando el grado de apertura de las piernas. Me pasaron varias cuerdas por el cuerpo y quede inmovilizada completamente.
Te estas portando muy bien puta, pero apuesto a que ya lo arruinaras con tus gritos. Esto dicho por "la enfermera" me erizó la piel y ella lo notó. La seguía con mi mirada y le observaba las manos, como si con esta atención previniese cualquier ataque y evitase así un nuevo suplicio.
Se paró a mi lado, yo la observaba temblando y con los ojos llenos de lagrimas. José trajo un balde con agua y un trapo que le dio a la enfermera. Ésta lo embebió de agua y comenzó a limpiarme la cara.
Esto fue el mayor placer que había sentido en mi vida, no sólo me aliviaba el espantoso calor y la sed, ya que me dejaba chupar el trapo, sino que lo sentía como una caricia. La caricia afectiva que tanto necesitaba. Le agradecí eternamente con mi mirada.
Me limpió el cuello llenándomelo de agua, recorrió mis senos, mi abdomen. Me inundó la vagina con ese placer fresco, las piernas, mis pies de los cuales dijo que eran una preciosidad. Volvió a permitirme chupar el trapo y mientras lo hacía, mis ojos le agradecían tanto
Bien ya, ya putita has bebido suficiente. No era que no quisiese soltar el trapo que aprisionaba con mis dientes por sed, sino que no quería que terminase eso que yo percibía como una demostración de afecto y que me llenaba de calor el alma.
Ya, puta, te he dicho que lo sueltes. Lo solté, y estaba completamente revitalizada. Sentía ese toque de afecto recorrer todo mi cuerpo como una ola de calor.
"La enfermera" se acomodó entre mis piernas y miro detenidamente mi vagina, la palpó, estiro los labios abriéndolos. Me estiró de arriba para dejar destapado el clítoris y luego tomó un gran pene negro de plástico que me pareció gigantesco, lo mojó en el balde y me separó los labios de la vagina con sus dedos para acomodar el coloso en la entrada.
Empujo y le costó que entrase, así que lo intentó con mayor fuerza. Cuando mis músculos cedieron comenzó a entrar y sentí que me quebraría a la mitad. Con un movimiento brusco lo insertó hasta el fondo de mí y fue tanto el dolor que no pude ahogar mis gritos. Pero la tortura comenzó a continuación con un movimiento frenético de entrada y salida.
La vagina se me desagarraba y cada movimiento me arrancaba gritos de dolor. Cuando por fin me fui acostumbrando, y mis contracciones y gritos fueron cesando, lo retiró tan salvajemente que fue como si me arrancaran una parte de mi cuerpo.
Quedé llorando y terriblemente dolorida, tenía la necesidad de doblarme y el estar atada era una tortura. La mujer no dejó que me recuperase y me insertó, aunque no tan ancho, un aparato similar pero revestido con unas púas anchas y triangulares de forma cónica. Esto no me causó tanto dolor hasta que empezó a girarlo de un lado a otro.
Yo gritaba y pedía que se detuviese por lo que fuera, pero esta tortura continuó, y como la anterior, sólo se detuvo cuando comenzaba a acostumbrarme a ese tormento.
Lo que hizo a continuación fue tomar una especie de jeringa gorda y gigantesca y llena de arrugas en su contorno y llenarla de agua de una olla de donde salía humeante.
Al ver esto comencé agitarme y tratar por todos los medios de librarme de las ataduras y fue aún mayor mi desesperación cuando el artefacto comenzó a entrar en mí y lo sentí terriblemente caliente. Una vez metido por completo comenzó con el movimiento de meterlo y sacarlo pero muy lentamente. Esto lo repitió unas pocas veces y cuando en uno de los movimientos estuvo lo más profundo posible comenzó a soltar el líquido a medida que retiraba el aparato lentamente hacia afuera. No podría describir lo que es quemarse viva en su interior. Trataba de escapar, de retirarme de ese artefacto siniestro.
José se acercó y abriéndome la boca presionando con sus dedos mi mandíbula me metió una bola que ató de unas correas a mi cabeza diciendo que era probable que me mordiese tan fuerte la lengua que terminaría por arrancarme un pedazo.
La tortura era interminable, el dolor era agobiante. Cuando terminó de retirar el artefacto me abrió con los dedos la vagina para que cayese el agua que me llenaba. Me alivié y descansé mis músculos. Pero "la enfermera" volvió a llenar ese aparato siniestro y comencé a llorar como no la había hecho hasta ese momento, ya no trataba de resistir, simplemente me desgarraba en llanto.
"La enfermera" al observar esto se acercó a mi oído y dijo: Realmente dolió ¿no? . Contéstame, duele mucho ¿no es cierto? Afirmé como pude entre el llanto y la bola que me llenaba la boca. Ahora dime putita, se que quieres evitar que te ponga éste, mostró el aparato jeringa en su mano. Traté de exclamar un por favor no y aunque me salió inteligible ella entendió. Bueno pero deberás portarte muy bien y hacer lo que se te ordene ¿estamos? Afirmé tratando de repetir un gracias infinidad de veces.
La mujer se alejó y deposito la jeringa, esto me permitió calmarme. Me soltó una pierna y volvió a atármela estirada, luego la otra. Y se fue a hablar con José que se había alejado de la mesa.
Al rato José se acercó y me dijo que era una lástima, que se tenía que ir de viaje y antes iría a arreglar la situación en mi trabajo ya que no trabajaría más según dijo. Y agregó, de ahora en más, La Doma correrá por parte de "la enfermera" y espero que te portes excelentemente. Me escupió y se fue saludando con un beso a la mujer.
Cuando José ya había dejado el lugar, "la enfermera" estuvo ordenando algunas cosas sobre una banqueta en donde tenía algunos elementos que no pude observar en detalle.
Traté de llamarla y ella me miró con una mirada fulminante que me aterrorizó. A pesar de esto continué tratando de decir algo. Ella se dio vuelta y me dijo: Veo que tienes ganas de charlar, esta bien, quizás te venga bien aprender cómo lo debes hacer.
Me quitó la bola de la boca y le dije: Mi señora, por favor no quiero sufrir más, ¿por qué me hacen esto?
Pedazo de puta cómo te atreves a dirigirme la palabra sin permiso, éste grito me hizo sollozar y emití un tímido mi señora perdóneme por favor, perdóneme se lo ruego.
Esta bien puta, así es como debes dirigirte hacia mí.
Mi señora ¿puedo preguntarle? Dije entre lagrimas.
Que quieras puta, pregunta.
Mi señora. ¿Me va a seguir lastimando?
Sólo hasta que aprendas puta.
Aprenderé, aprenderé lo prometo, no me lastime por favor aprenderé, haré lo que sea, lo que usted me pida mi señora.
Seguro lo harás puta, pero para eso falta.
No me lastime más mi señora se lo suplico.
Cállate, ya cansas y no vayas a empezar a llorar de nuevo.
Me quedé en completo silencio tratando de contener las lagrimas mientras mi señora continuaba acomodando cosas que no podía ver.
Se dirigió luego hacia la mesa y chequeó que las ataduras estuviesen intactas. Luego se retiró a buscar algo de lo que había estado preparando y la vi venir con una aguja larga, ancha y dorada. Te comportas puta eh, ni una palabra quiero oír o te hago conocer el infierno. Temblaba y hubiese preferido tener la bola en mi boca para morderla y evitar las palabras. Como si me hubiese escuchado el pensamiento me la colocó y sabía que yo lo deseaba, me miró como diciéndome: ves que no soy tan mala. Ambas sabíamos lo que me iba a doler lo que venía. A esa altura yo lo único que quería era aprender lo tenía que ella quisiera, sabía que esta era la llave para liberarme del suplicio.
Mi señora se puso a un lado de la mesa y con la aguja me pinchó un poco el costado, sobre las costillas, si bien no fue más que una molestia, me moví y me corrí unos centímetros de la aguja. Mi señora dejó la aguja y pasándome cuerdas por todo el cuerpo, incluso por el cuello, que tanto me asustaba después de la primer experiencia, me inmovilizó por completo.
Volvió a hacer la prueba de pincharme el costado, esta vez con éxito. Luego, para mi sorpresa, se inclinó sobre mi seno derecho y me lamió el pezón. Lo tomó después entre sus dientes y comenzó a jugar con su lengua, me lo mordía, luego lo succionaba estirándolo, lo volvía a morder deliciosamente y lo llenaba con su lengua caliente. La sensación me encantaba, me echó agua fría sobre mi seno y mi pezón parecía que quería explotar. Lo tomó entre sus dedos apretándolo y estirándolo. Para cuando terminó, yo sentía latir el corazón en el pezón.
Había olvidado la aguja, pero cuando reapareció ante mi vista, lo supe y tomé aire, me iba a atravesar el pezón con esa aguja. Cerré los ojos y mordí la bola fuertemente, mi pezón seguía completamente erguido y eso me humillaba. Sentí la punta de la aguja sobre el borde del pezón, transpiraba, aguante la respiración. La aguja comenzó a entrar y se me escapó un ahogado grito de entre los dientes. Pude sentir cuando salió por el otro lado. Mi señora giró la aguja varias veces y se retiró dejándome el pezón atravesado.
Luego me quitó la bola de la boca y me preguntó si me dolía. Sí, mucho. miseñora respondí haciendo fuerza para aguantar el dolor. ¿Crees que lo puedas aguantar sin morderte la lengua ni los labios? Yo que me iba acostumbrado a la aguja clavada le conteste que sí. Muy bien puta, ahora llego a escuchar un solo gemido y te coloco una de estas en el clítoris y me mostró otra aguja que tenía en la mano. Supe que me iba a colocar una en mi otro pezón.
El procedimiento de endurecerme el pezón fue similar al anterior pero más violento y tardó más tiempo en dejármelo tan duro como me había dejado el otro.
Este me dolió profundamente, ya que lo tenía dolorido por el latigazo que lo había alcanzado y a pesar de la espelúznate amenaza de hacerme lo mismo en el clítoris se me escapó un largo gemido que terminó en un aullido.
Mmm putita, no sabes la lastima que siento por ti y por tu botoncito dijo riendo.
Nooo empecé a gritar y mi señora tomando las dos agujas que llevaba atravesadas me estiro los pezones de tal forma que creí que me los arrancaría. Quieres que siga puta, quieres que te los arranque. Ahhh. Gritaba, solo gritaba y ella me estiraba más las agujas y las retorcía. Eres una puta mal agradecida y continuó torturándome los pezones hasta que sentí que me estallaba la cabeza de dolor. Me soltó y me dijo: ya te ganaste el de la concha, ¿ahora quieres que te meta un aro en la nariz como un toro? Te puedo asegurar que duele infinitamente más que estos, más incluso que el de la conchita que te acabas de ganar. Perdóneme mi señora, por favor, perdóneme, le prometo que no gritaré cuando me atraviese mi clítoris, se lo juro dije entrecortada.
Ya lo vamos a ver puta, sabes lo que te juegas. Y se fue a preparar la aguja que me atravesaría la parte más sensitiva de mi cuerpo.
Mi señora ¿puedo pedirle?
¿Qué cosa puta?
¿Puede mi señora volver a ponerme la bola?
¿Estas jugando conmigo puta?
No mi señora, me arrepiento, me arrepiento de haber pedido que me la saque.
Ok puta, pero deja de llorar no vaya a ser que te lastimes esa boquita de chupapijas que tienes.
Gracias mi señora, gracias. Luego me colocó de vuelta la bola en mi boca. Me separó las piernas y me hizo levantar la cadera. Me ató fuertemente y me hizo recordar que al menor ruidito me ganaba el aro en la nariz a lo toro.
Sentí como me apretaba con una pinza y me sujetaba el clítoris fuertemente. Luego, la aguja abriéndose paso. Aguanté la respiración y mordí con tanta fuerza la bola que me dolieron las mandíbulas durante la semana que siguió. Me lo atravesó y yo no emití ni el más mínimo sonido. Sólo soltaba el aire de golpe para luego tragar otra gran bocanada y aguantar la respiración. Por el dolor, los músculos de mi cuerpo se tensionaron tanto que me comencé a cortar con las cuerdas con que estaba atada. Exhalé el aire y tragué nuevamente, sentía latir mi clítoris.
Mi señora movió la aguja y aguanté el movimiento. Despacio el dolor se fue convirtiendo en una molestia y comencé a respirar profundamente. Sentía las lágrimas caerme por el rostro.
Me alivió mi señora al retirarse y decirme: te has portado muy bien puta, no me lo hubiera esperado de ti.
Luego me mostró unos aros, dos eran de oro azul y eran una simple argolla, estos irían en mis pezones. El otro de oro rojo y que tenía una bolita como cuenta que quedaba suelta alrededor de la argolla iría en el clítoris. Mi señora me dijo que esas argollas las llevaban solo las rubias de pubis dorado, que éstas no eran depiladas en esa zona mientras me los colocaba.
Me desató y me quitó la bola de la boca. Me hizo bajar de la mesa y ponerme de pie. Me tocó los aros y exclamó: Quedaste preciosa puta, a ver, separa las piernas, casi caigo al hacerlo por el estado de debilidad que tenía pero me sostuvo del brazo y las abrí. Perfecto exclamo, una joyita. Ahora vamos a limpiarte. Estaba empapada de sudor, sangre, polvo, orina, lágrimas Me llevó al jardín y me ató a una rama de la higuera. Me dejó ahí y al rato apareció con una manguera y comenzó a limpiarme. Me permitió beber del chorro y le agradecí. El sol pegaba fuertísimo y pensé que serían cerca de las cuatro de la tarde. Miré a mi señora, parecía satisfecha y me tranquilicé.
Dejó que me secase al sol y se sentó a unos metros a leer una revista y tomar un trago en la sombra. Luego de un rato se acercó y me esparció una crema por mi cola y piernas, Quejándose como para sí misma de las marcas que me había dejado José. Qué bien se sentían esas caricias, el sol, la brisa que me recorría cosquilleándome por el cuerpo.
Cuando me soltó le pregunté si no podíamos quedarnos un rato al sol, y ella me dijo que sí, que quería tomarlo. Le agradecí con lagrimas de felicidad y ella me desató. Me puso un collar en el cuello con una larga correa y me ató las manos a la espalda. Me llevó a donde había estado hace un rato sentada y me permitió quedarme en la parte en la que daba el sol, me acomodé en el piso, como me pidió, y la observé sentarse y atar la correa que me ligaba a ella a su silla. Me dormí mirándola completamente agradecida.