Jamás en mi vida, pude llegar a ni tan siquiera imaginarme lo que Sandro, el que había sido mi novio por los últimos tres años, y ahora mi esposo, me llegaría hacer, durante nuestra noche de bodas, y gran parte de nuestra vida juntos.
Relato
Es cierto que mi boda fue algo fuera de lo común, ya que teniendo con qué, tanto Sandro como yo, decidimos, sencillamente no gastar nuestro dinero en una gran fiesta, como tampoco en el traje de novia, ni en nada que realmente no necesitásemos. Por lo que simplemente fuimos al juzgado, y tras pagar la licencia matrimonial, hicimos las gestiones, para casarnos lo más pronto posible, y para que conste, no estaba embarazada.
Nuestro plan era bien simple, Sandro se encargó de hacer las gestiones, para que tanto él como yo disfrutásemos de una inolvidable luna de miel. Por lo que yo una vez que salimos del juzgado, ya siendo marido y mujer, ni tan siquiera se me ocurrió preguntarle, hacía donde nos dirigíamos. Lo único que sé es que Sandro, primero salió de la ciudad, y cuando ya íbamos por la carretera, colocó su mano derecha sobre mi rodilla, para luego ir deslizándola lentamente por encima de mis muslos, y por debajo de la mini que yo cargaba puesta. Yo eso lo vi de lo más atrevido, por parte de él, y aunque ya manteníamos relaciones sexuales, de forma o manera ocasional. Su conducta me comenzó a excitar.
Sandro continuó conduciendo, y gracias a Dios que el auto es automático, por qué quien sabe que nos hubiera ocurrido, cuando pasamos por las curvas del Peral. Ya para esos momentos, sentí sus dedos introducidos bajo mis bragas, hurgando sabrosamente mi coño. Cuando de momento lo escuché decirme, quítatela, y dámela. Lo cierto es que no tenía ni la menor idea a que se refería, y cuando se lo pregunté, me respondió. La braga, coño. Aunque algo extrañada y confundida, hice lo que me ordenó, y sin vergüenza alguna, tras llevársela a su nariz y aspirar profundamente su aroma, se la guardó en el bolsillo de la camisa, y de inmediato, y de manera lago tosca, volvió a enterrar sus dedos dentro de mi coño, por lo que yo me quejé de inmediato diciéndole que no fuera bruto.
Fue cuando escuché por primera vez, que me dijo. Amor sin dolor, no es amor. Yo creo que debí haberme dado cuenta en ese instante de lo que estaba por venirme, pero la verdad es que, en ese instante, me parecieron muy románticas, sus palabras. Por lo que continuó introduciendo sus dedos dentro de mi coño, provocándome una mayor excitación, y calentura. Así que sin dejar de manejar con su mano Izquierda, con la Derecha, no cesaba de apretar los labios de mi vagina, y mi clítoris, una y otra vez. Me los jalaba, los apretaba, los estiraba, en fin durante gran parte de ese trayecto no dejó de estar haciéndome todo eso, al tiempo que yo, me mantenía con mis piernas bien abiertas, permitiendo, y disfrutando de todo lo que Sandro me hacía con sus dedos, a medida que seguía manejando, a una alta velocidad.
Así que a medida que él conducía, yo fui disfrutando de un sin número de profundos orgasmos, como nunca antes los había disfrutado. Al tiempo que Sandro, ocasionalmente se llevaba sus dedos hasta su nariz o su boca, y si no los volvía a oler profundamente, se los chupaba de manera bien libidinosa. Por lo que yo únicamente cuando sentía que sus dedos se enterraban nuevamente dentro de mi vulva, permanecía gimiendo, placenteramente, con mi coño abierto de par en par, a medida que él continuaba manejando.
Yo la verdad, es que ni cuenta me di, a donde fue que llegamos. Solo al bajarme del auto, fue que me di cuenta de que había una rustica cabaña, de madera. A la que de inmediato entramos. La verdad es que yo estaba maravillada, era sumamente acogedora, y hasta tenía una chimenea, que rápidamente Sandro encendió. Entre los dos bajamos todo del auto, y como yo me sentía algo rara, por andar sin mi braga puesta. Cuando se la pedí para volver a ponérmela, Sandro lo que me dijo fue. Para qué, si aquí no te hacen falta.
Yo la verdad es que pensé que él tenía toda la razón, por lo que no insistí en ponerme mis bragas, pero cuando comencé a ir colocando nuestra ropa, en las gavetas, del armario. Encontré unas braguitas negras de encaje, las que sin demora me las puse. Casi de inmediato sentí, que de manera bien brusca, Sandro me tiro sobre la cama, y sin darme ni tan siquiera tiempo para respirar, prácticamente me arrancó casi toda mi ropa. Yo estaba asustada, jamás siendo mi novio me había tratado de esa manera, siempre había sido, amoroso, y muy considerado. Pero en esos momentos era como si se hubiera vuelto loco. Y cuando vio que me había puesto aquella braga negra. Me tomó por el brazo, me levantó de la cama, y dándome fuertes jalones, me llevó hasta el oscuro sótano de la cabaña.
Yo estaba que del susto, no me salían palabras, y cuando me tiró sobre el frio piso del sótano, y al tiempo que se puso una horrible máscara negra, me dijo. De ahora en adelante harás, únicamente lo que yo te ordene, de lo contrario, vas a sufrir por desobedecerme. Yo estaba aterrada, por lo que no dije nada, lo único que pude hacer, fue mover de manera afirmativa mi cabeza, temerosa de que no me fuera a golpear.
Casi de inmediato, me agarró por mi larga cabellera, y acercando mi rostro a sus entrepiernas, bajó la cremallera de su pantalón, y sacó en un estado de erección, su miembro, el cual colocó frente a mi boca, diciéndome. Ahora, ponte a mamar. En infinidad de ocasiones, Sandro me había pedido eso, como también me había pedido, que me dejase penetrar por el culo. Pero la verdad, es que yo siempre pensé, que esas cosas eran unas asquerosidades. Y como, mientras fuimos novios nunca insistió, en eso, no le di importancia. Pero en ese instante, su amenazante manera de verme, el tono de su voz, y la manera en que me tenía sujeta por el pelo, no me quedo la menor duda, de que por mi propio bien, lo mejor era obedecerle ciegamente. Así que, a pesar de estar llorando, y pidiéndole que no me hiciera daño, abrí mi boca, y comencé a sentir como aquella cosa, dura y caliente me la fue introduciendo casi hasta mi garganta. Por lo que en más de una ocasión, estuve a punto de vomitar.
Sandro no dejó de decirme aquello, que algún momento me pareció tan romántico, de que sin dolor no hay amor, y un sinfín de otras cosas, que rápidamente hicieron, que me diera cuenta de que mi esposo era todo un sádico. Que disfrutaba enormemente causándome, no tanto dolor físico, sino más bien humillándome, y vejándome. De momento sacó su verga de mi boca, y colocándome sobre un taburete, me obligó a que me dejase dar por el culo, y aunque yo continué llorando más por la humillación que sentía, que por el dolor, en medio de todo eso, de momento me agarró por el coño, y apretándolo entre sus dedos, y aunque yo me sentía despreciada, ultrajada, humillada, y vejada. Comencé a sentir algo completamente nuevo para mí. Eso de que me insultase, me humillase, y me maltratase como a él le diera la gana, aunque suene como cosa de loca, les diré que comenzaba a deleitarme.
Durante el resto del tiempo que permanecimos en la cabaña, Sandro no me dejó ni tan siquiera subir al dormitorio, me mantuvo, como si estuviera secuestrada, como una perra encadenada a un poste, en donde ocasionalmente durante esos cuatro días, me dio de comer al tiempo que me violaba, o me obligaba a que le mamase su parada verga. Sin dejar que me vistiera, manteniéndome únicamente con el sostén y aquellas bragas negras, que me atrevía a ponerme, cuando él me había dicho que no hacía falta, que me pusiera nada. En tres ocasiones, con la cadena puesta alrededor de mi cuello, me obligó a salir, fuera de la cabaña, para que cagase y meara, y hasta me limpiara con una manguera de agua fría, como si yo fuera un animal.
Sandro en infinidad de ocasiones, me enterró sus dedos salvajemente dentro de mi depilado coño, me escupió el rostro, me dio por el culo hasta el cansancio. Entre todas las aberrantes cosas que además me ha hecho hacer, una vez que regresamos a nuestra nueva casa. Cosas que sin importarme lo que sea, no dejo de hacer, aunque llore, y le ruegue porque no me siga castigando. Cosas como el obligarme a ser la esclava de otros hombres, en ocasiones de hasta con otras mujeres, y hasta el llegar a tener sexo con animales, mientras que él muy satisfecho me observa, con su máscara puesta, sin que yo pueda decir, o hacer otra cosa que llorar, y pedirle que no me haga hacer esas cosas, para que él se deleite viéndome.
La figura de Carla recortada por las luces que le venían del interior de nuestra casa, marcaban a la perfección sus curvas y sus largas piernas... Ella, esperando ahí, en el portal, ansiosa por recibir a Luis y Antonio para que le den caña delante de mí, hacía que mi morbo trepase hasta el cielo......
Relato erótico enviado por domo54 el 18 de January de 2009 a las 17:00:00 - Relato porno leído 40349 veces
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Comentarios enviados para este relato
katebrown
(18 de October de 2022 a las 22:03) dice:
SEX? GOODGIRLS.CF katebrown
(18 de October de 2022 a las 19:39) dice:
SEX? GOODGIRLS.CF
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