Me gusta tanto la música de tríos, que hice un cuarteto…

La cosa es que cuando aquellos tres chicos, comenzaron a tocar, y cantar aquellas lindas canciones, la única que los escuchaba era yo, ya que la mayoría de los invitados, los que no se habían marchado, ya estaban durmiendo tremenda borrachera. Al igual que mi esposo. Cuando terminaron de interpretar, el primer set de tan linda música, yo estaba que me meaba de lo emocionada que estaba, y aunque es verdad, que me había tomado uno que otro trago, sabía muy bien lo que estaba haciendo. Por lo que en lugar de permitir que siguiera tocando, en el salón donde se desarrollaba la actividad, los convencí de que lo hicieran exclusivamente para mí, en uno de las habitaciones de nuestra casa. Los tres aceptaron sin ni siquiera chistar, pero ya dentro de la habitación, apenas comenzaron nuevamente a tocar, no sé qué sentí, que a medida que ellos fueron tocando, y cantando. Yo ante ellos tres me fui quitando el vestido, y casi de inmediato toda mi ropa íntima, como si estuviera en un trance. Hasta que me quedé completamente desnuda, sintiendo una enorme vergüenza. Ya que los tres jóvenes, a medida que me fui quitando todo, no dejaron de tocar, ni cantar, hermosos boleros del Puertorriqueño Rafael Hernández así como rancheras del Mejicano José Alfredo Jiménez, pero sin dejar de estar completamente pendientes, a lo que estaba haciendo. En mi vida había actuado así, de manera, pero algo dentro de mí, hizo que lo hiciera, no sé qué esperaba que sucediera, pero a penas los tres dejaron de interpretar aquellas bellas canciones, sentí un fuerte deseo de que me besaran, y acariciaran todo mi desnudo cuerpo. Y aunque me mantuve sentada, con mis piernas sugestivamente abiertas, mostrándoles tanto mi coño, como mis senos. No hice el menor intento de ocultar mi total desnudez. Pero a medida que los tres, se me fueron acercando, yo me fui recostando sobre el sofá en el que me encontraba sentada. A medida que se acercaban lentamente, y viéndome como si no creyesen lo que estaban viendo, él más joven de los tres, comenzó acariciar y besar todo mi cuerpo, mientras que sus dos compañeros, lo fueron haciendo al poco rato. El solo roce de sus dedos, sobre mi desnuda piel, hacía que se me escapasen profundos gemidos, y a medida que los tres siguieron acariciándome, y besándome, se fueron despojando de sus oscuras ropas, hasta que quedaron tan desnudos como lo estaba yo. En esos momentos, no pensé en mi esposo, que se encontraba dormido, a pocos pasos de la puerta, o que alguno de las meseras, entrase aquella habitación. Lo único que deseaba era el tener un contacto más íntimo, con los tres. A tal grado, que fui yo la que agarrando a uno de ellos por su miembro, lo dirigí directamente a mi caliente y deseoso coño. A penas comencé a sentir que penetraba mi coño, y como se fue deslizando sabrosamente dentro de mi vulva, nada más me bastó dirigir la mirada a otro de ellos, y sin decir nada, ofrecerle mis nalgas, para que aquel chico supiera lo que yo esperaba que él hiciera. Y así entre los dos comenzaron a proporcionarme un tremendo placer, mientras que al tercero estirando uno de mis brazos, pude agarrar su miembro, y por unos breves segundos, lo manoseé, pero casi de inmediato, golosamente me lo llevé a mi boca, y sin reparo alguno, me dediqué a chupárselo. El sentir como me siguieron penetrando, ya fuera por mi coño, como por mi ano, y por mi boca. Hizo que me sintiera la mujer más dichosa del mundo. Lo que plenamente expresaba con mis gemidos, y moviendo mi cintura, a medida que uno de ellos, también me chupaba los pezones de mis tetas, hasta hacerme disfrutar de un sin número de orgasmos, como nunca antes los había sentido, y disfrutado. En varias ocasiones los tres intercambiaron de lugar, produciendo en mí un mayor placer. Esa noche, ni idea tengo de las veces que divinamente me penetraron, pero si estoy bien consciente, que cuando terminaron conmigo mi cuerpo estaba cubierto en gran parte de su semen. Después de que se marcharon, permanecí recostada en aquel sofá, por un largo rato, luego recogí mi ropa, y sin ponérmela atravesé el salón, tal como estaba, ante la sorprendida mirada de dos de las meseras que se encontraban recogiendo los vasos, copas, y botellas, que estaban regados por todo aquel salón, mientras que mi esposo, y dos o tres de los invitados seguían durmiendo la borrachera que agarraron. Yo fui directamente a la tina, me di una buena ducha, y asee todo mi cuerpo, mientras que tarareaba algunas de las bellas canciones que les escuché interpretar, recordaba todo lo que me hicieron disfrutar entre los tres. Pero al llegar el fin de semana, no podía aguantar el sentimiento de culpa, por haberle sido infiel a mi marido, no una sino tres veces de un jalón. Visité a mi confesor, y tras confesarle detalladamente la locura que hice, después de que me impuso las penitencias, le pregunté si debía decírselo a mi marido. Mi confesor, me dijo. Tú esposo es un buen hombre, pero dudo que pueda entender lo que tú sentiste, así que no le digas nada, cumple con las penitencias, que te he mandado, y por favor hija, cállate ya, y ponte a mamar de una buena vez…