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Un chico lindo, demasiado lindo (5)

señoreduardo Relato enviado por : señoreduardo el 28/09/2015. Lecturas: 2273

etiquetas relato Un chico lindo, demasiado lindo (5)   Dominacion .
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Resumen
Finalmente los padres del chico volvieron de sus vacaciones y fue terrible para el pobrecito la tensión interior que padeció cuando debió disimular y fingir que todo estaba bien, que no había tenido ningún problema, mientras a su mente volvían una y otra vez, como flashes torturantes, las imágenes de esas fotos en las que aparecía en situaciones tan indignas y que lo mantenían en poder del grupo de pervertidos.


Relato
Finalmente los padres del chico volvieron de sus vacaciones y fue terrible para el pobrecito la tensión interior que padeció cuando debió disimular y fingir que todo estaba bien, que no había tenido ningún problema, mientras a su mente volvían una y otra vez, como flashes torturantes, las imágenes de esas fotos en las que aparecía en situaciones tan indignas y que lo mantenían en poder del grupo de pervertidos.
Al día siguiente el matrimonio volvió al trabajo, pero faltaba todavía una semana para el comienzo de las clases, de modo que desde ese día, lunes, hasta el viernes, el chico quedaría a merced de los viejos desde las once de la mañana hasta alrededor de las siete y treinta de la tarde, media hora antes del regreso de sus padres.
Pocos minutos habían pasado desde las once y él esperaba en el comedor tal cual le habían ordenado: desnudo.
Minutos después entraron la “señorita” Rosa, don Benito, Ermelinda y Pola en ese orden y el chico se estremeció al advertir las expresiones perversas en sus caras. Estaba de espaldas contra la cómoda y el grupo de viejos rodeó la mesa, don Benito y Rosa por la derecha, Ermelinda y Pola por el lado opuesto. Apenas estuvieron junto a él comenzaron los toqueteos y sobamientos por parte de los cuatro, que semejaban bestias en celo en tanto el pobrecito gemía y rogaba vanamente.
-Quieto, putito, quieto. –ordenó Rosa mientras luego de ensalivarse el dedo medio de la mano derecha trataba de introducirlo en el tierno culito.
-No, no… ¡No! ¡No! –clamó el chico al sentir esa cosa que pugnaba por entrarle
-Esperá, Rosa, esperá. –intervino Ermelinda. –Yo también quiero cogérmelo y estoy segura de que Pola y Benito también.
-¡Claro!
-¡Por supuesto!
Dijeron casi al mismo tiempo ambos aludidos.
-¿Y entonces? –quiso saber la “señorita” sin abandonar su intento de penetración mientras tenía al chico de espaldas a ella y le rodeaba la cintura con su brazo izquierdo.
-Entonces cojámoslo tranquilos, ahí, en el sofá donde duerme. Lo ponemos boca abajo sobre dos de esos almohadones, con el culito en alto y le damos de a uno, el viejo al final, como la frutilla del postre.
-Buena idea, Erme. –aceptó la vieja y mandó a don Benito a traer de su pieza el pote de vaselina.
En cuanto el vejete abandonó la habitación Ermelinda puso dos de los tres almohadones del sofá cama uno sobre el otro y entre las tres colocaron al chico de panza sobre ellos, de modo que el pobrecito quedó en posición perfecta para ser violado, con el culo en alto. Muy poco después volvió Benito y apenas entró a la habitación se inclinó sobre el chico y le embadurnó con vaselina el diminuto orificio anal.
-Mírenlo cómo tiembla… -observó Rosa y sus palabras provocaron sádicas risitas en Ermelinda y Pola.
-Venga, fóllenlo pronto que quiero darle polla. –urgió don Benito.
-Dame la vaselina, viejo. –pidió la “señorita” y una vez en posesión del pote se envaselinó el dedo medio y el índice, se sentó en el borde de la cama mirando hacia los pies de su víctima y con una sonrisa diabólica exploró entre las nalgas del chico hasta encontrar el objetivo.
-Sujétenlo. –pidió y mientras el grupo mantenía sujeto al chico por los brazos, las piernas y la cintura la vieja comenzó a penetrarlo con ambos dedos.
-No… por favor, señorita… ¡Noooooooo! –rogó el chico con tono lastimero, pero fue inútil.
La vieja le metió la primera falange del dedo medio y luego introdujo también el índice para empujar brutalmente ambos dedos hasta los nudillos. El chico gemía y trataba inútilmente de librarse de esos pequeños arietes que no le dolían pero si le provocaban una sensación de gran incomodidad. Entonces la “señorita” tuvo una idea:
-Creo que cabe otro dedo… -dijo mirando a sus cómplices y Pola fue la prtimera en reaccionar:
-Yo se lo meto. –dijo y se envaselinó el dedo medio para de inmediato hundirlo hasta el nudillo en el maltratado culito, luego de abrirse paso con alguna dificultad junto a los otros dos invasores. Esta vez sí el chico sintió un intenso dolor, con esos tres dedos adentro cuyo diámetro equivalía al de una pija. Comenzó a gritar y don de Benito le tapó la boca con su mano derecha, porque estaban muy cerca de la calle y alguien podía oír esos gritos. Poco después un dedo de Ermelinda reemplazaba al de Pola hasta que don Benito, con su pene ya bien duro, intervino decididamente:
-¡Bueno, basta ya que es mi turno! ¡Fuera! ¡Fuera! –exigió y las viejas se apartaron dispuestas a gozar del espectáculo mientras el chico sollozaba. Don Benito trepó al sofá cama, se bajó los pantalones hasta los tobillos, se untó la pija con la vaselina y sin dilaciones penetró brutalmente al chico en tanto la “señorita” le tapaba la boca para ahogar el largo aullido que brotaba de la garganta del pobrecito.
Poco tardó el viejo en acabar y después de reponerse, él y las tres viejas arrastraron al chico hasta el baño, donde lo dejaron encerrado y llorando de dolor y de rabia.

……………

Los días que siguieron significaron para el chico nuevos abusos sexuales, castigos y humillaciones y la tortura de tener que fingir ante sus padres. El lunes siguiente comenzaron las clases y días después lo imprevisto: la muerte de la “señorita” María como consecuencia de una fulminante dolencia hepática. Apenas pocos días más tarde murió don Benito mientras dormía. Ermelinda y Pola decidieron no volver a la casa por considerar que era riesgoso y el chico se ilusionó ingenuamente con la libertad, pero su ilusión duró muy poco. Esa tarde sonó el teléfono mientras los restos del vejete eran llevados al cementerio por una sobrina y su familia luego del velatorio en una casa mortuoria de las inmediaciones
-Hola… -dijo el chico.
-Hola, putito… -dijo una voz que de inmediato reconoció como de don Ernesto.
Se estremeció de pies a cabeza y estuvo a punto de cortar la comunicación, pero algo en su interior se lo impidió.
-Me imagino que no sos tan tonto para pensar que sos libre, ¿eh, rico?... Tengo esas fotos, putito… -dijo el sátiro. –así que sos mío, a menos que prefieras que les mande esas fotos a tus papis.
-Por favor, don Ernesto… Por favor, no doy más…
-Te dejo porque tengo que ir al correo, putito. –arriesgó don Ernesto.
-No… no…
-Vos decidís, nene… ¿Mando esas fotos o sos mío?
El chico tragó saliva, acorralado y finalmente dijo:
-No mande las fotos…
-¡¿Sos mío o qué, pendejo?!
El chico hizo una pausa y por fin aceptó que no tenía otra salida que entregarse al depravado.
-Sí, don Ernesto, soy… soy suyo…
-Muy bien, mañana te espero en mi casa a las cinco de la tarde. Anotá la dirección.
-Espere, don Ernesto… -dijo el chico y segundos después volvía con un bolígrafo y una hoja de cuaderno en la cual anotó la dirección de su nuevo dueño.
Esa noche don Ernesto hablaba con la señora Hilda, mujer cincuentona y su mucama desde hacía diez años, una persona de su entera confianza que sabía de su afición por los chicos y nunca se lo había reprochado.
Había terminado de cenar y cuando la mujer se disponía a levantar la mesa y a lavar la vajilla él la invitó a sentarse.
-Hilda… -le dijo. –Tengo que hablarte de algo muy importante…
-Dígame, don Ernesto.
-Bueno… Yo sé que… que vos sabés de ciertos gustos que tengo…
-Sí, don Ernesto…
-Y te agradezco que nunca me hayas reprochado nada…
-Cada cual es dueño, don Ernesto.
-Gracias por tu comprensión, Hilda… Te cuento que… que conocí a cierto jovencito de dieciocho años que me tiene loco y lo voy a traer a vivir acá.… Vos vas a tener que encargarte de él, de… vigilarlo y atenderlo mientras yo estoy en el negocio…
-¿Vigilarlo?
-Bueno, es… es una manera de decir… -se justificó el vejete.
-¿El chico va a estar acá por la fuerza y por eso usted dijo eso de vigilarlo, don Ernesto?
El viejo respiró hondo, asombrado por el comentario de su mucama y dijo:
-No entiendo…
-Usted no me conoce del todo, don Ernesto, pero le aseguro que puede confiar en mí.
Don Ernesto no salía de su asombro ante el rumbo que había tomado la conversación.
-Si ese chico va a estar acá por la fuerza no se preocupe, porque no voy a dejar que se escape.
Ante semejantes palabras, don Ernesto le contó a su mucama la historia del chico y luego le dijo:
-¿Estás dispuesta a ser una guardiana dura?
-Explíquese, don Ernesto.
-Digo, ¿creés que serás capaz de disciplinarlo si llegara a retobarse?
-No me gusta que se me retoben, don Ernesto, y mucho menos un mocoso.
-¡Perfecto, Hilda! ¡Perfecto! El chico va a venir mañana a las cinco de la tarde. Quiero que le des la bienvenida, me lo encerrás en el fondo y después me llamás al negocio para confirmarme que todo salió como espero.
Al fondo de la casa del vejete había un patio y al costado derecho una habitación destinada a los jovencitos que don Ernesto llevaba ocasionalmente a su casa, porque luego de cogerlos prefería dormir solo. Había un camastro y contra la pared opuesta un lavatorio y un inodoro. Allí debía Hilda encerrar al chico hasta el regreso del viejo.
-Bien, don Ernesto, no se preocupe.
-Sí… Y si se pone difícil, ya sabés…
-Confíe en mí, don Ernesto.
-Confío absolutamente, Hilda.
-Una pregunta…
-Sí…
-¿No hay peligro de que encuentren al chico acá?
-No, Hilda, no hay manera de que lo relacionen conmigo. Quedate tranquila.
-¿Y cuánto tiempo lo piensa tener?
-No mucho, unos meses, supongo, porque ya creciditos no me interesan.
-¿Y está bueno el chico?
-Muuuuuy bueno… Es un muñeco… Una nena de tan lindo. -dijo el viejo mientras se le iba haciendo agua la boca.
-Disculpe que le siga preguntando, don Ernesto, pero…
-No me molesta, Hilda, preguntá todo lo que quieras. –autorizó don Ernesto.
-Cuando lo largue al nene, ¿no piensa que lo va a denunciar?
Los labios del sátiro se curvaron en una sonrisa malévola y luego respondió con aire de suficiencia:
-No, Hilda, tengo todo absolutamente pensado como para que el chico, cuando lo largue, mantenga el hocico bien cerradito.
-¿Me quiere contar?... –preguntó la mucama, intrigada.
El vejete le detalló su plan y luego de escucharlo Hilda prorrumpió en exclamaciones admirativas:
-¡Genial, don Ernesto! ¡Genial! ¡Genial!
-Gracias, Hilda, gracias. Soy un pervertido muy inteligente, ¿cierto? –dijo el viejo y ambos estallaron en carcajadas.
A las cinco de la tarde del día siguiente el chico tocó el timbre en la dirección indicada.

(continuará)











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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 20:41) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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