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Los cómplices…

Relato enviado por : narrador el 30/04/2011. Lecturas: 7984

etiquetas relato Los cómplices…   Tríos .
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Resumen

Bueno realmente no creo que ninguno de nosotros queríamos ser cómplices, por llamarnos de alguna manera. Mi nombre es Eduardo, y era empleado de Don Virgilio, un viejo sesentón, que se había casado con Mireya, una hembra como pocas había en nuestro pueblo. Ya que aparte de doblarle o triplicarle y por mucho la edad, la complacía en todo lo que ella le pedía, pero la cela, como no tienen una idea.



Relato


Bueno yo un buen día fui a llevarle unos papeles a mi jefe, pero la que me abrió la puerta fue Mireya su mujer, prácticamente desnuda, apenas y cubierta con una transparente bata, que dejaba ver, sin mucho esfuerzo, que ella no llevaba más nada abajo.

De manera muy amable me invitó a pasar, y me dijo que mi jefe se encontraba en el banco cambiando unos cheques, que regresaba en una hora. Tras decirme eso, me ofreció un refresco, y con la escusa de que hacía mucho calor, se abanicaba de manera bien descuidada, dejándome ver sus hermosos y parados senos.

Para acortar les diré, que estando sentados en el sofá de la sala, entre uno que otro comentario, nos fuimos acercando, y zas que nos ponemos a besarnos, hasta que sentí que su mano se posó sobre mi parada verga. No hizo falta que dijéramos nada, Mireya me tomó de la mano y me llevó a su habitación, en la que en un dos por tres, me quité toda la ropa, y entre besos y caricias, nos acostamos en su cama.

Ya estaba yo metiendo mi caliente verga dentro de su húmedo coño cuando sentimos que tocaron la puerta, y escuché de su boca las palabras que me produjeron pánico, Virgilio mi marido… del tiro se me cortó la inspiración, Mireya me agarró de la mano y sin pensarlo mucho me empujó dentro de su closet. Mientras que mi ropa la tiró bajo la cama.

Ya llevaba unos cuantos minutos, maldiciendo la hora en que decidí acostarme con la mujer de mi jefe, cuando comencé a escucharla a ella expresándose de manera muy zalamera, diciendo. Papacito lindo vente conmigo a la cama que tenemos tiempo de sobra. Yo me imaginé que se trataba de mi jefe. Pero casi a los pocos minutos después, se escuchó la bocina de un auto sonar, y a Mireya la escuché decir las mismas terríficas palabras que me produjeron tanto pánico, Virgilio mi marido…

En un abrir y cerrar de ojos, ella empujó a quien menos yo me esperaba dentro del closet, tan desnudo como lo estaba yo, pero mucho más asustado. Se trataba del nuevo cura del pueblo, más o menos de mi edad, delgado, de mi estatura más o menos. Los dos nos quedamos viendo con una mezcla de miedo e indignación, yo ya le iba a preguntar que hacía él ahí, como si yo no lo supiera, cuando escuchamos la vos de don Virgilio, decirle a su mujer. Mireya entrégame la maleta, que está mañana cuando salí se me olvido y tuve que regresar del aeropuerto, y cambiar el vuelo para dentro de tres horas.


Mireya con una sangre fría, abrió el closet, nos vio a los dos, se sonrió, y de inmediato le entregó la maleta a su marido. Diciéndole, querido aparte de la maleta, también ibas a dejar estos papeles que te trajo tu empleado, supongo que el viejo los vio, comentó, viajar sin estos documentos hubiera sido lo mismo que quedarme aquí, cuando lo vea le daré las gracias, y tras decir eso escuchamos el cura y yo como se despedía de su mujer.

Tanto el cura como yo esperamos a ver qué sucedía, no fuera a ser que el viejo de golpe se regresara. Pero como dijo el cura, Gracias a Dios que se fue. Al poco rato se abrió la puerta del closet, Mireya completamente desnuda nos miró a los dos de pies a cabeza, y de manera insinuante se fue caminando hacía la cama moviendo las caderas de una manera casi mágica.


El condenado cura comenzó a decirle a ella. Como te has atrevido, Mireya tan solo lo vio, con una angelical sonrisa, colocó uno de sus dedos sobre su linda boca indicándole al cura que hiciera silenció, mientras que yo ni corto ni perezoso, me acosté al lado de ella, y en un santiamén comenzamos a besarnos, ante la atónita mirada del joven sacerdote. Quien al vernos, sin demora alguna también se subió a la cama, colocándose a la espalda de Mireya. Entre él y yo besábamos y acariciábamos todo el cuerpo de ella, hasta que fue ella misma, quien tomándome por las orejas, fue llevando mi rostro directamente sobre su peludo y aromático coño.

Yo me dediqué a mamar su coño como un desesperado, chupando su inflamado clítoris, haciendo que Mireya se retorciera del placer, y cuál no sería mi otra sorpresa al ver que el padrecito, agarraba las nalgas de ella y besaba intensamente el culo de Mireya. Que sin dejar de moverse, definitivamente disfrutaba por completo del placer que tanto el cura como yo, le dábamos con nuestras bocas.

En mi vida había realizado nunca un trió, y seguramente el padre Felipe tampoco, pero lo que nos faltaba a nosotros dos juntos, le sobraba a Mireya, solo bastó que ella alcanzara el primer orgasmo, de muchos que disfrutó, para que casi sin esfuerzo alguno nos fuera indicando que y como debíamos hacerlo con ella en esos momentos. Mireya retiró mi cara de su coño, y de inmediato hizo que me acostase boca arriba sobre el borde de su cama, sin vergüenza alguna tomó mi verga entre sus dedos, y tras medio jalonearla en par de ocasiones, abriendo sus piernas, se colocó sobre mí, introduciendo hasta bien adentro de ella toda mi verga, dejándole al padre Felipe, sus blancas y bien formadas nalgas.

Yo sé que no dejé de meter y sacar mi verga de su caliente coño, un sin número de veces, mientras que el padre se colocó tras ella, y sin mucha consideración le ha clavado su verga seguramente por el culo a ella. Yo de por si estaba súper excitado, por estar clavándome a la mujer de mi jefe, pero el estar haciendo un trió con ella, y el cura, era algo que ni en mis más locos sueños me hubiera llegado a imaginar que se podía hacer.

El sudor de los tres se mescló, en infinidad de ocasiones, hasta en cierto momento le agarré las nalgas al cura, y él estaba de seguro tan concentrado en el culo de Mireya que pensé yo que ni cuenta se daba de que yo se las estaba agarrando. Los gritos y gemidos de placer de la mujer de mi jefe, no cesaban, cuando yo me vine, sentí como si su coño me exprimiera hasta la última gotita de leche.

Al poco rato los tres descansábamos sobre la cama de Mireya, cuando ella sentándose y viéndonos a nosotros dos nos comentó. Si me permiten un momento mientras me aseo, para que sigamos. Yo la verdad es que me quedé confundido, el cura y yo nos vimos a la cara, y fui el primero en decir, pero que se cree esta, si me ha dejado seco. Pero el padre Felipe, me dijo, no te preocupes por eso, que apenas ella regresé de seguro se las arregla para despertar a este par. Yo me quedé tendido sobre la cama cerré mis ojos, y escuché la voz de Mireya decirnos, chicos ya volví, casi de inmediato que se ponen a mamar mi verga y en cosa de segundos, ya la volvía a tener del todo parada, y bien dispuesto para seguir la pelea.

Fue cuando sentí nuevamente el coño de Mireya contra mi cara, y me costó unos cuantos segundos el comprender que quien me estaba mamando la verga era el cura. Así estuvimos por largo rato, hasta que Mireya cambió de posición, y el condenado cura me ofreció sus pálidas y chupadas nalgas. Yo pensé en mandarlo al carajo, pero bastó que Mireya me dijera al oído, no sabes cómo me excita ver que un hombre se clave a otro frente a mí. Y sin encomendarme a nadie agarré las nalgas del cura y por ahí mismo le empuje toda mi verga. Mientras que Mireya y yo nos besábamos intensamente.

Al rato por pedido de Mireya íbamos a cambiar de posición, pero fue el cura quien pidió que yo continuase clavándomelo mientras que yo, volvía a mamarle el coño a ella. Cuando los tres nos levantamos de la cama, Mireya como si nada, nos invitó para que continuásemos al día siguiente.

Ese día yo iba a dejar de ir al trabajo, para llegar más temprano donde Mireya, pero pensé que sería mucho abuso de mi parte, así que me fui a trabajar y apenas salí del trabajo, consciente de que Don Virgilio no regresaría hasta el fin de semana, me dirigí a la casa de ellos. Al llegar vi varias patrullas de la policía, mucha gente aglomerada, como sacaban a Don Virgilio, arrestado, esposado, y escoltado por varios policías. Yo nos lo llegué a ver, pero escuché que al cura y a Mireya, Don Virgilio los encontró acostados en su cama, les entró a tiro sobre la misma cama.

Don Virgilio fue encontrado culpable, desde luego, pero la pena no fue tan larga, como la que todos esperaban, mientras que él estuvo preso, lo visité en un sin número de ocasiones, y mantuve el negocio funcionando. Pero él salió muchísimo más envejecido, enfermo, y triste. Me nombró su heredero, y a los pocos meses se suicidó.

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Si te ha gustado Los cómplices… vótalo y deja tus comentarios ya que esto anima a los escritores a seguir publicando sus obras.

Por eso dedica 30 segundos a valorar Los cómplices…. narrador te lo agradecerá.


Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 19:57) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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